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El palestino Fayad y su empeño en traer a España a sus familiares: “Ojalá haya 100 Flotillas que lleguen sanas con ayuda”

Este gazatí afincado en Valladolid intenta a través del Ministerio de Exteriores que sus parientes, con estatus de refugiados, puedan huir de la hambruna

Fayad
Juan Navarro

“Castilla con Palestina”, reivindica la pintura blanca sobre un muro de ladrillo de barrio Belén de Valladolid. Varios carteles informan de una manifestación pasada contra el genocidio israelí sobre Gaza. Allí hubo niños con la bandera blanca, negra, verde y roja, cantando: “Que viva la lucha del pueblo palestino”. Fayad Abumuaileq se emociona al recordar esa conexión entre Valladolid, su hogar, y Palestina, su cuna, donde sufren sus familiares y compatriotas bajo la invasión de Israel. El gazatí, de 35 años, lleva los últimos dos pendiente de malas noticias en casa mientras intenta que el Ministerio de Exteriores agilice que sus parientes, con estatus de protección internacional y que ya han estado antes en España, escapen del horror. La compleja diplomacia frustra los ánimos de Abumuaileq, receloso del acuerdo de paz de su tierra, por si se traicionara el pacto. “Estoy orgulloso de vivir en un país que apoya a Gaza, ojalá haya otras 100 Flotillas llevando ayuda y que lleguen sanas”, desea.

El hombre se presenta con una camiseta que dice Free Palestine, Palestina Libre, como escucha en tantas manifestaciones y proclamas españolas desde que el poder israelí machacara a la población de su lugar de origen. Este padre de una niña de tres años, y con un bebé en camino, lleva en España desde 2017 y algo menos en Valladolid, “por amor”, pues su pareja, española, trabaja en Cruz Roja y ha recalado en la ciudad castellana, donde también ha encontrado cariño y solidaridad con su causa. Desde allí intenta que la diplomacia española rescate tanto a sus padres como a sus dos hermanas y otros dos sobrinos pequeños, seis personas en total, junto a “unas 200” que también tendrían los permisos en regla para poder abandonar Oriente Próximo, más allá de que asome un horizonte de posible paz: “No tenemos confianza en que no vuelva a morir la gente, mi familia tiene sus papeles de protección internacional y NIE concedido por España, queremos que vuelvan a España”.

De momento, sin noticias en un proceso complejo al que fuentes de Exteriores se refieren con cautela ante la presencia de varios actores internacionales. Abumuaileq reitera que ellos pagarían todos los gastos, vuelos o manutención, simplemente necesitan el acuerdo diplomático. “Esta representación se limita a recopilar los datos de los familiares gazatíes de ciudadanos españoles. Los permisos de salida son emitidos por Israel y Cisjordania y esta Representación los solicita cuando así se le instruye. De momento, no hemos sido autorizados a solicitar los permisos. Lamentamos no poder decirle nada más”, respondió hace unos días el Consulado General de España en Israel ante los contactos de este gazatí, empleado en el sector vallisoletano de la automoción. La alternativa, el mercado negro de las migraciones entre Cisjordania y Egipto, donde autoridades corruptas les pidieron 25.000 euros, que no tienen, para dejar salir al grupo.

“Mi hija no conoce a sus abuelos, solo los ve a veces por videollamada”, comenta Abumuaileq, nervioso cada noche por si al amanecer algún ataque por dron, bombardeos fugaces o ataques a los palestinos que buscan comida o medicamentos acaba con los suyos. Sus allegados viven cerca de un hospital que ya ha sido destruido y las comunicaciones subsisten gracias a una endeble placa solar. Así intercambian fotografías y preocupaciones: “Tengo casi fiebre de estar todo el día pensando”. Este ciudadano español, con trabajo estable, insiste en que su afán por evacuar a sus parientes implica también al resto de personas que se encuentran en una situación similar. “Queremos una mirada humanitaria”, insiste, con comparaciones odiosas muy cercanas: ante la invasión de Rusia sobre Ucrania, la escena internacional brindó apoyo a los ucranios y miles de ellos recalaron en países que ahora recelan de apoyar a Palestina.

La geopolítica se cuela en el discurso de este gazatí, quien se muestra ligeramente esperanzado por lo que cree una maniobra del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, buscando renombre internacional o el Premio Nobel de la Paz: al haber aceptado Hamás liberar rehenes israelíes, ahora el país de Benjamin Netanyahu debería reducir hostilidades. Abumuaileq critica la tibieza de la Unión Europea como agente internacional para presionar a Netanyahu y censura que “Alemania es la cara B de Estados Unidos” al ponerse de perfil contra Israel.

El treintañero quiere creer que las cosas mejorarán, pues sus padres le han contado que últimamente han visto fruta en los mercados, carísima, pero señal de que el suministro se abre ligeramente. Lo mismo con la pesca, pues las fuerzas de Israel estaban demasiado ocupadas conteniendo el avance de La Flotilla, esos navíos de ayuda humanitaria procedentes de España o Italia y repelidos y castigados por los militares.

“Estoy orgulloso de vivir en un país que apoya a Gaza, ojalá haya otras 100 Flotillas llevando ayuda y que lleguen sanas”, sonríe, agradecido también de la acción popular durante La Vuelta ciclista a España, donde se intentó boicotear a un equipo patrocinado por la propaganda sionista, equipo que tras el revuelo ha anunciado que cambiará su nombre y estructura. Victoria. Esos gestos, considera, junto a que el Gobierno se niegue a participar en Eurovisión si concurre Israel o que se reflexiona si asistir a citas futbolísticas con esta nación mediante, ilusionan a los palestinos como señal de que el mundo los mira. Ahora le queda abrazarlos. “Sus nombres están en una lista de evacuación de la Embajada española en Jerusalén, pero nunca llega a producirse”, lamenta. Él sigue soñando con que sus padres puedan escapar y se instalen en Valladolid para pasear, jugar y ver crecer a sus nietos.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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