Feijóo y Díaz dejan el debate para las elecciones
Sánchez sale reforzado, el Gobierno desconfiado, los socios mosqueados, Feijóo inédito, el PP desorientado y expectante y Yolanda Díaz sumando adeptos por las calles de España
En ninguna de las grandes fotos de portada de este XXVI Debate del Estado de la Nación sale un primer plano de Alberto Núñez Feijóo. Mal asunto. En la primera jornada, el martes, el presidente, Pedro Sánchez, volvió a demostrar su capacidad de resiliencia y sorpresa y dio un vuelco a los que le presumían casi en un ciclo de salida o predispuesto a otra crisis interna. Su discurso parecía un compendio de los 25 grupos de trabajo en que ha desglosado Yolanda Díaz su proyecto político de Sumar. Ese día la imagen más destacada fue la de la bancada del Gobierno y del PSOE aplaudiendo al presidente entusiasmados, con la excepción precisamente de Díaz, más absorta. Estaba enferma. El giro a la izquierda de Sánchez le gustó. Y también a los demás socios. Sobre eso no hay divergencia. Pero éstos ya no se fían de palabras y lanzan cada vez más avisos. Feijóo apareció esa jornada por momentos entre descolocado y atónito. No fue su debate ni al PP le salieron sus planes, según admiten de manera bastante generalizada, con su portavoz ocasional, Cuca Gamarra, embarrada en rescatar lo peor de ETA y del terrorismo derrotado. Todos están pensando ya en el colofón de la legislatura y Sánchez, Feijóo y Díaz en cómo situarse para las próximas elecciones.
El presidente Sánchez inició la sesión el martes remontándose al retrato de una España “más débil y frágil” en 1983, durante el primer Debate de la Nación aceptado por el entonces novato presidente Felipe González, para destacar y comparar todo lo que se ha cambiado desde entonces. El país y las Cortes. En las actuales no pervive nadie de entonces y apenas cuatro parlamentarios del anterior debate, hace siete años, cuando empezaron a irrumpir en España los partidos que rompieron el método bipartidista.
Al presidente, algunos ministros, asesores y colaboradores, los pocos que se atreven, le han aconsejado hace meses que debería salir más de la burbuja de La Moncloa, mostrar más empatía y cercanía a la gente que lo está pasando mal y abrir más el abanico de actos y foros en los que participa. La propia Díaz sostuvo, el domingo pasado en una entrevista en EL PAÍS, que en ocasiones a este Gobierno de coalición le falta algo de “alma”. Durante los 40 minutos iniciales de su discurso, Sánchez habló naturalmente de la guerra en Ucrania y de sus tremendas consecuencias en el marco internacional. Pero también no eludió los avisos sobre las repercusiones que está teniendo ya en España y las que podrían multiplicarse a partir del próximo otoño. “No podemos descartar nada”, concedió “sin rodeos”. A partir de ese momento encadenó hasta 14 anuncios de medidas, promesas y compromisos de carácter más social y progresista que los plasmados hasta ahora por el Ejecutivo, que deberían marcar la agenda para el final de la legislatura. También se reservó un capítulo de ataques al nuevo PP del tándem Feijóo-Gamarra, pero para equiparlo “en crispación, ruido y decibelios” al de Pablo Casado y su escudero Teodoro García Egea.
Los escaños socialistas, los de Unidas Podemos y los de los socios habituales casi estallaron de emoción. Todos los que le conocen saben de la capacidad de resurgimiento de Sánchez y allí mismo constataron que había vuelto a suceder. Feijóo se marchó del hemiciclo para comer con los suyos y tampoco habló ante los casi 400 periodistas acreditados de 92 medios. Gamarra acudió a la sala de prensa para el carrusel de valoraciones, y no articuló un mensaje ordenado. Sencillamente no le dio ningún crédito a las ofertas de Sánchez. El PP eludió dar la batalla burocrática en el Congreso para forzar una intervención de Feijóo ante el pleno que no está prevista ni prohibida en el reglamento, pero tampoco quiso librar la mediática. Dicen en su equipo que no querían restarle foco a Gamarra. Que tendrá otras ocasiones, ¿o no?, de medirse si el presidente accede a volver a someterse a su control en el Senado. Que no era aún el momento de Feijóo, porque La Moncloa había jugado con la fecha para situarla cuando mejor le convenía al presidente. ¿Estrategia o disculpas?
