Surf, golf y deudas: así fracasó Cantabria en su intento por ser la capital del español
El Gobierno regional ha desembolsado cerca de 50 millones de euros en el Proyecto Comillas desde el año 2006
Una mañana calurosa de 2004, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, recibe en Moncloa a Miguel Ángel Revilla, que cumple el primer año al frente del Gobierno de Cantabria. Al salir de aquel encuentro, que se alarga más de dos horas, el líder del PRC (Partido Regionalista de Cantabria) confirma el respaldo del Ejecutivo al Proyecto Comillas, una iniciativa con la que pretende convertir la universidad de este municipio en “un punto de referencia para los mil millones de hispanohablantes del siglo XXI”. Más de 15 años después, el Centro Internacional de Estudios Superiores del Español (CIESE) de Comillas mantiene una deuda superior a los 6 millones de euros y los 48,5 millones que ha recibido del Gobierno cántabro desde 2006 —según las cuentas generales de la región— han servido para que apenas un centenar de alumnos se inscriban cada año a cursos de castellano y programas de surf, golf o alpinismo.
Ahora que la defensa del castellano se ha convertido en eje vertebrador de algunas políticas regionales, como sucede en Madrid con el órgano dirigido por Toni Cantó o en La Rioja, donde el Gobierno central quiere establecer “la capital digital del español”, Comillas puede servir como presagio. Preguntado por los resultados del proyecto comillano, Revilla reconoció en una sesión parlamentaria de la última legislatura que el sueño del español en Cantabria había fracasado: “El presente no es halagüeño y el futuro lo veo complicado”.
Estefanía García cursó el máster de Español como Lengua Extranjera (ELE) en el CIESE de Comillas hace dos años. Afincada ahora en Trondheim (Noruega), donde imparte castellano en un instituto, lamenta que la experiencia no cumplió sus expectativas: “El plan de estudios no me convenció. Cada asignatura duraba solo una semana y sentía que no se ahondaba lo suficiente en las materias”. Y añade: “El máster me pareció un trámite para conseguir el título. Eché de menos un enfoque práctico y mucho más realista, con actividades enfocadas a la enseñanza dentro del aula”.
Esta queja radica en el empeño del CIESE por expandir sus planes académicos más allá de la sede central. Tal y como detalla la Fundación Comillas en su página web, el centro ofrece programas a medida para “extender la enseñanza de la lengua española” lejos de la universidad. Así, los alumnos pueden estudiar mientras hacen surf, golf, vela o alpinismo a decenas de kilómetros de Comillas, algo que refuerza “el aprendizaje y la inmersión lingüística”, según la propia organización.
Relacionado o no con este aspecto, el CIESE de Comillas contó en el último ejercicio con 98 alumnos matriculados, casi un 30% menos que en 2018 y muy lejos de los casi 7.000 que cursan programas similares en la Universidad de Salamanca a lo largo del año. Eva María González, directora de la Fundación Comillas, alega que el desplome de matrículas en su campus se debe a la “realidad atípica” que han atravesado todas las instituciones académicas por culpa de la pandemia.
“Un derroche continuo”
El año pasado el “proyecto del siglo” de Revilla superó los 2,1 millones de euros de gasto, es decir, una media de 22.000 euros por cada alumno matriculado, más del doble de lo que arroja en la misma región la Universidad de Cantabria: 9.200 euros de media por plaza.
El CIESE ha acumulado un desembolso cercano a los 12 millones de euros desde 2018, primer año con cifras presupuestarias en el portal de transparencia. En el mismo periodo, los ingresos se han mantenido en 8,5 millones. Es decir, el centro gasta más de lo que recauda, una causa inequívoca de los números rojos que registra: en las últimas cuentas anuales, la deuda se elevaba hasta los 6,5 millones de euros.
Rubén Gómez, diputado de Ciudadanos Cantabria que acabó en el Grupo Mixto durante la última legislatura (2015-2019), señala que el déficit es mayor si se tiene en cuenta el “pozo sin fondo” que supone la Sociedad de Activos Inmobiliarios Campus Comillas (SAICC). Este órgano, encargado de gestionar las obras del campus, arrastró a la Fundación a mantener una deuda de 41,5 millones de euros con el Instituto Cántabro de Finanzas (ICAF) en 2015. La auditoría financiera que recoge estas cifras, a la que ha tenido acceso EL PAÍS, detalla que la Fundación se comprometió a abonar 3,5 millones de euros al ICAF de forma anual hasta 2031.
El informe, realizado en 2015 y solicitado en pleno por Rubén Gómez en 2017, refleja decenas de carencias documentales y califica la viabilidad de la Fundación Comillas con “opinión desfavorable”. El exdiputado del Grupo Mixto advierte del peligro que supone, todavía hoy, dividir la deuda en dos partes: “Al separarlo [entre CIESE y SAICC], la cifra parece menor, pero es una trampa. El agujero de dinero sigue siendo gigantesco”.
Desde su habitación en Trondheim, Estefanía García lamenta haber sido una de las afectadas directas: “Todas las actividades que ofrece la Fundación se hacen en Santander [a más de 50 kilómetros], cuando no más lejos; moverse supone mucho gasto y vivir en Comillas no es precisamente asequible”. Eso sí, como manifiestan varios alumnos consultados, la madrileña reconoce que las instalaciones de la universidad son “muy bonitas”.
Cuando el proyecto todavía era un boceto, poco después de aquel encuentro en Madrid con Zapatero, Revilla predijo que las “grandiosas” obras de Comillas concluirían en 2008. Más de una década después, los trabajos de remodelación siguen en marcha. El último, el acondicionamiento de la iglesia del Seminario Mayor, para el que se ha precisado una inversión de 1,8 millones de euros.
Desde que se decretó la inviabilidad del proyecto en 2015, la dirección del centro ha intentado reflotar el CIESE con la celebración de congresos y eventos de empresas, pero el retorno es mínimo: la Fundación Comillas le sigue costando a los cántabros cerca de cuatro millones de euros anuales. El lugar erigido para ser la capital mundial del español, ese destinado a ser un “hito de referencia universal”, es hoy un centro en el que un puñado de alumnos estudia castellano con surf, vela o golf a orillas del Cantábrico.
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