“De repente tenemos que correr si queremos ser madres”
La crisis obligó a Carmen Ros, de 34 años, a retrasar todos sus planes, incluida la maternidad. Ahora teme, como sus amigas, los problemas de fertilidad
Carmen Ros, arquitecta, y su novio, Carlos Almoguera, ingeniero agrónomo, se casan el próximo sábado. Llevan 17 años juntos. Ella tiene 34 y él 35. La boda debía haberse celebrado hace un año, pero tuvieron que retrasarla por la pandemia. No ha sido el único aplazamiento en sus vidas. “Cuando empecé a estudiar la carrera tenía unas perspectivas que no se parecen en nada a mi vida actual”, explica Carmen. “Como autónoma no percibo el dinero proporcional a las horas que trabajo. No soy madre y mis amigas y yo decimos que este guantazo no lo vimos venir. Éramos jóvenes y de repente tenemos que empezar a correr si queremos ser madres”.
Carmen tiene dos hermanos más pequeños y siempre ha querido tener tres hijos, pero ahora siente que el tiempo se le echa encima y lo ve “muy difícil económicamente”. “Mi madre me tuvo a mí con 25. Antes era todo más fácil: si habías estudiado, encontrabas un buen trabajo y podías llegar a un punto de estabilidad mucho antes. A mí desde pequeña me han enseñado que tengo que ser una mujer independiente, labrarme mi futuro y he puesto eso por delante, pero es desesperante vivir dos crisis”, relata, refiriéndose a la recesión de 2008 y a la pandemia.
Salió de casa de sus padres cuando pudo, ya cumplidos los 30, aunque antes estudió en Madrid. “Antes nos resultaba imposible comprar un piso porque estábamos empezando a desarrollar nuestras carreras y no conseguíamos el dinero para independizarnos. Carlos ha montado una empresa de agricultura ecológica y yo trabajo en el estudio de mi padre, soy perito judicial y doy clases de inglés”.
Hace poco, en su grupo de amigas, alguien sacó un tema al que todas daban vueltas: el miedo a retrasar la maternidad. “Nadie se atrevía a abrir ese melón”, recuerda Carmen. “Parecía”, explica una de ellas, Mar Navarro, economista de 35 años, “que nos daba vergüenza decirlo”. “Del grupo de 12 amigas”, añade Rocío Periago, periodista, de 34, solo hay una que es madre y otra embarazada. Quedamos diez en el limbo y no creo que sea algo exclusivo de nuestro grupo”. No lo es. España tiene la segunda tasa de natalidad más baja de la UE (1,2 hijos por mujer) y la edad media para el primer embarazo es 31 años, mucho más alta que la de sus madres. El café de las tres amigas en Lorca replica las conversaciones y preocupaciones de miles de mujeres de un continente envejecido, donde hay más muertes que nacimientos.
Se conocen “desde parvulitos”, y cuentan que otra chica de su pandilla les ha recomendado que se apunten ya a los programas de fertilidad de la seguridad social. “Nos dijo que hay un año de lista de espera y que para entonces puede lo que necesitemos”, cuenta Mar. “Yo el año pasado me animé [a tener hijos] y cuando me puse me tuvieron que operar del útero”, añade. A las tres les preocupa tener problemas para quedarse embarazadas. “A mucha gente de mi entorno le ha pasado”, explica Carmen. “Piensas que eres joven y de pronto te paras a pensarlo y dices: ‘si quiero ser madre, o lo soy ya o no podré’. Y te asustas cuando le ves las orejas al lobo”.
“Ahora es una conversación recurrente”, añade Mar. “De repente se nos ha pasado el arroz”. Rocío señala el factor económico: “Hemos priorizado la vida profesional. Hay que hacer prácticas, máster...pelearlo mucho. Yo siempre pensaba: ‘Cuando tenga estabilidad me pongo a tener hijos’ y al final el tiempo va pasando”.
Las tres amigas hablan con una mezcla de envidia y admiración de la generación unos diez años mayor, o incluso de los que terminaban la carrera cuando ellas la empezaban. “Salían”, afirma, Carmen, “y ya tenían trabajo estable para hacer su propia vida. Nosotras vimos pasar ese pastel por delante y lo vimos marcharse porque no conocemos otra cosa que la crisis”. Creen que ahora hay mucha más competencia porque un título universitario no garantiza un puesto de trabajo, hay que seguir formándose, “y todo eso retrasa...”. El verbo más utilizado en la conversación es ese, retrasar. La palabra que surge con más frecuencia: renuncia.
Mar se burla de sí misma en el colegio: “Yo siempre decía que quería casarme a los 22 y a los 23 tener mi primer hijo. Lo decía porque veía que esa era la edad a la que se casaban mis primas. Queríamos tener un montón de niños y ahora será uno y suerte”.
Para Carmen, un embarazo todavía penaliza mucho a la mujer laboralmente. Mar relata que mintió en alguna entrevista. “Me preguntaron si tenía pareja y planes de tener hijos. Mentí porque me pareció que lo inteligente era anular en sus cabezas esa posibilidad. Y ahora tengo claro que no me voy a cambiar de trabajo porque me daría apuro entrar en un sitio nuevo y decir a los tres meses: ‘Estoy embarazada’. Estoy en mi derecho, pero...”. Preguntadas qué creen que habría pasado en sus carreras si hubiesen decidido ser madres antes, las tres coinciden: “Nos habría limitado mucho profesionalmente”.
Carmen se considera afortunada: “Carlos y yo nos conocemos desde pequeños. Empezamos a salir a los 17 y siempre hemos tenido los mismos planes: casarnos, formar una familia... [Él asiente y admite que le hubiera gustado empezar antes, para que los niños no les cojan “muy mayores”], pero a otras amigas les ha pasado que conocen a alguien que no quiere tener hijos y tienen que elegir entre la persona o la vida que quieren. Está la inseminación artificial, pero lo ven como la última opción”. “A nuestra edad”, añade Mar, “cada decisión es crucial”.
— ¿Creeis que vuestras hijas lo tendrán más fácil?
Las tres opinan que queda mucho por hacer. Hablan de más guarderías públicas, mejores permisos, conciliación, bajas de autónomos, pero también de cambiar las mentes. “Aquí”, afirma Rocío, “la maternidad se plantea como una carga. Hace falta un cambio en la percepción de la sociedad. Probablemente, si existiera de verdad un sistema que fomente la natalidad no te plantearías ser madre como una catástrofe, como una renuncia a todo y la gente tendría hijos a los veintimuchos”. Mar asiente. “Vas por Berlín y ves a padres jóvenes jugando con sus hijos, tocando la guitarra o con una lata de cerveza. Aquí parece que ser padre ya es de mayor, como si tu vida social se acabase en ese momento”.
Simón Ángel Ros, el padre de Carmen, está feliz con la inminente boda de su hija. “Estamos deseando tener nietos”. Trabajan juntos en la reforma del casino artístico literario de Lorca, un precioso edificio afectado por el terremoto de 2011. La recuperación de la ciudad tras el seísmo también se retrasó. Faltaban ayudas.