Claudia Sheinbaum y el futuro de México
La jefa de Gobierno de Ciudad de México es la gran baza de la izquierda de su país. Licenciada en Física y doctora en Ingeniería Energética, a sus 59 años apuesta por continuar la transformación de México iniciada con López Obrador, a quien admira. Muchos la ven como la futura presidenta.
El día que se anunció el fin de la guerra de Vietnam, en abril de 1975, una niña mexicana de 12 años se sintió orgullosa. Ella había contribuido al final de ese conflicto que tenía en vilo a medio mundo con su protesta en la escuela unos meses atrás. Su activismo había tenido el efecto deseado. O al menos eso pensó entonces. A sus 59 años, sentada hoy en una imponente librería, en la antesala de su despacho, Claudia Sheinbaum se ríe al recordar el episodio. Aquella niña ingenua es hoy la inquilina de uno de los edificios que cobijan al Zócalo de la capital de México, como jefa de Gobierno de la ciudad de habla hispana más grande del mundo. Todo ello fruto, asegura, de una profunda convicción política de izquierda con la que aspira, dentro de tres años, a cruzar la calle e instalarse en el Palacio Nacional como presidenta. Un tema del que no es que disfrute hablando, pero que ya no oculta.
Sheinbaum, la primera mujer en la historia en ser elegida para gestionar la capital mexicana, forma parte de un grupo de alcaldesas y exalcaldesas de grandes ciudades, como Anne Hidalgo (París), Ada Colau (Barcelona), Manuela Carmena (Madrid) o Claudia López (Bogotá). Sin embargo, a diferencia de ellas, su perfil no se ha caracterizado por exponerse tanto públicamente. De puertas para fuera, de Sheinbaum se sabe poco y, si no fuese por los esfuerzos de sus colaboradores —también los propios, claro— que la han convencido de que debe proyectarse para futuras aventuras, a ella le gustaría que siguiese siendo así.
Ni modo. Una tarde de finales de octubre, Sheinbaum se acomoda en la antesala de su despacho y —después de pedir permiso para retirarse un cubrebocas que no acostumbra a quitarse e invitar a lo mismo—, en casi dos horas de conversación, tira abajo cualquier idea preconcebida sobre su personalidad. La mujer aparentemente fría, desconfiada, de rictus enojoso, es alguien que bromea y conversa mucho sin poder evitar, eso sí, cierta distancia al tratar algunos temas, como su relación con el presidente, Andrés Manuel López Obrador, o sus aspiraciones políticas. Alguien que a lo largo de la charla y días después, durante un viaje al sur de la capital, disfruta hablando de su militancia política y que admite que le dan “hueva” las estructuras partidistas. Licenciada en Física y doctora en Ingeniería Ambiental, se define como “universitaria”, “investigadora”, “científica” y “gobernante obsesiva”.
La expresión provoca una risa floja entre los miembros de su equipo, a quienes se refiere como “compañeros”. “Uy, yo soy muy exigente. La frase que más escuchan de mí es que aquí no hay autocomplacencias. Claro que nos alegramos de los triunfos y los disfrutamos juntos, pero me refiero a la cotidianeidad, cuando alguien pretende justificarse por algo que no ha hecho y me dice: ‘No, es que la culpa la tiene el otro, porque yo…’. No, a mí eso no me vale”, dice Sheinbaum.
Su forma de hacer política no se entiende sin la figura del presidente de México, a quien conoció poco antes de que ocupara su cargo como jefe de gobierno del Distrito Federal en 2000 y de quien fue secretaria de Medio Ambiente durante el sexenio al frente de la capital. En aquella época puso en marcha el primer Metrobus y, dos décadadas después, la movilidad sigue siendo uno de los pilares sobre los que construye la ciudad. Más allá de eso, en este tiempo se ha convertido en una aliada incondicional, hasta el punto de que no pocos consideran a Sheinbaum la preferida del presidente para sucederlo y ser la próxima candidata de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), lo que rehúye comentar. Ella lo mismo le llama “AMLO” que “Andrés Manuel” o “presidente López Obrador”, y se refiere a él siempre con admiración. No hay momento en que difiera de algo que el mandatario haya hecho en estos tres años, siquiera de la decisión de no utilizar cubrebocas, a lo que, a diferencia de ella, se ha opuesto López Obrador desde el inicio de la pandemia salvo en los aviones comerciales en los que se desplaza o en sus recientes visitas a Estados Unidos: “Llevamos tantos años de lucha juntos que un cubrebocas no nos va a dividir, sencillamente yo pensaba de esa manera y así lo dije, pero tampoco critico la otra”, dice ella.
