“La vida me va con retraso”
¿Cómo es ser joven en 2021? EL PAÍS lanzó esta pregunta a sus lectores. Hombres y mujeres de todos los rincones de España, de 18 a 34 años, respondieron con un aluvión de desesperanza y hartazgo, miedo y frustración. Sus voces son la guía para una serie en varios capítulos que analizará cómo recuperar el pacto intergeneracional
“Siento que la vida me va con retraso”. Noelia, 33 años, es auxiliar de enfermería en Madrid. Encadena contratos precarios y nunca ha cobrado más de 1.000 euros. Enfrenta el futuro con “cierta indefensión aprendida”. Sin esperanzas. Vivir el presente dice, es lo que le permite mantenerse sana mentalmente. Guillem, administrativo valenciano de 27, está atascado “en la montaña rusa del eterno adolescente”, frustrado por no poder plantearse, “solo soñar”, con “un proyecto vital que incluya vivienda, familia y un trabajo estable”. Ana Montes, 23 años, de Guadalajara, lo resume así: “Mi vida está en stand by”.
A mediados de mayo EL PAÍS lanzó una pregunta a sus lectores: ¿cómo es ser joven en 2021? En unos pocos días el buzón de WhatsApp habilitado recibió más de 330 mensajes. Hombres y mujeres de todos los rincones de España, de 18 a 34 años, con estudios superiores y sin ellos, respondieron con un aluvión de desesperanza y hartazgo, miedo y frustración. La serie Una generación en busca de futuro que arranca este domingo y se extenderá durante varias semanas, expondrá sus problemas a través de historias personales y artículos de datos, análisis y opinión que reflexionen sobre cómo recuperar un pacto intergeneracional perdido, además de un podcast centrado en los testimonios recibidos, tratando de buscar soluciones para un problema que lo es de toda la sociedad. Como decía en su mensaje Pablo, 32 años, que ha emigrado a Francia: “Esta generación ha tenido la mala suerte de haber vivido dos grandes crisis en apenas 12 años. Será la mejor preparada y la primera que vivirá peor que sus padres. Debemos reflexionar sobre lo que está sucediendo en nuestro país”.
En muchos de los mensajes los jóvenes culpaban de su situación a la irresponsabilidad de sus mayores, a los excesos de la burbuja inmobiliaria y al consumismo descontrolado que desembocó en la primera de las crisis entre las que han crecido, la de 2008. “Desde que tengo uso de razón escucho la palabra crisis”, contaba Santiago Daniel García, un estudiante de origen uruguayo de 31 años que vive en Tenerife. Sobre la segunda crisis que le ha tocado vivir añade: “Para nosotros, la pandemia es como Another brick in the wall, de Pink Floyd: otro ladrillo en el muro”.
Ese muro infranqueable que les impide ver el futuro tiene cifras desoladoras. El paro juvenil (entre los 20 y los 29 años) alcanza el 27%, llegando a picos del 41% entre las mujeres de menos de 25 años. La temporalidad llega al 51%. La comparación con nuestros países vecinos deja en muy mal lugar a España: la media de los 27 miembros de la Unión Europea fue en 2020 del 12% para el paro juvenil y del 30% para la precariedad. En España el riesgo de pobreza es el doble en los jóvenes que en los mayores y el 64% de los de que tienen de 25 a 29 años vive aún con sus padres (hace 15 años eran el 50%). El resultado es un tridente maléfico: ni trabajo, ni casa, ni familia. “Un milenial de clase trabajadora sueña con lograr ser algún día un adulto funcional”, dice Sara López, parada de 24 años.
