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El contraataque de Sánchez

El presidente del Gobierno da un giro inesperado que refuerza su posición

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras el pleno del Congreso el pasado jueves. Foto: KIKO HUESCA (EFE) | Vídeo: EPV
Carlos E. Cué

La política es casi siempre una mezcla imperfecta de números y estado de ánimo. El mismo día en que Pedro Sánchez celebraba su éxito en el debate del estado de la nación, que nadie se anima a negar, y el rearme de su mayoría con votaciones cómodas, Mario Draghi subía a la colina del Quirinal a dimitir.

El estado de ánimo del primer ministro italiano está intacto, como prueba el chiste que contó el martes a los corresponsales en Roma sobre los banqueros centrales, su trabajo antes de dirigir el Gobierno italiano: “Un hombre necesita un transplante de corazón y le ofrecen elegir entre el de un joven de 25 años en perfecto estado de salud hasta su muerte y el de un banquero central de 86.

—Quiero el del banquero— responde sin dudar.

—Pero, ¿por qué?

—Porque ese corazón nunca ha sido usado.”

Draghi tiene el ánimo, pero le fallan los números. Y está al borde del abismo, aunque solo Italia puede reinventarse y crear un Draghi bis con otra mayoría. En Italia y España se votaban el mismo día sendos decretos para paliar los efectos económicos de la guerra. Draghi dimitió porque el suyo salió adelante pero parte de su Gobierno, los diputados de Cinco Estrellas, no lo apoyaron.

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Mientras, Sánchez veía cómo su mayoría se ampliaba y volvía a rozar los 188 escaños que le dieron sus dos Presupuestos y le garantizan terminar la legislatura con un apoyo sólido. Si el anterior decreto del Gobierno con medidas contra la crisis tuvo el voto en contra de ERC y PP y salió por la mínima —176 a 172—, este tenía el apoyo de los republicanos y la abstención de los populares. Resultado final: 186 votos a favor, 51 en contra (Vox) y 108 abstenciones (PP y Ciudadanos). Números cómodos para Sánchez, que hacen de España la contracara de Italia o del Reino Unido, donde Boris Johnson cayó la semana pasada.

Al contrario, Sánchez sale claramente reforzado de una semana decisiva, algo que subrayan todos los políticos de la mayoría que apoya al Gobierno, pero admiten en privado incluso dirigentes de la oposición, que aun así siguen pensando que el mar de fondo arrasará al presidente a medio plazo. Sánchez termina, además, la semana con un acercamiento a ERC que le garantiza aún más estabilidad en su mayoría, tras la exitosa reunión con Pere Aragonès, e incluso le hace soñar con unos terceros Presupuestos Generales del Estado.

Hace poco más de una semana, en el PSOE y en Unidas Podemos había una alarma generalizada. El Gobierno no parecía tener ni ánimo —tras las andaluzas se estaba instalando la idea de que la victoria de la derecha es inexorable— ni números: la mayoría sufría por las tensiones internas por el aumento del gasto en Defensa y la crisis por la valla de Melilla hacía crujir de nuevo las costuras de una compleja mayoría en el Congreso. Mientras, Yolanda Díaz presentaba su proyecto Sumar con mucho más público del esperado y criticaba en EL PAÍS que al Gobierno “le falta alma”.

Los socialistas, especialmente ciclotímicos, parecían hundidos. El propio Sánchez confesó ante su Ejecutiva que están ante “el peor momento de la legislatura” y que el golpe andaluz ha sido “muy duro”. Incluso empezaban a escucharse críticas internas y había rumores de cambios en el Gobierno y en el PSOE. Estos últimos no han desaparecido, y aún se esperan más movimientos de Sánchez antes de arrancar la nueva temporada en septiembre, cuando también empezará una larga campaña electoral para las municipales y autonómicas.

Pese al batacazo andaluz, muy superior al esperado, en La Moncloa tenían un plan claro de remontada. Primero, gran decreto de medidas; después, cumbre de la OTAN; y por último, debate del estado de la nación. Melilla descolocó todo y abrió un nuevo boquete en la izquierda que desconcertó a La Moncloa, que tardó en reaccionar. Sin embargo, en el entorno de Sánchez insistían: “La clave es el debate, ahí llegará el giro”. Si tomamos como termómetro el PSOE y su bancada, el giro fue de 180 grados. Del hundimiento a la euforia.

