Una fosa común bajo un mausoleo franquista
Nueve fusilados tras la Guerra Civil yacen en Enguera (Valencia) bajo el monumento, pagado por Franco, al fascista Jose María Albiñana
Josefina Barrón, Pepita, es hija de José. Tenía 40 días de vida cuando se llevaron a su padre. “No tengo recuerdos de él”, lamenta. Fue uno de los nueve presos fusilados en Enguera (Valencia) el 6 de junio de 1939, dos meses después del fin de la Guerra Civil. Aquella mañana una escuadra de falangistas los sacó maniatados de la cárcel del pueblo. Tres concejales, dos alcaldes, dos consejeros, un teniente y un oficial de prisiones fueron conducidos de dos en dos a la tapia del cementerio. Un vecino que terminaba de ordeñar vio pasar la comitiva y les lanzó un saludo discreto. “Nos vemos en la eternidad”, le contestó uno de los nueve, según los testimonios que han ido recopilando después los descendientes. Fueron los únicos ejecutados en Enguera, localidad natal del doctor José María Albiñana, fundador del Partido Nacionalista Español, uno de los primeros partidos fascistas de España.
El doctor había sido asimismo ejecutado al comienzo de la Guerra Civil en la cárcel modelo de Madrid, y fue enterrado como mártir en su pueblo en 1941, en un mausoleo que el propio dictador Francisco Franco y sus ministros pagaron en parte. Desde hace 80 años —según las evidencias del georradar—, el monumento con sus restos descansa justo encima de la fosa en la que se encuentran los nueve fusilados de Enguera. Este mes han empezado los trabajos para exhumarlos gracias al permiso del Ayuntamiento (gobernado por el PP), la colaboración de la familia de Albiñana —cuyo mausoleo y restos han de ser apartados— y la insistencia de seis de las nueve familias de las víctimas.
Pepita tiene ahora 82 años y es la única hija de los represaliados que sigue con vida. “Un día se lo llevaron de prisión y nunca más se supo de él. Sé que le gustaba la música y tocaba el clarinete”, cuenta. Su padre trabajaba en la industria textil junto a su madre, con la que Pepita abandonó Enguera a los diez años y se instaló en Aldaia, un pueblo cerca de Valencia. “Mis abuelos nunca me contaron nada, nunca se hablaba de esto”, asegura. Rafael Barberá, familiar de Salvador, otro de los represaliados, también reconoce ese silencio que ha cubierto con un manto lo sucedido en Enguera: “Incluso esta mañana mi mujer me ha vuelto a preguntar: ¿De verdad quieres ir a hablar de esto?”. Barberá cree que esta losa no será fácil de levantar: “Aunque todo esto se haya acabado, el miedo seguirá pesando”.
Para muchos, su pueblo se convirtió en un lugar hostil. “Bastantes hijos y viudas se fueron de Enguera a Tarrasa o Barcelona”, dice Barberá. El hijo de Leandro, uno de los fusilados, tenía 15 años la mañana en la que mataron a su padre. Remigio Payá, su sobrino nieto político, afirma que “la Guardia Civil le hizo la vida imposible”. “Le llamaban al cuartel, le daban palizas y le insistían en que entregara las armas que su padre le habría dejado. Acabó marchándose y no volvió”.
Leandro fue concejal socialista. Durante la República consiguió excarcelar a un vecino de Enguera que estaba preso en Alicante, simpatizante de la extrema derecha y contrario a la República. “A pesar de sus diferencias políticas fue a decir que le conocía y que lo soltaran. Y, gracias a él y a otro compañero, lo hicieron”, asegura Payá. Sin embargo, dice, en 1939 fue ese mismo vecino quien puso la denuncia que acabó con la vida de los nueve.
La tapia del cementerio sobre la que los ejecutaron luce desgastada por el paso del tiempo. “Aquí antes se podían ver las marcas de las balas, pero el muro se ha ido cayendo”, afirma Barberá, que señala el lateral del camposanto donde el padre de uno de los fusilados se asomó en 1936 para averiguar si a su hijo lo habían matado. Matías Alonso, presidente del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica de la Comunidad Valenciana, asegura que los fusilamientos de Enguera fueron “solo para amedrentar a la población, porque la guerra ya había terminado”.
Puede que ese fuera el motivo por el que Miguel Sarrión —un anciano del pueblo que había sido secretario de las Juventudes Socialistas en 1936— tardara más de 60 años en contar lo sucedido: “Hay una fosa con nueve fusilados en el cementerio. Lo sé porque los conocía a todos”. Fue la confesión que le hizo hace más de un decenio a Alfredo Barberán, actual coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera. “Una vez empecé a investigar, a hablar con la gente... Muchos conocían la historia. Siempre había estado ahí”.
Desde las palabras de Sarrión, Barberán ha trabajado en reconstruir lo que sucedió aquel 6 de junio. En el archivo del Ayuntamiento encontró los documentos que certificaban el fallecimiento de los nueve. Todos fallecidos en “el campo” por motivos naturales, según el registro oficial: “muerte cerebral”, “colapso”, “síncope”, “parálisis cardíaca”... “Falsificaron la causa de la muerte para no poner que habían sido fusilados”, asegura Barberán. De los nueve fusilados, los más jóvenes no habían llegado a los 30 años y los mayores no pasaban de los 55.
Lo que desconocía Sarrión es lo que desveló el georradar. La fosa en la que se encontraban Pedro, Leandro, Antonio, Salvador, Miguel, Ricardo, José, Emilio y Pedro estaba enlosada por la tumba y el monumento a Albiñana: un ultraderechista simpatizante de los dictadores Adolf Hitler y Benito Mussolini, como constató él mismo en el artículo “El camarada Hitler” que publicó en el diario La Nación el 4 de mayo de 1932. En el libreto que recoge el homenaje póstumo que el régimen franquista rindió a Albiñana, al que ha tenido acceso este periódico, se puede leer: “Las primeras camisas azules [milicias armadas homólogas a las camisas negras de Mussolini] y el saludo a la romana [un gesto del que se apropió el fascismo] fueron implantadas en España por el dinámico levantino”. La calle en honor a Albiñana une hoy la plaza del pueblo con el Ayuntamiento de Enguera.
El permiso de los familiares del doctor ha sido fundamental para que se pudiera empezar la exhumación. Ninguno de los 21 sobrinos nietos de Albiñana se han opuesto a que se retire el mausoleo para poder sacar los restos de los fusilados e identificarlos. “Todo esto nos pilló por sorpresa. Nuestro parentesco no es muy cercano pero, si hay una fosa, nos parece algo natural permitir que exhumen los cuerpos”, señalan fuentes de la familia. Raquel Canovés, hija de Pepita y nieta de José, ha agradecido el gesto: “No cabe otra interpretación. Es humanidad. No entiendo cómo se pueden politizar estas cosas”. Una vez se exhumen los restos —si se confirman las predicciones del georradar— el mausoleo volverá a colocarse en su lugar. En mitad del cementerio de Enguera se levantará una escultura de mármol en homenaje a los fusilados del pueblo y allí se podrán enterrar los cuerpos, que serán exhumados el próximo febrero.
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