—¿Y nunca discuten?
—No se lo voy a decir, porque esa sería la nota —responde entre risas de inmediato.
Pese a coincidir en que lo raro sería que no fuese así, no hay atisbo de que quiera conceder una mínima discrepancia. “Pensar que tenemos diferencias en lo sustantivo cuando venimos del mismo movimiento sería absurdo, ¿no? Ahora, él estudió Ciencias Políticas y yo Física; yo soy mujer, él hombre; él es de Tepetitán, en Tabasco, yo soy chilanga [de Ciudad de México]. Claro que hay maneras distintas de entender el mundo sencillamente por dónde vienes, pero hay una coincidencia muy grande en las transformaciones que requiere el país”.
Una de las cosas que más le sorprendió al llegar al Ayuntamiento fue comprobar que se había perdido una “mística del trabajo” que ella vivió en el sexenio de López Obrador en la jefatura de gobierno de Ciudad de México. “Todo se corrompió, y reconstruir desde arriba hasta abajo lleva su tiempo, y mucho tiene que ver con el trato que tenemos los servidores públicos. Aquí llegas y saludas a la persona que esté en la entrada de la misma manera que saludas al más rico de la ciudad. Esa mística se había perdido por completo”.
El trato con la gente es algo a lo que Sheinbaum le da mucha importancia y exige a sus colaboradores. Pero lejos de compartir esa cercanía, su aparente frialdad es algo que siempre se le ha cuestionado. Uno de los momentos más evidentes ocurrió hace unos meses durante una de las peores crisis de su gobierno. Cuando un tramo del metro se vino abajo en mayo y murieron 26 personas, se le afeó que apenas tuvo un gesto en público con las familias. Al tiempo que le llovían críticas, había ordenado a cada uno de sus secretarios —el equivalente a concejales— que diesen seguimiento de sus necesidades con llamadas a diario a los familiares de las víctimas. También recuerda cómo el 24 de diciembre del año pasado, en el peor momento de la pandemia en la capital —al que se llegó no sin pocas críticas por la tardanza en decretar el semáforo rojo, la máxima alerta en la ciudad ante el alza de hospitalizaciones—, se desplazó al centro del control de la ciudad ante el colapso y la falta de ambulancias y sin decir quién era pidió hablar con todas las personas que estaban esperando una.
—¿Y todo eso por qué no lo ha querido contar?
—Me preocupa el trabajo, no la imagen. Yo sé que hice lo que tenía que hacer.
En su convicción de no alejarse de la gente, la jefa de la capital mexicana se desplaza en un auto convencional, conducido por un colaborador de hace años que nada tiene que ver con un policía; sin blindaje alguno y en donde lo más llamativo es la cantidad de lapiceros y hojas blancas que reposan en la parte trasera del asiento del copiloto, donde acostumbra a viajar ella salvo en esta ocasión en la que se excusa para ir en la parte delantera, mientras que atrás van los dos reporteros y su jefe de prensa. Apenas una camioneta que va por delante, y que en ningún momento abre paso en el tráfico, es el único esquema de seguridad del que goza. Solo cuando su secretario de seguridad, Omar García Harfuch, sobrevivió a un atentado con más de 400 disparos, accedió a viajar en una camioneta blindada. Durante dos días. “No lo soporté más”, explica.
Durante el trayecto hacia el sur de la ciudad, una hora y media un sábado por la mañana de finales de octubre, Sheinbaum enumera con memoria fotográfica cada uno de los avances de su gestión, por insignificantes que parezcan, que se topa en el camino. Su tono es generalmente pausado, pero se desliza una sensación de orgullo cuando habla de la recuperación de espacios al aire libre en las zonas más populares: “Los 12 parques que hemos hecho se encuentran en lugares donde la gente no tenía acceso a espacios verdes. Claro que es un proyecto ambiental, de mitigación del cambio climático, pero también es un proyecto de justicia social”.