El reflejo de ese adulto funcional que no pueden llegar a ser son sus padres. La serie arranca precisamente con un capítulo sobre ese sentimiento de salir perdiendo en comparación con sus progenitores, de haberse criado con unas expectativas que no se cumplen. “Crecimos con unas ideas que ahora mismo parecen un manual de instrucciones desfasado”, dice Rocío Garrido, periodista de 29 años. “Nos queda la sociocultura de nuestros padres, pero no la socioeconomía”, lamenta Pepe desde Alcalá de Guadaira (Sevilla): “Estudié políticas y sociología, pero mi trabajo, soñado claro, es de teleoperador”, dice con ironía. “Me prometieron que si estudiaba tendría una vida feliz y, en cambio, no es así”, opinaba Andreu Ruiz, 27, quejándose de un ascensor social roto: “Soy el único miembro de mi familia que tengo estudios de posgrado y sé que soy el que peor va a vivir”. Está en paro y hace unos días recibió una oferta de un supermercado para trabajar como cajero y reponedor.
El paro y la imposibilidad de acceder a un mercado laboral que no sea precario ocupará el segundo capítulo de la serie, el próximo domingo. Dos de las salidas por las que ha optado un número sorprendente de las personas que han prestado testimonio, como única vía de salir adelante, son las oposiciones y la emigración. Sus historias de éxito son las más optimistas, pero están cargadas de cierta melancolía, por volver a casa o por el sueño profesional que se abandonó antes incluso de arrancar, a cambio de una opción laboral que ofreciese una luz al final del túnel de la precariedad.
Los siguientes capítulos de esta serie que arranca hoy explorarán otros temas recurrentes en los mensajes recibidos como el retraso de la maternidad y paternidad, la inaccesibilidad de la vivienda (muchos cuentan que han tenido que volver a vivir con sus padres o que están hartos de seguir compartiendo piso con casi 35 años y prácticamente todos hablan de alquileres que se llevan más de la mitad de su sueldo). El último capítulo versará sobre el peaje emocional de todos estos problemas. Multitud de mensajes repiten palabras como incertidumbre, angustia y desesperanza, y hablan sin tabúes sobre trastornos que aparecen cada vez más en personas jóvenes. Isis Inés Sierra Fernández, estudiante de periodismo de 22 contaba en un audio: “Trabajando desde los 16, pensaba que uno se quemaba a los 50, pero aquí estoy con una baja por estrés y ansiedad”. Muchos se quejan de que la Seguridad Social no cubre el tratamiento psicológico que necesitan. Otros apuntan que la solución es un cambio de prioridades, buscar un equilibrio más sano entre el trabajo y la vida, no dejarse llevar por un sistema que no ofrece nada a cambio de los sacrificios. “Ahora valoramos mucho más la conciliación. Nos damos cuenta de que el trabajo no lo es todo, pero eso cuesta que los jefes más mayores lo vean”, decía María, consultora de 33 años.
Otra palabra muy repetida ha sido “privilegio”. El privilegio de tener un trabajo por precario que sea, la fortuna de contar con unos padres que pueden echar una mano, la suerte de tener pareja para poder compartir gastos. Y también cierto pudor, mezclado con hartazgo, de que los problemas que lastran su camino parezcan triviales a ojos del resto de la sociedad. “No hemos vivido una guerra, ni pasado hambre, pero eso no significa que esto sea normal”, decía Alejandra, de 29 años.
Quizás lo más sorprendente de todos los mensajes recibidos es que apenas hubo un par que eran bromas o insultos. La abrumadora mayoría de los mensajes contaban una historia, muchas veces íntima, para responder a la pregunta ¿Cómo es ser joven en 2021? Al más corto le bastaron tres palabras (“es una mierda”) y el más largo se extendió en un PDF de 15 folios, pero todos resonaban con una verdad.
La idea más repetida en todos ellos fue una de agradecimiento: “Gracias por darnos voz”, repetían literalmente muchos. “Somos invisibles para el resto de la sociedad”, se lamentaba Óscar Pérez, técnico informático de 23 años desde San Cristóbal de La Laguna (Tenerife). El objetivo de esta serie que es que dejen de serlo.
