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Cien días después del gran incendio de Ávila: “No volveremos a verlo como antes”

Los afectados por el fuego de Navalacruz lamentan que todavía queda mucho trabajo para recuperar lo perdido en agosto

Daniel Arribas
Elecciones Castilla Leon
Una zona boscosa en la provincia de Ávila afectada por el incendio de agosto.Santi Burgos

“Todo esto lo perdimos, desde el cruce de allí abajo hasta el otro lado. La comida que tenía para las vacas también, esas alpacas de allí me acaban de llegar”. Pedro vive en Navalmoral de la Sierra, aunque reparte desde hace años el ganado entre este municipio y su finca en Navalacruz. A esta última llega al volante de un viejo todoterreno junto a su hijo, también ganadero. El frío helador de los últimos días ha hecho que un manto blanco cubra las cicatrices que dejó en la tierra el último verano.

Las dos localidades de Pedro ardieron el pasado mes de agosto junto a otras tantas, en lo que resultó ser el cuarto incendio más grande de la historia de España: 22.000 hectáreas —dos veces la superficie de Barcelona—. Todo comenzó la mañana del 14 de agosto, cuando un coche ardió junto a la ladera este de la sierra de Paramera, a 40 kilómetros de las murallas de Ávila. Los dueños del vehículo dieron la voz de alarma a los servicios de emergencia, que pese a recibir 65 llamadas en pocos minutos, tardaron más de media hora en enviar un helicóptero. Cuando lo hicieron, ya era tarde. Las llamas se descontrolaron y la virulencia del fuego hizo el resto. Ahora, en la semana en la que se cumplen 100 días del fatídico desenlace, y poco después de que el juez haya archivado la investigación por “falta de culpables”, los afectados levantan la voz para pedir que la desgracia no se vuelva a repetir.

María es ganadera de San Juan del Molinillo. “Lo que ha pasado aquí es terrible, hemos perdido calidad de vida y de trabajo”. El fuego abrasó el 80% de su municipio en apenas tres días. Perdió un ternero y asegura que el resto de vacas, a las que reparte paja con esmero en la parte trasera de su finca, todavía tienen restos de ceniza entre las pezuñas. Ella y su hermano tuvieron que bajar a pie a todo su ganado desde lo alto del monte, donde las dejaban pastar a cambio de un arrendamiento. “Era la única manera de salvarlas del fuego”, asegura. Lamenta con cierta frustración que la Mancomunidad Municipal Asocio de Ávila [dueña de las fincas] “todavía no haya devuelto nada de lo perdido”, pero saca pecho al hablar de la colaboración vecinal de aquellas jornadas interminables: “Yo acogí aquí ganado de desconocidos. Tres de mis vacas aparecieron a la semana, cuando ya las daba por perdidas. Las había acogido otro ganadero. Sin esa colaboración, las pérdidas hubieran sido mayores”.

Pedro, ganadero en Navalacruz (Ávila), alimenta a su ganado.
Pedro, ganadero en Navalacruz (Ávila), alimenta a su ganado.Santi Burgos

Para desgracia de muchos, el fuego no solo hizo daño durante los días que estuvo activo. La gota fría de septiembre arrasó las laderas de las montañas abulenses, repletas de ceniza y vegetación calcinada. Las llamas estivales quemaron las tierras y eliminaron la defensa natural del valle, agravando la fuerza de las tormentas, que barrieron todo lo que se encontraron a su paso en otoño con una fuerza desmedida.

En Sotalbo, el municipio más castigado por el fuego —9.000 hectáreas quemadas, el 85% del término municipal—, la gota fría derrumbó un puente de piedra levantado en el siglo XIX. Juan Manuel del Nogal, alcalde del municipio, vive allí desde que nació, y reconoce no haber visto nunca nada similar: “Aquí ha habido tormentas siempre, y algunas muy duras, pero algo tan grave no había sucedido nunca. Las calles de algunos pueblos eran ríos. Y todo por culpa del incendio”, dice desde una de las casas abrasadas por el fuego, convertida ahora en una pila de escombros.

