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Las 100 horas que quemaron el corazón de la sierra de la Culebra

La escasez de medios de Castilla y León y el calor extremo agravaron un incendio que ha arrasado 30.000 hectáreas en Zamora

Agentes forestales y bomberos luchan contra el fuego que calcina la sierra y que se acerca a zonas habitadas como Junquera de Tera (Zamora).
Agentes forestales y bomberos luchan contra el fuego que calcina la sierra y que se acerca a zonas habitadas como Junquera de Tera (Zamora).Óscar Corral

El tiempo se detuvo a las ocho de la tarde del miércoles 15 de junio en la sierra de la Culebra. Varios rayos desataron una pesadilla de fuego, destrucción y miedo que atrapó a Zamora durante 100 horas, cuatro días, una eternidad que ha teñido de negro 30.800 hectáreas de reserva de la biosfera, el mayor incendio de la historia de España. Este es el relato de esos días que unieron a vecinos y bomberos en jornadas extenuantes contra el fuego en una provincia escasa en inversiones, empleo y esperanza, y cuyo patrimonio natural ha quedado arrasado.

El incendio viene de lejos. El fuego empezó en el paraje boscoso de la Pedrizosa, en Ferreras de Abajo, el miércoles 15. Los brigadistas y los habitantes, hartos de dejadez institucional y desolados por el dolor, aseguran que todo viene de lejos. Viene de los bosques no desbrozados convertidos en yesca, con matorral seco y sin cortafuegos cuidados que impidan la expansión de las llamas. Pero viene también de los despachos: la Junta solo declara riesgo alto de incendio a partir del 1 de julio, como si estos siguieran un calendario, algo que otras comunidades anticipan a junio. Tampoco atendió los avisos de riesgo extremo de la Agencia Estatal de Meteorología. Aquella tarde solo trabajaba un técnico de guardia, frente a los cinco que están previstos con una alerta más alta; solo había tres camiones de incendios y no los 14 propios del nivel máximo, y las torres de vigilancia apenas tenían operarios.

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El nivel medio conlleva menos efectivos, pues reduce el personal disponible, sus turnos o los despliegues nocturnos, y dificulta apagar las primeras llamas, momentos cruciales para que no se descontrolen, según afirman los 15 bomberos contactados por EL PAÍS, que no quieren que aparezca su nombre por miedo a represalias: “La falta de medios fue el día de la tormenta, con todas las cuadrillas activas podrían haber apagado todos los focos”. Ellos cifran en un 35% los efectivos disponibles el primer día. La Junta lo niega y responde que se reaccionó bien ante la “simultaneidad y complejidad” del desafío.

Un bombero lucha contra el fuego en el incendio forestal de la sierra de la Culebra (Zamora)
Un bombero lucha contra el fuego en el incendio forestal de la sierra de la Culebra (Zamora)ÓSCAR CORRAL

Sequía, fuertes vientos e impotencia. Las altísimas temperaturas de la noche del miércoles, azuzadas por fuertes vientos e inflamadas por la sequía pertinaz, tiñeron de naranja el entorno de Ferreras de Arriba, que con 370 vecinos es una de las localidades más pobladas de la sierra de la Culebra. Victoria Remesal, de 80 años, recuerda con pavor la impotencia que la embargaba y evoca su juventud, cuando no se hablaba del cambio climático: “Hace años, en la sierra llovía; ahora solo caían rayos y rayos, y según está todo de seco…”.

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El nivel de alerta sube. El nivel 1 de alerta, sobre un máximo de 3, se tornó en nivel 2 a la 1.40 del jueves. Dos horas y media después, aparecieron 117 miembros de la Unidad militar de emergencias (UME) para reforzar el dispositivo, superado en una noche calurosa que agravó la situación en esos 120 kilómetros de perímetro y que amenazaba Ferreras de Arriba, Ferreras de Abajo, Villardeciervos y Riofrío de Aliste.

Miércoles noche. 26 poblaciones evacuadas. La Consejería de Medio Ambiente argumenta que, desde la noche del miércoles 15, el frente “estaba fuera de capacidad de extinción”, algo que niegan los operarios apoyados en datos de la propia Junta: entre el miércoles y el jueves el incendio consumía unas 50 hectáreas por hora. Ese ritmo es “asequible” si hay manos suficientes, señalan los bomberos. Cuando la velocidad asciende, como el jueves por la noche y el viernes por la mañana, a 515 hectáreas por hora, “no hay nada que hacer”.

