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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cinco buenos ejemplos

En esta pandemia y en España lo corriente es hablar mal de nuestros gobiernos y gobernantes. Estamos en nuestro derecho de hacerlo así, por supuesto, pero permítanme hoy destacar un acierto extremo

Pablo Salvador Coderch
Dos miembros de la Fundació Arrels asisten a personas sin techo de Barcelona.
Dos miembros de la Fundació Arrels asisten a personas sin techo de Barcelona.Massimiliano Minocri

En tiempo de pandemia algunos descuellan, son ejemplares. Les traigo hoy mi lista de cinco personas y organizaciones cuya ejecutoria se ha hecho notar y lo hago con la intención aviesa de que ustedes discrepen en todo o en parte y elaboren la suya propia para que, entre todos, caigamos en la cuenta, siempre provisional, de que muchos hacen bien las cosas. Incluso en las circunstancias más adversas

La primera en mi lista es “Arrels Fundació” (arrelsfundacio.org), una fundación catalana. Constituida en 1987, se dedica a quienes carecen de hogar y, entre ellos, a los casi 1.200 sin techo que duermen al raso en Barcelona: inconfinables, no suelen llegar a viejos, son muchos más los hombres que las mujeres y casi la mitad son extranjeros. Mi recomendación polémica es que, por cada euro que ustedes quieran darle a alguien sin techo, hagan llegar dos a esta fundación o a otra parecida. Arrels cuenta con 68 empleados y 400 voluntarios. Es transparente: surgida en la órbita de la Compañía de Jesús, funciona mejor que bien y, además de ayudar, arremete contra lo que creen que es una sociedad más que mejorable.

En esta pandemia y en España lo corriente es hablar mal de nuestros gobiernos y gobernantes. Estamos en nuestro derecho de hacerlo así, por supuesto, pero permítanme hoy destacar un acierto extremo: hace unos días, Margarita Robles, ministra de Defensa, pronunció la mejor y más desgarradora oración fúnebre de lo que llevamos de siglo. Dura 45 segundos y la pueden encontrar en la red. Basta con que escriban: “No han estado solos. No hemos podido salvarles la vida” después del nombre de la ministra, quien, en el Palacio de Hielo de Madrid, clausuraba con estas palabras la morgue improvisada en el peor momento de la primera oleada de covid-19. En un instante, esta mujer nos recordó a todos que los humanos lo somos porque enterramos a nuestros muertos.

a lista sigue, voy a Europa con ella: otra mujer, Angela Merkel, de 66 años, y Emmanuel Macron, un hombre de 42, hacen cuanto pueden en estos tiempos de zozobra. Merkel, cancillera de Alemania desde 2005, gana: nunca necesita más de diez minutos para explicar a sus conciudadanos que de esta pandemia habrá que salir paso a paso (“Schrittweise”), con orden, criterio y autorresponsabilidad. Doctora en Física-Química antes que política, Merkel habla siempre con esa combinación improbable de cautela y resolución que nos hace pensar a muchos de nosotros que los países gobernados por mujeres se equivocan menos que la mayoría de los demás. Merkel está consiguiendo que Alemania tenga menos muertos de covid-19 por cien mil habitantes que cualquier otro Estado grande de la Unión Europea. Quizás el secreto está en su cultura, muy vertebrada y hecha a delegar facultades de decisión en todos los niveles de cualquier organización pública o privada: es la difusión del orden por la confianza en la iniciativa de todos. En esto, ejemplar.

Macron da envidia ajena. Joven, insultantemente educado y dotado con el francés perfecto de los presidentes de la Quinta República, habla con cálida seriedad, sin declamar, sin dar voces, y sin —mucho menos— repetir cansinamente las cosas cincuenta veces (vean en la red sus discursos del 13 y 28 de abril). La pandemia se ha cebado con los franceses más que con los alemanes, pero el país aguanta la realidad y la superará. Macron carece del fuste de Merkel, pero le tenemos muy cerca, es muy inteligente y es el gozne entre el Norte y el Sur de Europa. Si Francia vacila o nos deja caer, no iremos bien.

El quinto y último componente de mi lista es Bill Gates III, un empresario americano de 64 años. Gates hizo grande a Microsoft, desde donde les escribo ahora a ustedes, y luego se ha reencarnado como un filátropo presciente. La carrera de este hombre demuestra que un país es grande de verdad si permite, primero, que las personas realmente listas tengan cancha para trabajar en aquello que saben hacer y les deja luego gastar sus ganancias en desarrollar un nuevo proyecto. Ahora ha vuelto al primer plano, pues hace cinco años, en un video que hoy resulta sobrecogedor, nos advirtió a todos: la próxima tragedia, dijo, no será la guerra nuclear, una contingencia a la cual le habíamos dado billones de dólares de vueltas y revueltas. No. La próxima catástrofe será una pandemia y no estamos preparados para abordarla y resolverla (TED2015: “The next outbreak? We’re not ready”). No estábamos escuchando.

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Pablo Salvador Coderch. Catedrático de la Universitat Pompeu Fabra

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