Testimonios
ALEXANDRA ARISPE
Trabajos en prácticas a 300 euros por ocho horas. Zulos a las afueras por 400 euros al mes. Nos dicen que somos la generación perdida, que no entendemos el sacrificio... Es cierto que no hemos vivido una guerra ni pasado hambre, pero eso no significa que esto sea normal. Tengo asumidísimo que no voy a tener jubilación. Tampoco tengo opción a ahorrar, así que no voy a tener nunca un piso. Estamos gobernados por pusilánimes, igual es hora de salir a la calle.
CRISTÓBAL BECERRA
Me he independizado dos veces. Cobraba 800 euros y pagaba casi 500 euros por un zulo de 30 metros. Y cuando llegó el verano me echaron porque les sale más rentable alquilarlo vacacionalmente. Tuve que volverme a casa de mis padres. Desde la pandemia, estoy sin facturar porque no hay eventos musicales ni nada. La sensación es de desesperanza. Da igual lo que hagamos. Y por parte de los gobiernos, solo se les ve preocupados por no incomodar a los empresarios, a los caseros..... Luego se quejan de la desafección por la política, del alza de los populismos. ¿Qué quieren? Se han olvidado de nosotros. No podemos trabajar, no podemos construir una vida y ya, ni salir a olvidarnos de ello podemos. Somos los culpables automáticos de todo. Como lo de los botellones... Ni que los paisanos de 70 tomando cañas a las 12 del mediodía no contagiasen. Están convirtiendo ser joven en un delito.
CELIA DOLCI
Vivo con unos 600, 800 euros al mes de los cuales tengo que ahorrar. En verano me rescinden el contrato. El futuro tras la covid se ha puesto todavía más negro porque todo el dinero que había guardado se ha esfumado. Hay que reinventarse otra vez, empezar de cero. La mente ya se agota. Y las expectativas en cuanto a vivienda o maternidad son cero.
GUILLEM VALLÉS
Vivo en la montaña rusa del eterno adolescente. En algunos momentos estoy a gustito. Al fin y al cabo, no me muero de hambre. Pero en otros siento una enorme frustración, ya que ni me planteo (solo sueño) un proyecto vital que incluya vivienda, familia y trabajo estable.
LAURA GONZÁLEZ
Estaba independizada pero llegó el confinamiento, me despidieron y tuve que volver a casa de mis padres. Tuve la gran suerte de encontrar trabajo, pero los alquileres están muy caros. La Constitución Española dice en el artículo 47 que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. ¡¡AYUDA YA, POR FAVOR!!
LAURA CARRILLO
Cuando mi madre tenía 27 años, ya llevaba 12 trabajando. A esa edad, mi madre se casó, tuvo a a mi hermano y, seis años después, a mí. A mis 28 años, tras un grado, un máster, bastantes cursos especializados y dos años trabajando de forma intermitente, vivo con mis padres, no encuentro un trabajo que sea estable y mucho menos relacionado con mi formación. Me preguntan si tengo novio, si ya me he independizado, si quiero tener hijos. Me dicen que mi generación es muy infantil, que tenemos que trabajar, madurar. ¿Cómo voy a plantearme mantener una relación estable con alguien si no tengo ni dinero para tener un colchón propio, si aún duermo en mi cama de 90, si aún me cubro con mis sábanas de niña?
JORGE TORRES
Procedo de una familia numerosa al sur de Madrid donde se hacía difícil llegar a fin de mes. He conseguido comprar un piso y vivir solo. Debemos priorizar para salir adelante, no hay otra forma. Tanto mi círculo como yo no hemos tenido ninguna ayuda de nuestros padres, simplemente hemos ido amoldando nuestra vida a nuestro trabajo. La mayoria de los jóvenes no tienen filosofía de ahorro, prefieren disfrutar del momento. Me parece lícito, es cuestion de prioridades. Es difícil, pero yo pago una letra de 310 euros y vivo solo. Te tienes que amoldar al dinero que tengas.