Varias cuadrillas trabajaron en turnos de hasta 14 horas ante la intensidad de los focos, con apenas tiempo para descansar antes de reincorporase, afirman los bomberos. Pero la resistencia ante el fuego fracasaba: en algo más de 24 horas había ya 10.000 hectáreas perdidas. En total, fueron evacuadas 2.690 personas de 26 poblaciones, según la Guardia Civil.

Jueves. 21.30. Fuera de la capacidad de extinción. Ante la catástrofe en ciernes, la UME recurrió a una sección que estaba descansando: a las 21.30 del jueves se produjo un “avance de manera extremadamente rápida, descontrolada y fuera de capacidad de extinción”. Los más de 35 grados, la escasa humedad y el fuerte viento se aliaban con las lenguas de fuego, salvajes, ante dispositivos desbordados. Esa noche, Zamora asumió que la cosa iba en serio. El fuego crecía y forzaba evacuaciones, con ancianos desplazados y alojados en polideportivos sin saber qué sería de sus casas.

3.00. La guardia Civil tocaba timbres en Cabañas de Aliste. A las tres de la mañana la Guardia Civil tocaba timbres en Cabañas de Aliste. A las cuatro, en Pobladura de Aliste, Las Torres de Aliste, Palazuelo de las Cuevas y Mahíde; y a las cinco, en San Pedro de las Herrerías: había que irse de allí. Ocho pueblos más corrieron la misma suerte durante un viernes extremadamente duro que llevó la tensión a Villar de Farfón, donde la Guardia Civil se apresuró a rescatar vecinos cercados por frentes ardientes.

Somos los grandes olvidados, esto es la España vaciada. Pagamos impuestos como en la ciudad, para la mitad de servicios”

Javier Talegón, biólogo

La noche del viernes fue catastrófica. La noche del viernes al sábado, destaca el biólogo Javier Talegón, fue catastrófica: “En pocas horas quemó 10.000 hectáreas, se comió el corazón de la sierra de la Culebra”. Talegón, que teme por el futuro de la fauna y los lobos de la reserva, censura que ante catástrofes como la erupción en La Palma se envían recursos y atención que Zamora no recibe: “Somos los grandes olvidados, esto es la España vaciada. Pagamos impuestos como en la ciudad, para la mitad de servicios”.

La plataforma ciudadana ‘La Culebra no se calla’ convocó el 21 de junio una manifestación para exigir ayudas urgentes para la recuperación de la zona afectada por el incendio de la sierra de La Culebra.
La plataforma ciudadana ‘La Culebra no se calla’ convocó el 21 de junio una manifestación para exigir ayudas urgentes para la recuperación de la zona afectada por el incendio de la sierra de La Culebra. Emilio Fraile

En Otero de Bodas, un pelotón de la UME protegió los surtidores de las inminentes llamaradas que se desataron el sábado y consiguió salvar la gasolinera. La empleada Marta Pereira solo sentía humo y miedo: “Recogimos el butano para evitar males mayores”. Los frentes no entendían de carreteras o embalses y saltaban de copa en copa en su carrera destructiva.

Zamora se ennegrece y su gente empieza a moverse. Zamora se ennegrecía y su gente empezó a moverse. Miguel Alonso, de 26 años, condujo el sábado temprano desde la ciudad de Zamora para colaborar en el pequeño pueblo de Codesal, cuyo alcalde faenaba con el tractor para “contener el caos”. Los dispositivos de Portugal, Cantabria, Galicia, Madrid, Extremadura y Castilla-La Mancha y hasta 383 agentes de la UME seguían luchando contra el fuego junto a los medios autonómicos.

Uno de los bomberos autonómicos asegura que, a ratos, apenas el 20% del dispositivo era de Castilla y León y que su “obsoleto” sistema de comunicaciones les obligaba a recurrir a sus móviles personales, pese a que no siempre hay cobertura.

La escasez de medios convirtió en imprescindibles a los mejores conocedores del territorio: sus habitantes. Tres miembros de la autoproclamada “cuadrilla de salvar nuestra casa” observan el manto negro. Los hermanos Óliver e Iván Castedo y María Ballesteros, todos entre 36 y 37 años, suspiran.

El sábado, el fuego engulle la sierra. El sábado, el fuego engullía la sierra y ellos reaccionaron por WhatsApp: aquellos que burlaron los controles de la Guardia Civil, que impedía pasar para evitar daños humanos, acudieron a los montes. Los tractoristas desbrozaban y abrían sendas para las brigadas. Otros jóvenes portaban humildes mochilas de sulfatar que llenaban de agua en los depósitos donde abrevan las vacas. “Es tu casa y tu forma de vida”, suspiran los voluntarios, que convencieron a operarios desbordados que intentaban echarlos: “No estaban para elegir, nosotros intentábamos que lo pequeño no se hiciera grande”. Estos tres amigos piden incidir sobre la labor de los bomberos portugueses que durmieron al raso o en las cunetas de las carreteras tras demasiadas horas de esfuerzo sin tregua.

