Luis Racionero, deslumbrante pionero de la contracultura
El escritor y ensayista, fallecido a los 80 años, se definía como “un liberal psicodélico”
La contracultura se alimenta del pensamiento de espíritu individualista (mayormente de corte anarquista), de filosofías orientalistas y de la psicodelia. De los tres manantiales bebió (y escribió) el ensayista y novelista Luis Racionero, mayormente desde una encrucijada muy propia, con un punto de llanero solitario; pero de esa contracultura fue un pionero, un ariete sorprendente y deslumbrante en España, incluso para la Barcelona de finales de los años sesenta que ya alardeaba de moderna con la Gauche Divine. En ese camino particular fue haciendo vida y obra hasta ayer, cuando falleció a sus 80 años.
Todo arrancó en la Universidad de Berkeley, en 1968. Cultísimo, licenciado en Ingeniería y doctor en Ciencias Económicas, marchó a Estados Unidos con una beca a estudiar un urbanismo que en España no existía como carrera universitaria. Le pilló allí la revuelta de la contracultura y el sexo libre y las primeras señales de filosofía oriental. Y trató a pensadores de izquierda como Herbert Marcuse y Angela Davis y al poeta Allen Ginsberg.
Y también conectó con el hippismo y la droga: el LSD. “Lo probó conmigo; pero como un ritual, nada sistemático, dos veces y punto: el ácido entendido como una manera de aprender a abrir la cabeza; luego, ya abierta, no lo necesitas más... Nadie en Ajoblanco quedó enganchado”, recordaba ayer Pepe Ribas, uno de sus cómplices y director-fundador en 1974 de la sísmica cabecera. “Buscaba para la revista a María José Ragué, autora de California Trip, la gran guía contracultural de España, y llamé a Salvador Pániker [la había editado en 1971 en Kairós], pero me dijo que con quien había de contactar era con su marido, Racionero; fui a su despacho y la conversación duró hasta la semana pasada”, evoca Ribas.
Asegura su amigo que Racionero, “hombre leonardesco” por su variopinta cultura (“su oficio era ser lector, de todo, subrayaba los libros de una biblioteca que superaba los 25.000 volúmenes”), aportó “libertad en un país dominado por el autoritarismo de derechas y de izquierdas” y también “calidad, porque todo lo que contaba lo había vivido”.
Participante activo e indispensable de esa primera Ajoblanco, sin proponérselo se fue convirtiendo en uno de los líderes intelectuales de los nuevos movimientos, que conocía bien tras su paso por Berkeley, pero también por la India. O por el transitar de las obras del filósofo británico Alan Watts, gran impulsor de las filosofías orientalistas. “En esa España gris, lo era todo y lo difundía sin vanidad y generosamente”.
Lo hizo desde el articulismo, pero también desde libros como Filosofías del underground (1977) o desde Del paro al ocio (1983), con el que obtuvo el premio Anagrama de ensayo, particular puente entre la Barcelona gauchedivinesca de editoriales como esa y Tusquets, con personajes como Onliyú, Montesol, Quim Monzó, Pau Maragall, Pau Riba...
En ese libro, o en posteriores como El Mediterráneo y los bárbaros del Norte (1985), destila su visión hedonista de la vida a partir de reclamar poder disfrutar más en lo cotidiano de la prosperidad material. La cultura nunca reñida con lo humano, unas tesis que lo dejaban en una solitaria equidistancia entre el capitalismo salvaje y el marxismo productivista. Materialismo y misticismo.
“Siempre se mostró muy individualista; además, con el tiempo, se fue decepcionando con el mundo: se cansó de defender valores solidarios y menos competitivos cuando todo el mundo se echaba en brazos de la fama, el poder, el consumismo... y se lió”, enmarca Ribas. Eso destila en parte su libro El progreso decadente (2000).
La decepción se tradujo también en una curiosa evolución política que le llevó del particular radicalismo anarquizante norteamericano a formar parte de las listas de ERC para las elecciones generales de 1982, pasando a relacionarse con el entorno del PP, acercamiento que le permitió ser nombrado director de la Biblioteca Nacional de España (2001-2004), tras haberlo sido durante cuatro años del Colegio de España en París.
Faceta hedonista
Sobre esa trayectoria, se autodefinió: “Soy un liberal psicodélico”, concepto con el que tituló en 2011 el libro con el que ganó el premio Gaziel: Memorias de un liberal psicodélico. A todo ello no era ajeno su origen familiar: era hijo de militar llegado a Cataluña y de una propietaria de un hotel en La Seu d’Urgell, donde él nació en 1940.
Ese punto hedonista pespunteó tanto su vida intelectual como humana, como destilan los recuerdos que plasmó en Sobrevivir a un gran amor, seis veces (2009), sobre sus intensas y numerosas relaciones. Fue uno de sus libros más celebrados de la cuarentena de títulos que escribió, en catalán y castellano. Entre ellos proliferaron las novelas de corte histórico, en especial Cercamón (1981), premio Prudenci Bertrana aplaudido por el nacionalismo al narrar la destrucción de la prometedora civilización provenzal y catalana ahogada por Francia y el Papa. En la recreación medieval se enmarcó también L’últim càtar, premio Carlemany, 2000. Luego reconstruyó, a partir de biografías noveladas, a Gaudí o a su espejo Leonardo da Vinci. Su último libro, Manual de la buena vida (2018), reflejaba con lo cotidiano (gastronomía, arte, viajes...) aquello que siempre buscó y predicó: espiritualidad no exenta de hedonismo. Alternativas. Contracultura.
Un polemista sin complejos
Luis Racionero fue siempre un hombre de carácter y, quizá porque estaba acostumbrado a pensar distinto e ir por libre, no rechazó nunca el cuerpo a cuerpo. Así, en los orígenes de 'Ajoblanco' formó un frente de tendencia anarquista con José Ribas ante los sectores más comunistas y nacionalistas de la publicación. También vehementes fueron las diferencias que mantuvo con el arquitecto Oriol Bohigas, delegado de Urbanismo del primer Ayuntamiento democrático de Barcelona, por la estrategia de este de promover las plazas 'duras' en detrimento de las verdes que defendía Racionero, siempre muy ecologista, una mirada que “la izquierda consideraba entonces que 'distraía' de la lucha de clases”, dice Ribas. Pero donde se enfadaba más, recuerda su amigo, era escribiendo sobre el Barça, 'culé' como era de tesis radicales... y muy particulares. “Ahí se transformaba”.
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