ELENA PÉREZ
Crecimos oyendo que teníamos que estudiar y prepararnos para el futuro. Estamos obligados a formar parte de un sistema -en el que muchos ni siquiera creemos- para tener un “buen futuro”. Instituto, universidad, máster, cursos, idiomas... Necesitamos más y más, como si toda nuestra valía como personas se basara en lo preparados que estemos. Y en el fondo, por muchos títulos que tengamos, sabemos que terminaremos de estudiar y seremos uno más en el mundo laboral. Asumimos que a muchos nos tocará emigrar, o nos tocará trabajar en algo para lo que ni siquiera habíamos estudiado. Nos criamos con esa falta de ilusión.
ALBERTO CARRASCAL
Hace dos años yo tenía un trabajo estable y muchos sueños. Dejé mi trabajo para estudiar un MBA, pero en marzo de 2020 el mundo colapsó y me encontré un panorama desolador: crisis, ERTE, desempleo e incertidumbre. Ahora me veo obligado a buscar trabajos no cualificados de cualquier tipo. Por ejemplo, de mozo de almacén en una planta logística de Amazon con contrato temporal renovable mes a mes sin saber qué mes va a ser el último. Pero no se me caen los anillos. Parece que la economía va mejorando. Me llegan ofertas de prácticas por 500 o 600 euros, algo que no solo un graduado MBA no debería cobrar, sino nadie que quiera vivir dignamente. Pero mantengo la esperanza. He estado con los de arriba, compartiendo aula con gente millonaria, y con los de abajo, gente que sobrevive cada día, con los que compartí el almacén, y todos tenemos ganas de salir adelante. Quizá necesitaba ese golpe de realidad. Pase lo que pase, está siendo una etapa de introspección y crecimiento personal: cada día valoro más el tiempo que dedico a los míos.
ADRIÁN TORRILLAS
“¿Dónde está el porvenir que forjaron nuestros viejos?”, cantaba Eskorbuto en los años 80. Podríamos seguir cantándolo. Cuando comencé la universidad, en 2013, la crisis estaba de lleno en casa y tuve que aplazar mis estudios indefinidamente. Casi siete años después, me encantaría volver a estudiar. Con mi pareja vemos difícil formar una familia con los recursos que tenemos. Pocas de las cosas que me pudieron ofrecer mis padres se las podré yo ofrecer a mis hijos. Es palpable el pesimismo en la juventud y me temo que nos hemos acostumbrado a que los alquileres estén cada vez más altos y los sueldos congelados, ¿Ahorros? Ja.
GERARDO GUERRERO
Crecí en el optimismo. Incluso en 2015 guardaba la esperanza de incorporarme al mercado laboral y tener tarde o temprano un mínimo proyecto de vida. El problema está en las expectativas. La realidad ha truncado nuestras vidas y vivimos frustrados. Soy afortunado: mis padres se pueden permitir mantenernos a mí y a mi hermana por muy mal que nos vaya. Pero qué triste es eso. A veces se me acelera el corazón pensando en que me voy a la puerta del Ayuntamiento a reivindicar trabajo y vivienda para los jóvenes. Un día a la semana, como Greta Thunberg, a luchar por lo que importa. Pero me calmo autoconvenciéndome de que lo mejor que puedo hacer es seguir estudiando mi oposición. Descorazonador. No importamos a nadie.
QUIONA RIBES
Estoy en esa edad en la que no eres ni lo suficientemente joven, ni lo necesariamente adulta. He crecido con el pesimismo de una generación que compite ya no contra los demás, sino con la autocrítica y la autoexigencia. El sentir que era buena en todo pero no destacable en nada me creó tal ansiedad que terminé necesitando ayuda psicológica. Tienes estudios, pareja, amigos, familia, ¡e incluso personalidad propia! Y, aún así, sigues sintiendo que tu vida no tiene nada de particular. Somos una generación tan original que hemos terminado pareciéndonos todos.