El PP de Feijóo había anticipado que su réplica se centraría en reafirmar que España está en peor estado ahora tras el paso de Sánchez por La Moncloa, en todos los aspectos, pero fundamentalmente en el económico e institucional, que es como se refieren a todo lo demás. Gamarra, sin embargo, se puso a hablar de ETA, de Miguel Ángel Blanco, el edil popular de Ermua asesinado hace 25 años; regateó a la presidenta para forzar un minuto de silencio no acordado previamente como se debía y en su traje blanco destacaba el lazo azul que entonces fue el símbolo de aquel espíritu perdido de unidad frente al terrorismo. Miró mucho a Feijóo, al que citó varias veces como “el presidente de mi partido”. Parecía estar pasando un examen. Y si fue así, no lo superó, incluso para numerosos diputados de su formación, que luego trataron de disculparla en los corrillos argumentando que lo relevante es que en la mitad sur de España, de Madrid para abajo, a Sánchez ya no le cree nadie y lo único que se está a la espera para que irrumpa Feijóo como presidente es de que se convoquen ya las elecciones.
El presidente, como es obligado, aguantó en su escaño casi los tres días largos que duró el debate, con pequeñas interrupciones para dormir algo. No se acercó a los periodistas en ningún instante para comentar nada. Solo el veterano Miguel Ángel Aguilar logró pararle cuando accedía a su coche unos segundos para intercambiar unas anotaciones sobre un libro de Santos Juliá y las distancias recorridas entre aquel PSOE del no a la OTAN y el actual, de cuya reciente cumbre de Madrid Sánchez salió también reluciente en muchas fotos. El presidente le pidió el ejemplar pero el periodista se lo negó porque lo tenía muy subrayado y anotado. Los ministros del sector socialista que sí se aparecieron por los pocos patios y pasillos que aún quedan sin acotar para el trabajo de los periodistas en el Congreso en esta fase postpandemia lo que transmitían era ilusión, alivio, sensación de que Sánchez y ellos estaban de vuelta, con opciones de dar la pelea a las encuestas y de que hay partido ante la próxima e inminente campaña.
Durante los tres días de debate, sin embargo, en los escaños reservados para el Gobierno apenas se sentaron el presidente, la vicepresidenta Díaz, dos ministras de Unidas Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, y el omnipresente Félix Bolaños, que lo mismo defendió al final la nueva y polémica ley de Memoria Democrática que el decreto anticrisis. Bolañós acabó tan crecido que hasta tuvo tiempo a la salida del Congreso, después de tres días de euforia para el PSOE, de pasarse por la Casa de América para entregar unos premios y repetir allí la buena nueva del reactivado gobierno progresista.
El flanco socialista y de Unidas Podemos de la Cámara aguantó en sus sitios casi las tres maratonianas jornadas. Parecía preparado. Feijóo, Gamarra y bastantes diputados del PP, como Santiago Abascal, de Vox, aprovecharon muchos huecos para resolver fuera otros cometidos. Algunos de esos parlamentarios le reprocharon a Sánchez lo poco que comparece por el Congreso (17 veces este mandato) y luego se marcharon.
El último día, antes de las 138 votaciones de las resoluciones, se registraron tres nuevas fotos más que simbólicas. Sánchez y Díaz compartieron muchas bromas, sonrisas y confidencias. El histórico Nicolás Sartorius le lanzó un beso desde la tribuna de invitados a la vicepresidenta y Díaz le explicó al presidente que le quiere como a un segundo padre, con permiso del bregado sindicalista ferrolano Suso Díaz, que siguió el debate por la tele y no daba crédito a un formato tan largo, pesado y antiguo. La otra foto la forzó Feijóo al convocar por Whatsapp, mientras hablaba Sánchez, una reunión de tabla ovalada en una sala del Congreso con 19 asociaciones de víctimas a la que cuatro, muy relevantes, le dieron plantón por el uso partidista de su dolor. Y la última imagen fue la de Díaz, de rojo Sumar, saliendo a la entrada del patio de los leones a recibir a Víctor Díaz-Cardiel, de 87 años, que fue detenido en 1965, torturado y condenado a 13 años de cárcel por pertenecer al PCE, y que se puso a hablar sin parar en pleno patio del Congreso, sin temor al sol tórrido, del proceso de Burgos y del incuestionable avance de reparar a todas las víctimas.
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