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Iglesias pelea por su trozo de cielo

Temeroso de quedarse sin espacio político, el líder de Unidas Podemos se aboca a un Gobierno en permanente tensión

Pablo Iglesias aplaude durante un discurso pronunciado por Irene Montero en el Congreso.
Pablo Iglesias aplaude durante un discurso pronunciado por Irene Montero en el Congreso.Uly Martín

El cielo era esto: ser socio minoritario de un Gobierno de coalición y ejercer de conciencia izquierdista del partido socialdemócrata al que un día soñó con reemplazar. Pablo Iglesias parece asumirlo sin muchos complejos. Incluso tratando de hacer de la debilidad virtud. Aunque en su mejor momento Podemos hubiese llegado al 25% de los votos, argumenta, “nunca nos dejarían gobernar”. Y entrar en el Gobierno, tocar el poder, “asaltar el cielo”, fue su ambición desde el primer día. “También uno de sus grandes méritos”, destaca un antiguo dirigente de IU. “A nosotros ni se nos pasaba por la cabeza, estábamos a otra cosa, no teníamos esa determinación”. Solo que para llegar al cielo debió conformarse con una pequeña parcela. Y ahora toca defenderla todos los días con uñas y dientes.

La brocha gorda de la oposición pinta a Iglesias como un Maquiavelo de Vallecas que ha logrado convertir al PSOE en el rehén de su política radical. Una imagen que dista mucho de incomodar al líder de Unidas Podemos. Pero que en nada se parece a la que él mismo transmite cuando habla para su audiencia. Lo que Iglesias dice ahora a los suyos es que hay que ser realistas: el cielo entero nunca lo van a conquistar. “La única posibilidad de que nosotros seamos fuerza de Gobierno es entrar con el PSOE asumiendo que el peso principal lo lleva el PSOE”, confesó el pasado octubre a Jacobin, una revista de izquierdas norteamericana. Hay que aceptar que la correlación de fuerzas no va a cambiar a corto plazo y que Podemos no puede alcanzar todos sus objetivos, repite para justificar algunas renuncias. Su discurso ya no parece dirigido a ganar más espacio, sino a evitar que se le escape el suyo, explica con cierta sorpresa un compañero cercano. Una estrategia defensiva, de resistencia, aunque a primera vista pueda dar la impresión de que esté jugando al ataque.

Iglesias y sus más próximos se dicen satisfechos de su presencia en el Gobierno. Están consiguiendo, dicen colaboradores del líder, que “el PSOE sea de izquierdas”. Y enumeran sus conquistas: la posición de Unidas Podemos fue decisiva para acelerar el ingreso mínimo vital, impulsar los ERTE o subir el salario mínimo; y el vicepresidente ha ganado pulsos por los desahucios, los cortes de suministros o los precios del alquiler. “¿Pero eso lo percibe la gente? ¿O los méritos de todo esto se los va a llevar el PSOE?”, se pregunta, sin encontrar respuestas, un cargo ministerial.

Los datos conocidos afianzan esas dudas. Las primeras elecciones tras la llegada al Gobierno, en Galicia y Euskadi, fueron una debacle. En Cataluña los sondeos sitúan a En Comú Podem en dificultades para mantener su posición. Iglesias es el miembro del Gobierno peor valorado, junto a la ministra de Igualdad, Irene Montero. En cuanto a los líderes nacionales, en el último barómetro del CIS publicado esta semana solo está por delante de Santiago Abascal, con medio punto menos de valoración que hace un año. En la formación sostienen que es resultado de lo que consideran un acoso mediático y judicial constante contra él. El cansancio por ese hostigamiento, sostiene un dirigente próximo, es también lo que le lleva a actitudes como no querer rectificar su comparación de Carles Puigdemont con los exiliados republicanos, un error reconocido por casi todos en la formación y que le granjeó el reproche hasta de Ada Colau.

Iglesias ha visto su espacio político achicarse, su organización vaciarse –”Podemos, como organización, prácticamente ha desaparecido”, declaró hace unos días a El Confidencial la diputada Gloria Elizo, una de las últimas voces críticas que aún quedan dentro- y su estrategia de supervivencia consiste en agarrarse al Gobierno con todo. Ha concluido que su única opción es ser un acompañante del PSOE y evitar que este encuentre otra alternativa de socio hacia la derecha. Fue por eso que se afanó en dinamitar todos los puentes con Ciudadanos durante la negociación de los Presupuestos. Su apuesta es convertirse en imprescindible para el PSOE. Una apuesta que encierra un peligro: acabar engullido por el socio grande.

Unidas Podemos ha elegido gobernar con el PSOE y al mismo tiempo hacer ver que ellos no son lo mismo que el PSOE. Presionarlo de forma notoria para que quede claro que sin ellos no habría un Gobierno genuino de izquierda. Ejercer de algo así como los guardianes de las esencias del programa de la coalición, al que Iglesias suele referirse como “ley”. Tensar la cuerda, sin llegar nunca a romperla, porque de esa cuerda también pende él. Como en la organización ya apenas hay otras voces fuertes, solo Iglesias puede hacer ese papel. Y además le gusta. Vicepresidente y conciencia crítica del Gobierno al mismo tiempo. Un ejercicio de malabarismo que está dispuesto a mantener hasta el final.

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Desde 2015, no ha habido elección en que Unidas Podemos no perdiese votos. Por eso sentaría como un bálsamo, por pequeño que fuera, cualquier avance en las próximas elecciones catalanas. Las encuestas apuntan a un estancamiento y, tras lo sucedido en julio en Galicia y Euskadi, las aprensiones han prendido en la organización. Para Iglesias, el comienzo de la campaña ha coincidido con una buena noticia: el caso Dina se desinfla casi definitivamente. Otra bala contra el líder de Podemos que va a resultar ser de fogueo. El vicepresidente participará en varios actos en Cataluña, pero allí el tono de la campaña lo definirá En Comú Podem, la marca catalana, uno de los pocos espacios de Podemos que escapan todavía al control del líder, tras la ruptura con Teresa Rodríguez en Andalucía. No sin cierta sorna, en el partido se tiene la sensación de que si las cosas salen bien en Cataluña, el éxito se le achacará a Ada Colau, y que si salen mal, la culpa recaerá sobre Iglesias.

Un mal resultado de En Comú Podem, unido al previsible avance del PSC, debilitaría políticamente a Iglesias. También dentro del Gobierno. Pero en ningún caso supondría un cambio de estrategia, aseguran todas las fuentes consultadas. “La coalición”, comenta un dirigente de Podemos, “tiene segura al 100% tanto la permanencia como que seguirá la discrepancia”. Ni se romperá el pacto ni aflojará la presión del vicepresidente segundo, convencido como está de que al PSOE le pasa con él lo mismo que a él con el PSOE: es su única garantía para seguir transitando el cielo.

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