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Los policías relatan el deseo de morir del maquinista del Alvia: “La he jodido. Madre mía, lo que he hecho”

“Algún día tendría que pasar”, exclamó Francisco Garzón sobre la falta de medidas de seguridad en la vía y la dependencia total del conductor

Un familiar de una víctima del Alvia sujeta una pantalla que reproduce el documental 'Frankenstein 04155', con una imagen que recoge las cifras del accidente del Metro de Valencia, donde fue perito judicial Andrés Cortabitarte, procesado en el 'caso Angrois'. Foto: ÁLVARO BALLESTEROS (EUROPA PRESS) | Vídeo: EPV

El mayor desastre de ferrocarril de España, después del de Torre del Bierzo en 1944, se produjo por exceso de velocidad al tomar la curva de A Grandeira, en Santiago, tras un trayecto monótono, un rosario de túneles y viaductos con unos 80 kilómetros prácticamente en línea recta. El maquinista reconoció desde que puso el pie en tierra, y sigue manteniéndolo nueve años después, que perdió la noción del punto en el que se encontraba: creyó que estaba en un túnel anterior al que le llevaba de cabeza a la trampa mortal. Nada más salir de la locomotora siniestrada ayudado por un policía nacional, aquella tarde del 24 de julio de 2013 empezó a autoinculparse, pero también achacaba el descarrilamiento a la falta de señales en la vía y de sistemas de seguridad que dejaban la suerte de los pasajeros “a expensas” del piloto. Así lo han recordado hoy varios de los agentes que intervinieron en el rescate y han testificado en la cuarta sesión del juicio en el que el conductor, Francisco Garzón, es acusado junto a Andrés Cortabitarte, exdirector de Seguridad en la Circulación de Adif (Administradora de Infraestructuras Ferroviarias). Lo primero que espetó a los policías Garzón aquel atardecer, en “estado de shock”, herido, “muy nervioso”, “triste” y “preocupado por los pasajeros” fue “la he jodido”.

“Un policía lo sacó del tren y lo condujo hacia mí”, ha rememorado esta mañana el comisario de la brigada de la Policía Judicial en A Coruña, que se encontraba en Santiago en medio del despliegue de la fiesta grande de la capital de Galicia (25 de julio). “Venía andando, sangrando por la cabeza” y dijo “la he jodido, venía a 190 kilómetros por hora. ¿Hay algún herido? ¿hay algún herido?”, preguntó Francisco Garzón con insistencia. El comisario le pidió que “se tranquilizase”: “¿Cómo voy a estar tranquilo, si habrá personas heridas?”, le respondió el maquinista angustiado. El balance final de la tragedia fue de 80 muertos y 145 heridos. El mando de la policía ha explicado que en aquel momento, con Garzón responsabilizándose de los hechos, todavía reinaba la confusión sobre las causas del siniestro en el que un vagón que cargaba gasoil ardía por completo, otro había salido volando hasta el campo de la fiesta del barrio de Angrois y otros habían perdido la pared lateral por el arrastre contra el hormigón. “No sabíamos lo que había pasado allí. Olía a quemado e incluso a amonal, que es una sustancia explosiva. Cabía la posibilidad de que hubiese un artefacto [un atentado en la víspera de las fiestas], pero él [Garzón] nos hablaba de la velocidad”.

El conductor del Alvia todavía no estaba detenido cuando fue trasladado por dos policías al hospital de Santiago. Iba “escoltado”, han asegurado hoy los agentes que han testificado en el macrojuicio, para protegerlo de “posibles agresiones” de familiares de víctimas. “Madre mía, lo que he hecho. Ojalá me pasara a mí”, ha contado que decía el maquinista uno de los que lo acompañaron al centro sanitario. “Eran comentarios espontáneos, de lamentación, de remordimiento. Dijo que había perdido las referencias... que pensaba que estaba dos túneles antes”, ha declarado este testigo de las primeras horas del accidente. “Él asumía como su responsabilidad el tener que frenar”, ha seguido describiendo el agente, “explicaba que no había señales, que aquello era algo muy rudimentario, y añadió: ‘Si yo me equivoco no hay nada que lo remedie. Tenemos unas referencias [espaciales, pero no señales] y yo me despisté. Algún día tendría que pasar, porque esto depende solo de la persona”. El cuarto policía nacional citado para la sesión de este martes ha confirmado el testimonio de su compañero y ha recalcado los deseos de morir del maquinista: “Prefería no haber sobrevivido”.

Para “evitar intentos autolíticos”, ha descrito el jefe de la Policía Judicial, cuando fue detenido y trasladado a los calabozos el maquinista estuvo en todo momento vigilado por cámaras apuntando hacia él y custodiado por un agente. Pese a este cerco tan estrecho, este responsable dijo que no le “constaba” que Garzón estuviese, como él declaró el segundo día del juicio, todavía convaleciente, con tres costillas rotas y pneumotórax, razones que le impedían acostarse en el camastro de la celda. El conductor del tren explicó ante la jueza, María Elena Fernández Currás, que tuvo que sentarse en el suelo del calabozo porque pidió una silla y en la comisaría no se la dejaron. “Si nos hubiese dicho que tenía dolor le hubiéramos llevado al médico”, ha zanjado este martes el policía.

El interventor negó “dos veces” la llamada

El encargado de la instrucción ha asegurado que solicitó información técnica sobre la señalización de la vía y las condiciones de seguridad a Renfe y a Adif y que las empresas públicas le contestaron que era el maquinista el que “tenía que saber el cuadro de velocidades”. El responsable del equipo que inició la investigación de las causas del accidente también ha aclarado que fue el 31 de julio, después de que le incautasen los móviles a Garzón, ya detenido el maquinista, cuando descubrieron que había recibido y atendido una llamada entrante. Esta llamada en el teléfono corporativo de Renfe, que según Garzón está obligado a contestar por estar relacionada con el servicio a los viajeros, era del interventor que viajaba en aquel tren procedente de Ourense con destino Ferrol. Con una hora de antelación sobre la de llegada a Pontedeume (parada ya próxima a Ferrol), el empleado preguntaba al maquinista sobre los andenes del apeadero de la localidad coruñesa porque había una familia que iba a bajarse allí. La conversación con el interventor, que duró 100 segundos, fue lo que provocó que el conductor perdiese la noción del túnel que atravesaba y no tuviese tiempo de frenar (de los 200 hasta los 80 kilómetros por hora) al llegar a la curva.

El jefe de la Policía Judicial ha confirmado hoy que el interventor, Antonio Martín Marugán, negó “dos veces” en sus primeras declaraciones tras el accidente que existiese esa llamada. El agente también ha detallado que el trabajador del tren estuvo ilocalizable cuando trataron de contactarlo por teléfono. Además, le preguntaron sobre la llamada al vigilante de seguridad que estaba presente y, según el secretario del atestado policial, no quiso contar nada: “Dijo que no iba a contestar hasta que hablase con sus superiores de Renfe”. En la sesión de este miércoles de este juicio que se prolongará nueve meses está llamado a testificar el autor de la llamada que acabó en tragedia.

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