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Retenciones kilométricas en el paso más transitado de la frontera española con Portugal

Pueblos acostumbrados a hacer vida en común y con servicios compartidos quedan aislados a ambos lados de la línea entre países en Galicia

Paso fronterizo entre Tourem y Randín durante la primera jornada de cierre de fronteras.
Paso fronterizo entre Tourem y Randín durante la primera jornada de cierre de fronteras.Lino Perdiz

El paso fronterizo de la A-55 entre Tui (Pontevedra) y Valença do Minho registró ayer retenciones de más de seis kilómetros y tres horas de espera por los controles impuestos con el Estado de Alarma y el cierre de fronteras entre España y Portugal. Esta autovía es la de mayor tráfico de entre todas las que unen los dos países a lo largo de su frontera, con el paso de cerca de 15.000 vehículos al día (datos de 2015) frente a los 9.500 de Ayamonte (Huelva) o los 5.500 de Verín (Ourense). No se recuerdan retenciones como esta más allá de las que se produjeron en 2017, cuando Portugal cerró todas sus entradas, salvo sus pasos por Tui, por la visita a Fátima del papa Francisco.

La frontera entre Tui y Valença, dos localidades separadas solo por el río Miño, que funcionan en la práctica como una sola, amanecieron con el puente internacional viejo cortado por vallas y vigilancia a ambos lados: de la GNR (Guarda Nacional Republicana) y de la Policía Local tudense puesta bajo el mando del Ministerio del Interior. El único paso abierto, ahora, ya que también se suspendió el servicio ferroviario, es el del puente nuevo de la autovía, en España controlado por la Policía Nacional. Y ayer, desde las seis de la mañana, empezaron a formarse colas por los controles a los vehículos. La mayoría, explica el alcalde de Tui, el socialista Enrique Cabaleiro, eran camiones de mercancías o trabajadores bien informados que acudían a sus puestos a uno u otro lado de la llamada ‘raia’ entre países.

El intenso tránsito que soporta esta carretera se debe a que vertebra la región norte de Portugal (con varios polígonos en distintos municipios y un núcleo fuertemente industrializado en Oporto) y una de las zonas con más fábricas y empresas de Galicia que abarca el área de Vigo y O Porriño (Pontevedra). Algunos particulares que quisieron cruzar tuvieron que dar la vuelta. Fue el caso, ejemplifica Cabaleiro, de “dos ciudadanos senegaleses que viajaban desde Vigo en taxi” con el objetivo de marchar a Portugal: “Tuvieron que dar la vuelta y quedarse en España, pero sin obligación de pagar el taxi de regreso”.

El otro paso en Galicia que permanece abierto a mercancías y trabajadores, pero no a turistas ni visitantes, es el que une los ayuntamientos de Verín (Ourense) y Chaves (Vila Real). Desde las 12 de la noche del lunes, estas dos localidades íntimamente ligadas y constituidas administrativamente en la primera Eurociudad de la UE han quedado comunicadas únicamente para el paso de camiones y trabajadores, pero los vecinos de ambos lados ya no pueden transitar como hasta ahora. Era una costumbre cotidiana que los portugueses cruzasen a Verín para llenar el depósito de combustible o comprar butano, más baratos que en su país. Otros trabajaban en empresas españolas y muchos hacían sus compras en los supermercados donde, según el alcalde en funciones, Diego Lourenzo (BNG), “entre el 60% y el 70% de los clientes venían de allí”.

Lourenzo, nacido en Feces de Abaixo, el primer pueblo de Verín a este lado de la ‘raia’, es hijo de portuguesa y gallego, como tantas otras personas a ambos lados de una frontera hasta ahora invisible. “Hay muchos matrimonios mixtos, con familia en Galicia y en Portugal”, explica el edil. “Yo mismo conservo la doble nacionalidad y no sé qué ocurriría si decido cruzar como particular ahora que se ha decretado la alarma”.

La unión entre vecinos de uno y otro lado es enorme. Comparten piscinas, ferias y bus de línea que ahora están suspendidos por la pandemia, celebran fiestas de hermanamiento y acuden a los locales de hostelería que hay aquí y de allá sin percibir que cambian de país. En los pasos menos importantes, según explican los vecinos de la frontera, la vigilancia es apenas existente porque en las zonas más despobladas hace años que vienen “desmantelando los puestos de la Guardia Civil”. Este martes por la mañana en que han vuelto a quedar separados al menos hasta finales de Semana Santa, las carreteras aparecieron con vallas atravesadas y señales de prohibición, pero no había agentes, y quien quiso pasar pudo hacerlo “como en los tiempos del contrabando”.

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En el ayuntamiento ourensano de Lobios, por ejemplo, están el paso de Portela do Homem y el de Madalena-Lindoso, mientras que en el municipio de Entrimo está la carretera de Guxinde-Castro Laboreiro. Así todo un rosario a lo largo de la ‘raia seca’ (la que va por la montaña y no está fijada por el río) entre Ourense y Portugal. Son territorios fuertemente envejecidos y despoblados. “Saben que somos cuatro gatos” y la mayoría “mayores de 65 años”, comenta Lino Perdiz, un vecino de Muíños (Ourense), por eso la vigilancia, “aunque la vayan a reforzar”, de momento parece “semejante a la del resto del año”. Tres puestos solo “existen de manera oficial... nadie vive en ellos y solo tienen actividad por la mañana", “si pasa algo hay que llamar a Celanova”, apunta, otro ayuntamiento ourensano situado a 40 kilómetros.

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