La indignación crece sobre las ascuas del incendio en la sierra de la Culebra
Los afectados por el fuego que ha quemado más de 30.000 hectáreas denuncian inacción de las autoridades y lamentan el daño que ha sufrido la zona
Llueve agua bendita sobre el infierno de la sierra de la Culebra (Zamora): este lunes, el cielo sigue gris y las nubes han sustituido al humo. Ya no se oye el crepitar de las llamas. Solo el goteo del agua sobre los árboles. El olor a suelo quemado interrumpe la paz siniestra de los bosques arrasados por un fuego que ha destruido más de 30.000 hectáreas. Parece imposible que los zamoranos, que han combatido las llamas mientras reclamaban más medios, olviden la tragedia ambiental y económica en unos pueblos que viven de este patrimonio natural. Imposible también elevar la vista y no ver las huellas de uno de los incendios más graves jamás registrados en España.
Todo por un rayo, aunque con matices. Una tormenta eléctrica el pasado miércoles por la tarde provocó las primeras chispas en este paraje natural. El calor sofocante, el viento intenso y la sequía agravaron la situación. Sin embargo, muchos en la zona piensan que las decisiones políticas han agravado el desastre. El discurso contra la gestión de la Junta de Castilla y León (gobernada en coalición por el PP y Vox) es coincidente entre los bomberos, ganaderos, vecinos o biólogos consultados, que critican que pese a las señales que apuntaban a un “infierno” con alto riesgo de incendio la Consejería de Medio Ambiente, liderada por Juan Carlos Suárez-Quiñones, declarara un “riesgo medio” y no alto, nivel establecido a partir del 1 de julio, que implica una menor movilización.
A José Ignacio García, presidente de la Plataforma de bomberos profesionales de Castilla y León, le tiembla la voz al hablar del desastre: “¿Qué más tiene que pasar? Hay que movilizar efectivos desde el principio, había gente en sus casas pidiendo ayuda, pero no eran avisados”. García trabajaba hace menos de un año para apagar el fuego de Navalacruz (Ávila), que hasta la semana pasada ostentaba el récord de superficie carbonizada en la comunidad con 22.000 hectáreas. “¡No se ha aprendido nada!”, expone el bombero, que dice estar “con el vello de punta” al comprobar la magnitud de la tragedia, y pide dimisiones. La escasez de recursos autonómicos se aprecia al ver decenas de vehículos de bomberos de otras comunidades y de la Unidad Militar de Emergencias surcar las carreteras, con las cunetas tiznadas de negro, mientras algunas brigadas extinguen los últimos rescoldos humeantes.
La destrucción trasciende lo meramente paisajístico, pues estas tierras dependen de la sierra. Las setas y licencias para su recogida en otoño llenan arcas municipales y casas rurales. También alojan a los avistadores de lobos. La apicultura también genera ingresos y la ganadería nutre estómagos y bolsillos. Uno de los encargados de vacas, en situación extensiva, César Panizo, señala los pastos tiznados de negro, próximos a sus lindes, que sus reses no podrán rumiar. “Me falta un animal”, lamenta. Las llamas rondaron las instalaciones y la Guardia Civil los evacuó para preservar su seguridad. El ganado se quedó aislado y solo la ayuda de los bomberos evitó que se abrasaran.
Las secuelas se aprecian en las reses que sí pisaron los prados en llamas: varias cojean con las pezuñas heridas y alguna tiene las ubres en carne viva con quemaduras. Los 115 animales “están de pena” y el avance de las lenguas de fuego le hicieron temer por su fuente de sustento: “Al menos puedo seguir con ellas y ganarme la vida, aquí no hay fábricas ni empresas”.
Más salvajes son los lobos que observa el biólogo Javier Talegón, que teme tanto que varias manadas se hayan desplazado de la sierra de la Culebra como que se evapore el turismo en torno a la especie: “Genera 1,8 millones de euros anuales en la zona, según un análisis del Gobierno de 2018″. Asimismo, censura que ante las previsiones de calor extremo la consejería no previera sucesos como este: “Hasta un niño de cinco años sabía que esto pasaría”.
Si lo sabían los niños, qué no sabrán Tomasa Moldón, de 76 años, y Victoria Remesal, de 80. Las dos mujeres analizan desde Ferreras de Arriba, otro de los municipios que fue desalojado, la falta de anticipación que propició la debacle. Moldón echó en falta más efectivos al principio de un incendio que ya sospechaban que algún día llegaría por la desatención sobre los bosques, la falta de lluvias y las altas temperaturas: “Fue un infierno”. “Qué susto, qué susto”, suspira Remesal, que carga como si nada un haz de ramas que utilizará para sostener las judías verdes que mima en su huerto, salvado gracias a que los bomberos profesionales y la colaboración popular evitaron que el fuego entrara en el pueblo. La zamorana, que lleva a San Cristóbal en un llavero, ha rezado sin parar desde que comenzó el drama: “Tengo muchísimos santos, pero me hacen poco caso”. Tampoco esos políticos a los que ruega dedicación atendieron los avisos de que los amarillos campos castellanos arden fácil en verano… y a finales de la primavera.
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