Diplomacia de altos vuelos
EL PAÍS se asoma a la trastienda de la política exterior española en una gira de nueve días con el ministro José Manuel Albares
23.435 kilómetros, una visita de Estado, cuatro cumbres internacionales y 30 reuniones bilaterales. Algunas inéditas, como con la nueva jefa del Foreign Office, Liz Truss, o el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Sin contar la charla improvisada con el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken o la llamada telefónica al israelí Yair Lapid. La diplomacia española se mueve a un ritmo incesante, dispuesta a hacer oír su voz en todos los foros, aunque no en todos tenga el mismo eco. EL PAÍS ha seguido durante nueve días al ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, y se ha asomado a la trastienda de una política internacional que se cuece en pasillos y aviones, lejos de los focos, las cámaras y las ruedas de prensa.
Miércoles 24 de noviembre. Albares acompaña a los Reyes a Suecia. Como ministro de jornada, asiste a la audiencia de Felipe VI con el primer ministro, el socialdemócrata Stefan Löfven. Es una despedida: ha dimitido y será sustituido ese mismo día por su compañera de partido, Magdalena Andersson. Sin embargo, esa noche en el Palacio Real se lo encuentran de nuevo. La primera jefa de Gobierno de la historia de Suecia solo ha durado unas horas: ha perdido la votación de presupuestos y, tras la salida de los verdes de la coalición gobernante, presenta su renuncia. Albares no puede reprimir un comentario: “Se suponía que los inestables éramos los del sur. El mito de los países nórdicos se está cayendo”. En política internacional, los mitos empiezan a ser tan fugaces como las modas. Y la que marca tendencia en la cena de gala es la reina Letizia, que luce un vestido de 300 euros de poliéster reciclado. Es un diseño de la firma sueca H&M, un guiño a la sostenibilidad y a sus anfitriones. Más discreto es el frac de alquiler del jefe de la diplomacia española. “Los chicos de Usera [el barrio madrileño donde se crio] no tenemos fondo de armario”, bromea. El traje parece hecho medida, pero son trucos de sastre experimentando. El tejido está intacto y, cuando lo devuelva, sacará los dobladillos para ajustarlo a la talla del próximo cliente.
Viernes 26. En Santo Domingo, el ministro cambia el frac por la guayabera. La elección del nuevo secretario general iberoamericano despierta un interés inusitado. Un puesto aparentemente anodino se ha convertido en objeto de disputa con cuatro aspirantes en liza. Incluso los cancilleres de Cuba y Venezuela, Bruno Rodríguez y Félix Plasencia, ausentes habituales, acuden a la cita. Albares se reúne con ambos. Al primero le reclama las credenciales de los periodistas de Efe. Al segundo, que reanude el diálogo con la oposición. “No digo que sean entrevistas fáciles, porque tienes que decir cosas que no son agradables de oír, pero si hablas claro la primera vez, luego nadie se llama a engaño”, explica. Aunque España no acaba de ver claro que un canciller en activo ocupe el puesto, el chileno Andrés Allamand, ministro de un gobierno saliente de derecha moderada, hace valer sus relaciones personales y logra incluso el apoyo de Cuba. Sale elegido “por consenso”, en palabras de Albares. Eso significa que han hecho falta media docena de votaciones y que ha ganado por 12 a 8 a la ecuatoriana Rosalía Arteaga. A eso se le llama “consenso” en el lenguaje diplomático, en el que una “nota verbal” es un papel escrito.
Sábado 27. De regreso a España, el Falcon 900B del Grupo 45 de la Fuerza Aérea en el que viajan el ministro y su equipo se interna en una tormenta. El aparato empieza a dar botes como si circulara por una carretera con baches. Albares va adormilado y confunde el azote de la lluvia en el cristal de la cabina con el sonido del agua contra el parabrisas de su coche. Le sobresalta un relámpago que ilumina la noche y una sacudida que obliga a agarrarse para no caer al suelo. Óscar, uno de los escoltas, dice que hay una balsa bajo los asientos y nadie le pregunta si habla en serio. Durante un rato, el aparato sigue brincado y los pasajeros se sienten dentro de una coctelera. Hasta que aterriza en la base de Lajes, donde el oficial y la ayudante portugueses que les atendieron en la escala de ida les aguardan solícitos e impecables, como si no se hubieran movido de allí en esas 24 horas. Ya en Torrejón de Ardoz (Madrid), los técnicos del Ejército del Aire advierten de que el aparato ha sufrido daños estructurales en la cola y el fuselaje por el impacto de un rayo.
Domingo 28. El avance de la variante ómicron provoca el cierre de fronteras. Miles de españoles quedan atrapados en el África austral y Marruecos. En Exteriores se activa el equipo de emergencias: coordina con Iberia el envío de un avión a Mozambique, que repatriará a 121 europeos; y de siete vuelos a Casablanca, del 2 al 12 de diciembre. Albares ordena suspender los permisos del personal diplomático en los países afectados. Ello no evita que haya quejas. Para quien sufre un incendio, los bomberos siempre tardan demasiado en llegar. En las crisis, el primer cuello que peligra es el del ministro. El jefe de la diplomacia española sabe bien que la evacuación de Afganistán costó el puesto a sus colegas británico y holandesa.
