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Elecciones europeas
Crónica
Texto informativo con interpretación

La ultraderecha crece mientras se divide, la izquierda paga cara la ruptura

Vox sube, aunque menos de lo previsto, a pesar de la irrupción de Alvise Pérez, mientras Sumar y Podemos se destrozan mutuamente

Asistentes al acto de campaña de Alvise Pérez en la Plaza Colón de Madrid
Asistentes al acto de campaña de Alvise Pérez en la Plaza Colón de Madrid el pasado viernes.Claudio Álvarez
Ángel Munárriz

Por primera vez desde la irrupción de Vox en las andaluzas de diciembre de 2018, otra fuerza de ámbito estatal le tose a Santiago Abascal en la extrema derecha. Lo que no ha logrado ni la ultraderecha histórica ni ninguna de las escisiones de Vox –Túpatria, España Suma, Valores, Juntos por España, Libres o Caminando Juntos, el empeño fracasado de Macarena Olona– lo consigue Se Acabó la Fiesta (SALF). El difusor de bulos y teorías de la conspiración Alvise Pérez consigue más de 800.000 votos, el 4,59%, y tres escaños.

La eclosión de SALF se produce mientras Vox crece. El partido de Abascal ha visto limitada su mejora, pero la mejora existe: pasa del 6,21% al 9,62% y gana cerca de 300.000 votos con respecto a 2019, a pesar de que entonces la participación fue mayor, por encima del 60%, cuando ahora no llega al 50%. Así que el espacio de la extrema derecha española en la UE, que en los últimos cinco años se ha limitado al solitario 6,21% de Vox, ahora abarca todo un 14,21%. Es un terreno más dividido, pero mayor, con un porcentaje que supera también al ocupado por Vox en las generales (12,39%).

En las nueve autonomías en las que Alvise supera su resultado global, entre ellas Andalucía, Madrid y la Comunidad Valenciana, Vox también lo hace. Donde hay espacio para una ultraderecha fuerte, lo hay para dos. El ejemplo más claro es Murcia. Allí SALF es cuarta fuerza y logra su mejor resultado, un 6,58%. Pues bien, en Murcia es también donde Vox logra su porcentaje más alto, el 15,86%.

El politólogo Eduardo Bayón observa un “ensanchamiento” del espacio ultra, beneficiado por la “estrategia de oposición” del PP, que ha normalizado la “deshumanización y deslegitimación” del adversario. Con su línea de “máxima dureza”, añade, el PP mantiene el liderazgo electoral, pero no logra laminar a Abascal y, como efecto colateral, genera el “caldo de cultivo” del que brota Alvise. Antes de las elecciones, el sociólogo Iago Moreno, observador del fenómeno Alvise, ya advertía de esta “ampliación” del terreno extremista, similar a la ocurrida con la entrada de Aliança junto a Vox en Cataluña.

Con los datos del 9-J en la mano, Daniela S. Valencia, consultora y analista política, cree que Alvise no se quedará en una anécdota porque su movimiento está impulsado por una corriente profunda: el “desencanto” de un tipo de votante, sobre todo masculino y joven, que se socializa lejos de los medios y es permeable a noticias falsas. Valencia ve posible que Alvise, “desde las antípodas ideológicas de Podemos”, se beneficie del mismo fenómeno que Pablo Iglesias hace diez años, cuando tras irrumpir en las europeas recibió un aluvión de atención mediática que facilitó su crecimiento. Es la lectura que hizo el propio Alvise en la noche del domingo. “Si no nos conoce la gran mayoría y hemos sacado tres escaños, cuando nos conozca esta gran nación vamos a reventar las urnas”, gritó. “Ahora le viene a Alvise una propaganda enorme”, señala Valencia, para quien SALF va a ser “un primo hermano muy incómodo” para Vox.

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Coincide Eduardo Bayón: Vox tiene un problema. El politólogo señala que, pese al “ensanchamiento” del espacio, la división del voto podría reducir su representación en las provincias medianas y pequeñas en unas generales. “Por debajo del 12%, el sistema electoral te castiga”, resume. SALF también acarrea complicaciones para el PP, añade. ¿Por qué? No sólo porque le puede restar escaños a su aliado, sino porque aquilata el discurso de alerta contra la ultraderecha y espanta a otros posibles socios, responde Bayón. El PSOE ya ha comenzado a meter a Alvise en el bloque reaccionario. Esto, a su vez, le da mayor visibilidad. Un círculo vicioso.

Mientras el terreno a la derecha del PP crece al tiempo que se fragmenta, en el espacio a la izquierda del PSOE también hay división, pero en un espacio menguante con dos proyectos en una espiral de destrucción mutua. Sumar y Podemos totalizan el 9-J menos de 1,4 millones de votos, sin llegar al 8%, cuando en 2019 el partido morado e IU superaron el 10% y en las generales Sumar se fue más allá del 12%. La caída en número de votos es de vértigo: más de 875.000 con respecto a Podemos e IU en las europeas de hace cinco años, más de 1,6 millones con respecto a Sumar en las generales de 2023, si bien son cifras que hay que manejar con cautela porque en ambos casos las participaciones fueron mayores.

Daniela S. Valencia resume así el cuadro general: “Sumar y Podemos se están haciendo añicos. Podemos, con su mejor carta electoral [Irene Montero], queda por detrás de Alvise. Sumar no cumple su objetivo de lograr el escaño para IU”. Hay un detalle cruel para la formación liderada por Antonio Maíllo: en Andalucía, la comunidad donde presume de mayor arraigo, Sumar queda por detrás de Alvise.

La salida de Yolanda Díaz es una expresión de la profundidad de la crisis de Sumar, al tiempo que constituye la oportunidad para una posible redefinición del proyecto y de su relación con Podemos. Si para la eficiencia del voto de extrema derecha en unas generales la entrada de otra papeleta sería problemática, en el espacio a la izquierda del PSOE, con porcentajes siquiera parecidos a los vistos al domingo, la división sería “catastrófica”, afirma Bayón.

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Sobre la firma

Ángel Munárriz
Ángel Munárriz (Cortes de la Frontera, Málaga, 1980) es periodista de la sección de Nacional de EL PAÍS. Empezó su trayectoria en El Correo de Andalucía y ha pasado por medios como Público e Infolibre, donde fue director de investigación. Colabora en el programa Hora 25, de la SER, y es autor de 'Iglesia SA', un ensayo sobre dinero y poder.
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