Crecemos con el “no limits” grabado a fuego mientras atravesamos crisis económicas que prenden fuego a tus alas en cuanto tratas de volar. Miro a mis padres y a mis abuelos, con su piso pagado, su coche, su familia... ¿Cuándo podré yo ahorrar lo suficiente? Si vivo en Barcelona, en un piso de 55 metros cuadrados por 1.000 euros al mes más gastos. Mi único deseo ahora es tener una vejez como la de mis abuelos, pero me pregunto, ¿no debería, con 34 años, estar disfrutando de mi juventud?
VÍCTOR HERNÁN
Terminé una relación con la que fue mi novia durante 12 años y me creé una cuenta en Tinder. Hace unas semanas empecé a hablar con Carolina. Todo iba normal hasta que salió el tema de con quién vives. Tengo 32 años y aún vivo con mis padres. En ese momento me sentí avergonzado. Te preguntas qué has logrado. ¿Cuándo va a empezar mi vida propia? Nací en Colombia y llevo viviendo en España casi 20 años. Aunque soy migrante, siento que no he tenido las dificultades que han tenido mis padres. Tengo tres hermanos, éramos pequeños y la adaptación fue sencilla. Mis padres siempre han tenido el valor de la educación. Lo digo porque, como me decía un profesor en 2010-2011, tienen que pasar 20 años para que el hijo de un migrante vaya a la universidad.
Yo estudié Periodismo. Pero al acabar, el choque fue grande por la crisis económica y social y de la prensa. Así que conseguí trabajo de conserje. Luego hice un grado superior de desarrollo web y estoy preparando el First Certificate en inglés. Trabajo como mozo de almacén, que al menos me da un respiro.
Ni pienso en la idea de comprar una casa para la que como mínimo se necesitan 30.000 euros. A veces pienso, mira, lo dejo todo y me voy a un pueblo a criar vacas. No descarto irme al extranjero.
LUIS MONGE
Nací en Cieza, Murcia. Soy parte de la que llaman la generación más formada de la historia de España. En mi país y en Inglaterra he trabajado de camarero, de cocinero, de socorrista e incluso haciendo chapuzas. Trabajos muy loables pero para los que yo no me formé. Ahora vivo en Ecuador y coordino proyectos en temas de protección a la infancia. El corazón de muchos y muchas como yo está en España, pero en Ecuador me siento valorado y respetado. Nuestra vida está entre dos mundos, pero tenemos la sensación de que se ha construido otra valla, esta vez simbólica y cada vez más alta, que nos impide regresar a casa. Yo quisiera ser parte de las historias de la vida de mis seres queridos. Quiero salir en las fotos que veo en sus redes sociales o en las que pasan por los grupos de WhatsApp. Y quiero aportar a mi país, por supuesto quiero contribuir a mejorarlo, además ahora, que hace más falta que nunca. Todos los días me levanto pensando: “Voy a comprar un billete de vuelta a casa”. Luego miro en paginas de búsqueda de empleo, cierro el portátil y me voy a trabajar. Y por el camino voy pensando: "¿Por qué se nos sigue negando una vida digna de ser vivida en nuestro hogar?".
CARMEN ROS
Cuando eres autónoma sientes que cuesta el doble llegar a todo: estabilidad profesional y económica, emocional... Y luego la maternidad. Para las mujeres de mi edad, este paréntesis de año y medio ha supuesto un punto de inflexión. Mis amigas y yo decimos que este guantazo no lo vimos venir. Hace nada éramos jóvenes y de pronto tenemos que empezar a correr si queremos ser madres. Tengo mucha suerte de tener a la persona perfecta a mi lado. Él también es autónomo. Solo falta que los condicionantes externos se alineen. La baja de maternidad para autónomas es prácticamente inexistente y yo también he preferido desarrollar mi carrera profesional antes de nada. Pero no deberían ser cosas incompatibles.
