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Cuando el río Miño se convierte en un muro

Alcaldes de la frontera gallega entre España y Portugal piden a los dos países que coordinen su desescalada

Agentes de la Guardia Civil controlan el paso fronterizo entre España y Portugal en Tui (Pontevedra), en marzo.
Agentes de la Guardia Civil controlan el paso fronterizo entre España y Portugal en Tui (Pontevedra), en marzo.OSCAR CORRAL (EL PAÍS)

Ante la vista del impresionante río Miño cubierto de niebla y sin atisbo de final, los romanos creían que se acababa el mundo y, que si atravesaban esa espesa bruma, se precipitarían al vacío; se trataba del famoso finis terrae que inmortalizaron 200 kilómetros más arriba, en Fisterra: se diría que los romanos no hacían más que ver finales del mundo en Galicia, tierra propicia, sin embargo, a inventarlos.

Si el Miño no está nublado, lo que ve Carlos cada mañana desde Vila Nova de Cerveira (Portugal) es Galicia; vive a un kilómetro de España y a 10 de la empresa en la que trabaja, Viveiros do Río Tollo, una producción de plantas ornamentales que acusa, como toda la industria de este tipo de plantas en la comarca pontevedresa de Baixo Miño, un golpe extraordinario en plena temporada. Con el estado de alarma, Carlos tiene que recorrer 30 kilómetros: 15 hacia Valença do Minho, justo en la frontera, por carretera portuguesa, y otros 15 en dirección contraria por carretera española para llegar a Tomiño, ya en España. Un gasto en tiempo, combustible y peaje que provoca el cierre de seis de los siete puestos fronterizos (A Guarda, O Rosal, Arbo, Crecente, Salvaterra y Tomiño) que unen los dos países en la provincia de Pontevedra. Solo está abierto el principal, el del puente que une Valença con Tui.

Desde el establecimiento del control de fronteras hasta el pasado 21 de abril, se dieron un total de 207.486 tránsitos entre España y Portugal, de los que 92.886 fueron en el puente de Tui-Valença, lo que supone un 44% del total de viajes entre los dos países. “Las consecuencias del cierre de puentes sobre el Miño, dejando solo un paso, tiene el efecto equivalente a partir ciudades o pueblos por la mitad”, resume el profesor Xavier Martínez Cobas, autor de un informe de urgencia de la Universidade de Vigo sobre el impacto socioeconómico de la covid-19 en esta región transfronteriza.

Carlos vive en la raia (raya), la modélica frontera espejismo de lo que debería ser Europa; un territorio poroso y franco en el que la gente reside y hace su vida de un lado a otro sin más percance que la franja horaria (una hora menos en territorio luso). Carlos, como dos compañeras de trabajo, vive en Portugal y trabaja en Galicia del mismo modo que numerosos gallegos trabajan en los polígonos industriales de Vila Nova da Cerveira. Además de eso, el ir y venir por cuestiones laborales, de consumo y de ocio es continuo. Andreia Machado es una de esas compañeras de Carlos en el vivero. Vive en Ponte da Lima, en Portugal, y hace ahora 30 kilómetros más para ir a su trabajo a Tomiño y volver. Al otro lado de la frontera y en otro ámbito laboral, Toñi, médica que reside en A Guarda y trabaja en Viana do Castelo, tiene que conducir el doble de kilómetros.

Los municipios en los que viven los tres, junto a nueve más de ambos lados de la raia, se han constituido, a través de la Diputación de Pontevedra y la Comunidade Intermunicipal do Alto Minho, como Agrupación de Cooperación Territorial del Río Miño Transfronterizo (AECT Río Miño) de la que forman parte 375.755 vecinos. Demandan la puesta en marcha de medidas que profundicen en la relación de esta región y disuelvan las trabas burocráticas de quienes viven a caballo entre Portugal y España. Con la pandemia y el cierre de fronteras ha emergido de forma más dramática la realidad: pese a estar separados por unos pocos kilómetros, pertenecen a dos países distintos. Y el formidable daño económico provocado por el estado de alarma se agrava en su caso.

“Aquí la sociedad va más adelantada que las Administraciones”, dice Uxío Benítez, diputado provincial y director de la AECT Río Miño. “La gente pasa la tarde en un lado tomando un par de cafés y se corta el pelo en el otro. Hay un flujo constante de gente. El cierre de los puestos fronterizos ha hecho que a trabajadores gallegos de los polígonos industriales de Vila Nova de Cerveira, con contratos en precario, no les compense directamente ir a trabajar por el gasto que les supone”.

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Los 12 alcaldes de las localidades que forman parte de este colectivo se han dirigido a los Gobiernos español y portugués para que atiendan a su peculiaridad geográfica. Piden la apertura de puestos fronterizos para los trabajadores que tienen que cruzar la raia, la devolución de la libre circulación cuando se extinga el estado de alarma y que la desescalada en la frontera, la más poblada y dinámica entre España y Portugal, se haga de forma coordinada. “Es muy difícil y no nos van a hacer ni caso, pero te pongo un ejemplo. El lunes, Portugal abre el pequeño comercio, su clientela es muchísima gallega del otro lado de la raia, que, por supuesto, está confinada. Si no funcionamos al mismo tiempo, habrá más pasos así en los que se verán perjudicados los ciudadanos y las economías de los dos países”, explica Benítez.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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