Ernesto, ganadero de Navalmoral, al otro lado de la sierra, tiene claro que su sector ha sido el más afectado por el desastre: “Las pérdidas económicas han sido muy importantes. Por estas fincas comunales, que llamamos cuarteles, hay gente que paga más de 30.000 euros al año. [...] Si en 2022 no cobramos las ayudas de la PAC (Política Agraria Común), nos iremos todos a la ruina”. A sus 36 años, asegura que de estas concesiones, promovidas cada lustro, depende la “supervivencia” de todos sus compañeros. La legislación actual, pendiente de modificación en las Cortes de Castilla y León, establece que los terrenos que hayan sido afectados por el fuego no son aprovechables para el pasto y, por tanto, no conllevan derecho de pago para los ganaderos.

A la espera de las ayudas oficiales, todos los afectados coinciden en que la solidaridad, la colaboración y el trabajo voluntario de cientos de personas anónimas ha sido lo que les ha salvado. En Navalacruz, Diego, el camarero del Bar Casillas, recuerda cómo todos los vecinos sacaron la pala bajo el calor sofocante de agosto para trabajar sin descanso y hacer cortafuegos en la ladera del valle: “Fue increíble ver cómo se puso todo el mundo a ayudar, sin ese esfuerzo el incendio se hubiera llevado el pueblo por delante”.

Juan Manuel del Nogal, alcalde de Sotalbo.
Juan Manuel del Nogal, alcalde de Sotalbo.Santi Burgos

A pocos minutos de allí, subiendo la carretera de vuelta a la finca nevada, Pedro asegura que sin los cargamentos de comida, forraje y alpacas para el ganado que llegaron de diferentes provincias de España de forma desinteresada, muchos ganaderos no habrían superado la desgracia. Su hijo, también Pedro, denuncia que algunos han intentado aprovecharse de la solidaridad general para “subirse al carro, chupar del bote” y sacar beneficio propio: “Conozco a uno que recibió más forraje del que le correspondía y se lo llevó a Madrid, a una yeguada que tiene allí. Es una vergüenza. Estás aprovechándote de una ayuda que se da por la desgracia que ha sucedido aquí para dar de comer a tu ganado en otro lado. [...] Por su culpa, todos los ganaderos quedamos de aprovechados de mierda”.

Al durísimo golpe que supuso el incendio se le suman la gravedad sin precedentes de las tormentas otoñales, que dejaron sin agua potable a todos los municipios durante más de dos meses; la subida de precios de las materias primas del campo (luz, gasóleo, cereales) y la caída de los precios de las cabezas de ganado.

Mientras cierra la verja de su finca en San Juan del Molinillo, María lamenta que cada mes le ofrecen menos por sus terneros y, al mismo tiempo, se gasta más en otros enseres: “Tengo que cambiar las ruedas del tractor y me piden más de 900 euros por cada una. No me da la vida”. La semana que viene cumplirá 40 años y reconoce estar feliz haciendo lo que hace, pero ve un futuro “algo incierto” por la falta de rentabilidad en el sector. Desde uno de los inmuebles calcinados por el fuego a las afueras de Navalmoral, Ernesto es algo más tajante: “Queda mucho por hacer. El pasto para el ganado tardará en regenerarse unos años, pero el aspecto del monte es otra cosa. El arbolado, los colores, la vegetación… Todo eso lo hemos perdido con el incendio. Nunca lo volveremos a ver como lo conocimos”.

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Sobre la firma

Daniel Arribas
Es periodista en EL PAÍS desde 2021. Ha publicado reportajes en la sección de Madrid y en las páginas de fin de semana. Ahora es redactor de Deportes, donde cubre competiciones de baloncesto, tenis, ciclismo y otras disciplinas. Antes trabajó en El Mundo y Ogilvy.

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