“Aquí empieza la remontada. Sánchez ha demostrado por qué está ahí. Cualquier otro se hundiría con el golpe andaluz y las encuestas de estos días. Él ha salido ahí a demostrar que no se rinde y que tiene el mejor instrumento que hay en política para marcar la agenda y salir a la ofensiva: el Gobierno. Y no va a quedarse quieto. Luchará hasta el final. Hay partido”, sentenciaba un ministro.

Esa sensación está muy extendida tras el debate: por encima de las medidas, lo que Sánchez ha trasladado esta semana es una idea clave en política: él no es el Zapatero de 2011, que no pudo ni presentarse. Él lleva cuatro años en el poder, no tiene ninguna intención de dar un paso atrás y está convencido de que puede ganar en 2023.

Los dos anuncios clave, el impuesto a las energéticas y la banca y la gratuidad de los bonos para trenes de corta y media distancia que dependen de la Administración central, además del aumento de las becas, descolocaron a todos. También al PP, incapaz de reaccionar, perdido en un regreso a ETA que le sirve para quitar espacio a Vox, pero a la vez coloca al PP de Núñez Feijóo muy cerca del de Pablo Casado, algo de lo que en teoría quería huir el líder gallego.

A los populares, que sufrían la anomalía de que su líder no podía protagonizar el debate porque no es diputado, no les salió bien este cruce. Lo admiten incluso algunos diputados del PP en privado, que reconocen que la apuesta por volver a ETA no salió como esperaban: Gamarra forzó un minuto de silencio por Miguel Ángel Blanco para ver si los diputados de Bildu y otros se quedaban sentados, pero se levantó toda la Cámara, y el PP ha recibido críticas de muchas víctimas, incluida Consuelo Ordóñez, la hermana de Gregorio, un referente para los populares.

Sin embargo, otros dirigentes, incluso el propio Feijóo, piensan que esta estrategia es de largo recorrido y que hay una franja de votantes socialistas que se pueden pasar a los populares por los acuerdos de Sánchez con Bildu y ERC. Como prueba, apelan a las críticas de Felipe González a la nueva ley de memoria y los manifiestos de algunos exministros socialistas en este sentido. Algunos destacados miembros del PSOE consideran que, precisamente por esta estrategia tan evidente de los populares, ha sido un error darles argumentos pactando la ley de memoria con Bildu en vez de dejarla aparcada como parecía hace un año, aunque otros insisten en que era prioritario sacar ya la ley porque muchas víctimas están en sus últimos años de vida.

Empatía

En la bancada progresista piensan que el PP ha cometido un error garrafal y concluyen que Sánchez arrasó en el debate por incomparecencia del rival. Mientras, los socios del PSOE están felices porque creen que ha habido un claro giro a la izquierda. ¿Lo hubo? Parece evidente que sí. Pero algunos ministros lo discuten. “Una semana nos achacan un giro al centro por la cumbre de la OTAN y la otra, un giro a la izquierda por el impuesto a la banca. Lo que está haciendo Sánchez es ocupar la centralidad política, no el centro. Es el gran protagonista de la escena. Y eso es lo más importante en política”, resume uno de ellos.

Otros destacan una cuestión de fondo: Sánchez ha dado con un nuevo tono, que estrenó en el debate, más empático, más directo y menos autocomplaciente. Pero sobre todo, con la reacción furibunda de las grandes energéticas y la banca y de importantes sectores de la gran empresa, tiene algo nuevo y muy valioso en política: un rival, un enemigo poderoso.

Sánchez lo dejó muy claro en el debate: entre la clase media trabajadora y las grandes empresas con beneficios extraordinarios, elegirá a la primera. El presidente, que ganó las primarias de 2017 con un mensaje contra el establishment del PSOE, que lo había echado, ahora quiere conectar con su electorado con un nuevo poder al que enfrentarse: los grandes beneficiados de esta crisis. Casi nadie duda de que el primer asalto de esta nueva batalla le ha salido muy bien. Pero queda por delante el otoño y, sobre todo, un largo invierno que marcará el resultado final de esta nueva vuelta de tuerca de la política española.

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