El domingo empieza a llover. Las brigadas oficiales y el apoyo popular seguían batallando contra el incendio cuando la climatología, la misma que inició el desastre, lo contuvo el domingo. Empezó a llover. La tierra se enfrió. El incendio empezó a detenerse. “Dicen Mañueco y Quiñones [Juan Carlos Suárez-Quiñones, el consejero de Medio Ambiente, del PP] que nuestro dispositivo precario apagó el fuego, pero no se habría apagado si no hubiera llovido y parado el viento. La falta de medios no fue el sábado o el domingo, sino el miércoles”, expone un bombero. La noche del domingo, 100 horas después del rayo fatídico que tardará en olvidarse, nació la nueva y extraña normalidad de la sierra de la Culebra, con una parte importante carbonizada.

El protocolo de lucha contra incendios en Castilla y León es de 1999. En 2018, Suárez-Quiñones sostenía que mantener el operativo todo el año es “absurdo y un despilfarro”. Según los profesionales, salen mucho más caras las extinciones y las compensaciones que prevenir y ampliar el contingente. Esta medida la rechazaron PP y Vox, que gobiernan en coalición, el miércoles en las Cortes.

El presidente de la asociación de bomberos de Castilla y León, José Ignacio García, lamenta que aparte de las “malas circunstancias”, los políticos fallaron: “Había gente dispuesta para trabajar pero estaban en su casa”. “Nos han matado en vida, nos han dado la puntilla”, lamenta emocionado este zamorano. García alude al incendio de Ávila del pasado agosto, con 22.000 hectáreas carbonizadas en lo que, hasta hace poco, era el peor incendio de la historia de la comunidad: “No han aprendido nada”.

La Junta que preside Alfonso Fernández Mañueco, del PP, en coalición con Vox, ha destinado 35 millones de euros para un plan de recuperación de la zona. El dispositivo anual completo cuesta 65 millones, 100 si se ampliara a todo el año y no solo al verano. Apagar la sierra de la Culebra ha costado unos 180.000 euros, según la asociación profesional sindical de agentes medioambientales.

La consejería admite que los turnos no estaban a pleno rendimiento pero que enviaron “recursos extraordinarios”. Tardíos, matizan las brigadas, allí donde hasta los carteles, ahora chamuscados, avisan: “No tire colillas, peligro de incendio”.

Un cártel, en Villardeciervos, advierte del peligro de incendios forestales
Un cártel, en Villardeciervos, advierte del peligro de incendios forestalesLuis Sevillano

La catástrofe trasciende lo medioambiental. La catástrofe, insisten los lugareños, trasciende lo medioambiental. Las setas atraen a miles de personas cuyas licencias financian a pequeños ayuntamientos. Las casas rurales aprovechan la riqueza biológica, también cotizada por los cazadores, donde el avistamiento de lobos es una fuente de ingresos para la zona. Ahora solo hay silencio. No queda fauna ni pájaros gorjeando. Estos gastos impulsan una zona donde lo más parecido a una industria es la madera de pino… que también ha agravado el desastre.

El biólogo Javier Talegón, especialista en el lobo ibérico, critica que estos árboles no autóctonos ahora abundan sobre los viejos castaños y robles, que tardan más en arder. Las ascuas aún humeantes impedirán disfrutar de las flores que normalmente cubren los terrenos. Una lástima para la vista y el olfato; un horror para los apicultores que viven de miles de abejas abrasadas. Las lágrimas surcan el rostro de Yolanda Codón. Miles de euros perdidos en miel e instalaciones, solo incógnitas sobre dónde instalar a las supervivientes: “Vamos a estar dos o tres años sin flores”.

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Los profundos ojos azules y la sonrisa de Josefa Ferreras, de 80 años, se ensombrecen al mencionar cómo la desalojaron de Ferreras de Arriba. “El terreno es igual ya”, musita, con las manos tras el mandil, viendo tiznados esos castaños que plantaron sus ancestros. Sus hijos, como tantos en la provincia más envejecida de España y que en 2033 será la más anciana de Europa, viven fuera: “Aquí no hay trabajo”. Su marido, Manuel Villar, de 86, tiene cita médica en Tábara, pues el consultorio local solo funciona con cita previa. Difícil sembrar futuro en lugares quemados por el abandono. Su esposa se despide de él y se santigua, solemne, rezando para que el doctor dé las buenas noticias que el destino ha negado para Zamora.

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