Lunes 29. El hotel W se eleva como una vela de casi 100 metros en el puerto de Barcelona. El ambiente que crea la luz tenue parece más propicio para citas románticas discretas, pero la Unión Por el Mediterráneo (UPM) lo ha elegido como sede de su foro ministerial. Irene, la asesora de Albares, se preocupa de que retiren a toda prisa las botellas de alcohol de las habitaciones de los huéspedes árabes. La víspera, los ministros de Marruecos y Argelia excusan su ausencia. Deben acudir a la cumbre entre la Unión Africana y China en Senegal. Sea ese el motivo real o un pretexto, contraprogramar a Pekín es causa perdida. Aun así, la organización presume de haber batido el récord de asistencia, con 20 ministros.
Martes 30. Desde Barcelona, Albares viaja a la reunión de la OTAN en Riga (Letonia). No vuela en el Falcon averiado sino en un Airbus 310 mucho más amplio, pero no menos vetusto: 40 años en sus alas. El jefe de la diplomacia española se lleva a sus homólogos de Portugal, Bulgaria, Rumania, Montenegro, Eslovenia, Croacia y Albania, esta última la única mujer. La sala VIP, un habitáculo con dos mesas dispuestas como en los vagones de Renfe, es escenario de una insólita cumbre con más de la cuarta parte de los responsables de Exteriores de la OTAN, que agradecen el traslado gratuito. Sin esta cortesía española, la cita de Barcelona habría sido mucho menos concurrida. Los ministros de Exteriores discuten sobre la calidad de sus respectivos vinos e intercambian noticias y rumores sobre su futura colega alemana, la verde Annalena Baerbock, a la que pronto deberán tratar. Por un momento parecería que este grupo ibérico-balcánico podría servir de contrapeso mediterráneo a los lobbies del norte y el este de Europa, pero ni Montenegro ni Albania forman parte de la UE. Por ahora, solo es el inicio de una buena amistad.
Miércoles 1 de diciembre. El termómetro marca -5 grados en la base de Adazi, a 25 kilómetros de Riga y 120 de la frontera rusa. El martes ha caído la primera gran nevada. Los 346 soldados españoles de la misión EPF (Presencia Avanzada Reforzada) de la OTAN forman a la intemperie y el ministro les agradece su trabajo en una improvisada alocución que concluye con un sonoro “¡Viva España!”. Más tarde, ya a cubierto, saluda a muchos de ellos, procedentes de la Brigada Extremadura, y les cuenta que “su presidente”, el socialista Fernández Vara, le ha anunciado la inauguración de un nuevo puente sobre el Guadiana. “Está pensando en ponerle ‘25 de abril’, para atraer a los portugueses”, añade como confidencia.
Jueves 2. El vuelo BT109 de Air Baltic traslada de Riga a Estocolmo (Suecia) a diez ministros de la OTAN. La espera para desembarcar se eterniza. Varios escoltas llevan armas en su equipaje y las autoridades suecas retienen a las delegaciones hasta decidir qué hacer con ellas. El complejo de Arlanda, donde se reúne la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) está colapsado: por todas partes se ven atascos kilométricos y se oyen ulular sirenas. La agenda de Albares está repleta de citas en las últimas 48 horas: por primera vez se ha reunido con la británica Liz Truss, una mujer campechana muy alejada del prototipo de político conservador, con la que aborda la futura relación de Gibraltar con la UE, a solo 15 días de que concluya el plazo inicialmente fijado para llegar a un acuerdo. O con Serguéi Lavrov, un zorro viejo de trato afable que dirige con puño de hierro la diplomacia de Moscú desde hace 17 años, a quien plantea su preocupación por el desembarco de mercenarios rusos de Wagner en Malí. “Es una compañía privada. El Gobierno ruso no tiene nada que ver”, contesta él lavándose las manos. Con el estadounidense Antony Blinken —“llámame Tony”, le dijo cuando se conocieron— charla informalmente sobre Silicon Valley en los prolegómenos de la reunión. El ministro aún no tiene cita para ir a Washington, pero asegura no tener prisa. “Iré cuando el viaje tenga contenido”, alega. Una de las conversaciones más relevantes la mantiene con un homólogo que está a miles de kilómetros: el israelí Yair Lapid. En un pasillo se ve a Albares pegado a su móvil. “Su caso es muy importante para la opinión pública española. Aquí nadie se cree que sea una terrorista”, le advierte. El día 7, una comisión debe decidir si concede la libertad condicional a la cooperante Juana Ruiz, condenada a 13 meses de prisión.
Viernes 3. “Yo me quiero llevar bien con tu país pero, por encima de eso, me quiero llevar bien con el mío”. La frase se la dijo Albares, en una de sus primeras conversaciones telefónicas (aún no se han visto personalmente), a su colega marroquí, Naser Burita, según uno de sus colaboradores. A los embajadores les repite que mantener relaciones amistosas con sus anfitriones extranjeros no es un fin en sí mismo, sino un medio para defender los intereses de los españoles. De vuelta en Madrid, participa en el Consejo de Ministros. Pero la capital de España es solo una escala en una gira que no acaba nunca. Pocas horas después está volando hacia Roma. El despacho del jefe de la diplomacia española tiene alas.
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