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El Gobierno estrena la nueva estabilidad

El amplio respaldo a los Presupuestos concede al Ejecutivo de coalición un margen que ningún otro había tenido desde 2015, aunque supeditado a acuerdos entre once partidos

Pedro Sánchez aplaude a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, tras los aprobación de los Presupuestos este jueves.
Pedro Sánchez aplaude a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, tras los aprobación de los Presupuestos este jueves.Ángel Navarrete (Pool)
Xosé Hermida

Era tal el ansia por celebrar ese resultado inimaginable para ellos mismos hace solo unas semanas que los diputados del PSOE y de Unidas Podemos no dejaron que la presidenta del Congreso acabase de cantar los números. Puestos en pie, estallaron en una tremenda ovación que ahogó las últimas palabras de Meritxell Batet: 187 a favor, 153 en contra y ninguna abstención, en la última de las largas votaciones por capítulos de los Presupuestos para 2020. El Gobierno de coalición ha solventado este jueves su examen más difícil -ahora solo falta el trámite del Senado- vivo y dispuesto a colear por mucho tiempo. Pedro Sánchez ha logrado al fin salir de la provisionalidad presupuestaria que constreñía a su Gabinete desde la moción de censura, hace ya dos años y medio. Entre él y su socio de Unidas Podemos han aumentado en 22 diputados la base parlamentaria de la última investidura, el pasado enero. Las palmas del presidente, de sus ministros y de los diputados de la coalición se prolongaron eufóricas mientras los escaños de la derecha se vaciaban a toda prisa.

Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba puso en circulación aquello del Gobierno Frankenstein, seguramente no pensaba en un monstruo con tantas piezas y tan variopintas. Y sobre todo con tanta capacidad de supervivencia. Ese Ejecutivo que en enero salió titubeante de una investidura casi con foto finish —167 a 165— ha logrado para los Presupuestos un apoyo superior al de algunos Gobiernos de las épocas del bipartidismo. En los cinco años transcurridos desde que la vieja correlación de fuerzas saltó por los aires, ningún otro Ejecutivo había dispuesto de ese margen de estabilidad. Claro que, en tiempos de nueva normalidad, esta es también una nueva estabilidad.

El refrendo a los distintos capítulos del Presupuesto, que se votan por separado, osciló entre 187 y 189 síes. La base del Gobierno se consolida con un cóctel que mezcla casi toda la izquierda, el independentismo en su versión más pragmática y unas pequeñas gotas de regionalistas con reivindicaciones puramente territoriales. Son 11 fuerzas políticas distintas, algunas como EH Bildu con muchos estigmas a cuestas. Un rompecabezas permanente para un Ejecutivo a su vez propenso a la tensión interna. Pero el PSOE y Unidas Podemos han hecho de la necesidad virtud, y sus portavoces, Adriana Lastra y Pablo Echenique, presumieron en el cierre del debate de su capacidad para poner de acuerdo a gentes tan dispares. “Hay grupos de izquierda, de centro, liberales, nacionalistas… Ideologías muy distintas”, subrayó Lastra, fuerzas que “a veces discrepan en casi todo” pero que se han puesto de acuerdo en la necesidad de sacar adelante “los Presupuestos más importantes en 40 años de democracia”. Y de paso dar un aval a un Ejecutivo dispuesto a “durar muchos años”, como expresaron casi al unísono Lastra y Echenique, con alguna burla a la derecha incluida (“guarden su rabia, no la gasten tan rápido, que aún les queda mucho”, se jactó el portavoz de Unidas Podemos).

Sobre el alcance de la alianza que ha permitido sacar adelante las cuentas públicas, los tonos son diferentes. Los dirigentes de Unidas Podemos ya hablan de ERC y EH Bildu como socios estratégicos. Los socialistas lo rebajan. Tras la votación, la cara del éxito del Ejecutivo, la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, sostuvo que las puertas a Ciudadanos seguirán abiertas. Y aseguró —contra lo que dice no solo el partido de Inés Arrimadas, también Unidas Podemos— que fue Cs quien se negó al acuerdo. “Y yo lo sé bien porque he dirigido las negociaciones”, reafirmó. Arrimadas se había preguntado antes desde la tribuna: “¿Por qué apoyan Otegi y Junqueras estos Presupuestos? ¿Porque son buenos para los españoles?”. Su compañero Edmundo Bal lo resumió así: “El PSOE ha vendido su alma”.

Esquerra comparte la visión de Pablo Iglesias, que interpreta lo ocurrido como un vuelco político. Gabriel Rufián, con su destreza de tuitero, resumió la situación en dos sentencias: “El centro de gravedad del Estado ha cambiado” y “bienvenidos a una nueva era”. El portavoz de ERC se encargó de recordar al Ejecutivo -y de paso a sus íntimos socios y adversarios de Junts, impenitentes en el no- el decisivo peso de la aportación independentista: 17 de sus 23 diputados en Madrid, una vez que a ERC se le ha unido en el sí el PDeCAT, ya divorciado de Puigdemont. Rufián obvió las referencias a los dirigentes condenados por sedición, a los que sí aludió Ferran Bel, del PDeCAT con esa suavidad de formas tan de la vieja Convergència. “Sean firmes y valientes”, pidió al Gobierno. “No es normal que haya presos políticos y exiliados”. En el banco azul asentía un solitario Iglesias.

Como complemento a la radiante mañana del Gobierno, la derecha volvió a dar espectáculo con su particular guerrilla interna. Los populares han afeado durante toda la semana a Vox que se desentendiese del trámite de enmiendas. Una de sus diputadas más fogosas, Ana Belén Vázquez, había reclamado a los de Santiago Abascal que devuelvan más de 200.000 euros correspondientes a los sueldos de los días que no trabajaron. En Vox uno de los especialistas en chinchar a los populares es el jurista valenciano José María Sánchez, que, en el último día del debate, desdeñó a Vázquez como “esa diputada gallega chillona, que deja quedar mal a los gallegos”. Ella estaba fuera del hemiciclo y acudió a toda prisa para pedir la palabra y tacharlo de machista. Tampoco Macarena Olona perdió la ocasión de llamar a los populares “cómplices y colaboracionistas” del socialcomunismo. Siempre más comedido, Iván Espinosa de los Monteros les achacó su “somnoliento letargo”.

El PP dio la impresión de querer pasar de puntillas por la jornada. Dejó la intervención final a la exministra Elvira Rodríguez, que se mantuvo en su estilo técnico, sin bajar al barro de ETA y los “enemigos de España”, esa moneda común en los demás diputados. De Pablo Casado no se supo nada en toda la semana. Mucho menos de Santiago Abascal, que apenas ha vuelto a asomar por el Congreso desde aquella moción de censura con la que en octubre prometía acorralar al Gobierno.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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