ENRIQUE ZAMORA
Estudié periodismo y ahora un máster en escritura creativa, pero estoy pensando en opositar aunque no me hace ilusión. Quizás en otra situación económica intentaría algo más aventurero, pero en esta es mejor asegurar y ejercer mis inquietudes literarias en mi tiempo libre. Entre lo malo y lo menos malo, prefiero lo segundo. Ser joven en 2021 es sufrir este desfase entre quien sabes que puedes ser y quien eres en realidad por falta de medios. Es triste, pero, con la que se nos viene, he decidido desechar los discursos románticos del esfuerzo.
SARA LÓPEZ
Buscar cada día en los portales de empleo un trabajo con la ilusión de ser independiente. No recibir ninguna llamada. Entrar en las páginas que ofrecen pisos en alquiler a ver fotos. Mirar la cesta online de un comercio que finalmente dejas abandonada, sabiendo que no te lo puedes permitir. Tratar de ignorar cuánto te queda en la cuenta bancaria cada vez que realizas un gasto. Idealizar un pasado que no has vivido, pero que ya recuerdas con nostalgia. Convertir en un deseo necesidades básicas que nuestros padres tenían cubiertas. Pensar que con muy poco seríamos mucho más felices, que es justo lo que no tenemos. Soñar con ser algún día un adulto funcional. Así resumiría qué es ser un joven milenial de clase trabajadora en 2021.
LUCÍA VICENTE
Los jóvenes de ahora hemos crecido entre crisis, pero no conocemos eso de tener el plato vacío. Nuestras crisis son muy distintas a las que se conocían antes. Llevan precariedad, pero, sobre todo, incertidumbre. Queremos labrarnos un futuro por lo menos la mitad de digno que el que tuvieron nuestros padres. Le damos cada vez más importancia a la salud mental. Somos una generación nada preparada para fracasar o para hacer frente a la realidad, puesto que no nos ha faltado jamás nada, ni en las casas más humildes.
SOFÍA MARTÍN
Aunque me sienta satisfecha con mi vida, siento que hay todavía una carga sobre mis hombros: encontrar casa y formar una familia. Es un tema recurrente cuando vuelvo de Madrid al pueblo, una 'to-do list', una lista de cosas por hacer antes de los 30, cuyas casillas tengo que rellenar sí o sí. Pero siempre con un precio: no desarrollar una carrera profesional. Son escasas las amigas que han conseguido formar una familia y tener un empleo digno paralelamente. Veo asomar esos “es que no se puede tener todo” ajenos. Y es cierto. Por eso creo que es sano rehacer la lista conforme va viniendo la vida.
MIGUEL CORDERO
En Madrid estudié ingeniería industrial, y ahora trabajo de desarrollador web en Múnich. Considero que el sistema español me ha fallado. Al salir de España ves que se valora tu trabajo. Hay más oportunidades, ves el mundo con otra perspectiva. Te hace ver el mundo con ilusión y con ganas, y no el infierno laboral de España, sin oportunidades o con trabajos precarios con sueldos tres veces menores de los que podrías estar cobrando en Alemania. La culpa es de las políticas que se llevan a cabo. No creo que vuelva hasta que me jubile. Salir de mi país ha significado alegría. No entiendo qué ocurre con el sistema educativo español para que todo este sufrimiento que tenemos en determinadas carreras no se vea recompensado luego.
Con la edición de: Idoia Ugarte, Diego Estébanez, Daniel Lara, Marta Pinedo, Cristina Saldaña y Elisa Tasca.
Capítulo 1. La brecha generacional
Reportaje | José Ramón persigue la vida de sus padres
Podcast | “El futuro es una sombra”
Datos | El grupo de edad con más pobres en España
Editorial | El derecho de los jóvenes al porvenir
Opinión | ‘¡Qué estafa!’ por Elvira Lindo
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TODA LA SERIE | Una generación en busca de futuro