Volver habitable la ciudad no desde un punto de vista meramente urbano es algo que marca su trabajo. Su concepción del espacio público va más allá. “Esta ciudad creció a punta de movimientos sociales, obreros, magisteriales, estudiantiles. Tanto el modelo neoliberal como la última administración se orientaron a privatizar o hacer mercancía lo que nosotros consideramos derechos. Debemos darle la vuelta a eso y regresar a una ciudad de libertades democráticas que se habían perdido, a reivindicar la educación, la salud, la vivienda, el medio ambiente, derechos para la gran mayoría de la población, particularmente la que menos tiene, eso se ve en cada acción que hacemos”.
Uno de los temas más controvertidos con los que ha tenido que lidiar Sheinbaum hasta ahora durante su mandato ha sido el auge de las protestas del movimiento feminista. Por un lado, la contención de las marchas, el cerco protector a los monumentos históricos o el vallado del Palacio Nacional la víspera del 8 de marzo han propiciado innumerables críticas a una política que se ha jactado siempre de haber participado en distintos movimientos y protestas como parte de su militancia. A ello se suma, de nuevo, que no marcó distancias con las críticas que el presidente López Obrador ha manifestado contra el movimiento feminista en los últimos años.
—¿Cómo ha sido lidiar con esas manifestaciones como jefa de gobierno de la ciudad?
—Yo no entiendo esta idea de destrucción asociada al movimiento feminista. No estoy de acuerdo con quien dice que, como las mujeres hemos sufrido violencia, tenemos derecho a violentar. Hubo manifestaciones feministas que quemaron librerías, para mí eso es fascismo. No tiene nada que ver con el feminismo. Entiendo que hay un hartazgo vinculado a la violencia contra las mujeres y que particularmente se manifiesta en las jóvenes, pero esta otra parte de la violencia… Hay mujeres feministas que están en contra de las mujeres transgénero porque no nacieron mujeres. O esta cosa de que, como eres hombre, te voy a quemar cuando pasas por la manifestación. Yo creo que las manifestaciones deben ser pacíficas, convences a más gente cuando eres pacífico que con estos actos violentos. Como jefa de gobierno me corresponde también proteger los monumentos históricos, contener si van a violentar a una persona que va pasando por la calle; y también tengo que evitar que quemen una librería. Y por eso no deja una de ser feminista.
—¿Y qué le parecen las críticas del presidente al movimiento feminista?
—Yo pienso que es un hombre profundamente feminista. Si no, la mitad de su Gabinete no serían mujeres desde que fue jefe de gobierno. Nosotros luchamos por un proyecto de nación. Si tú aíslas el movimiento feminista, el ambientalista, el movimiento animalista, todos estos movimientos de la transformación profunda de nuestro país, tienes a lo mejor triunfos parciales, pero no estás combatiendo la pobreza, ni la desigualdad, ni la corrupción ni el régimen de privilegios que hizo que este país se convirtiera en uno de los más desiguales. Esa es la parte donde yo entiendo al presidente, cuando dice: “Nosotros estamos luchando por un gran movimiento de transformación en México”, y yo digo que en ese movimiento, si no están incluidas las mujeres, no es movimiento de transformación. Pero no al revés. O sea, yo no me voy a agarrar de las manos de cualquier mujer, de cualquier partido político, independientemente de lo que piense del país, solamente porque sea una mujer. El movimiento feminista tiene que ser parte de eso, porque, si no, se aísla y se convierte en algo que no tiene que ver con la gran transformación de la vida pública de México.
A nadie en su equipo le extraña recibir un mensaje de la “jefa” o la “doctora” a las cinco de la madrugada, media hora después de haberse despertado; una jornada de trabajo que se extiende hasta las 21.00 o 21.30, cuando procura dejar el Ayuntamiento y retirarse al departamento en Tlalpan, la misma delegación de la que fue alcaldesa hasta 2018, lejos de la pompa de otros lugares de la capital donde suelen vivir los políticos. Ella asegura que de lo único de lo que no se priva es de comer: “Aunque a veces me olvido”. Los fines de semana, cuando no está de gira, los aprovecha para estar con su actual pareja, Jesús, y sus hijos —el mayor, de 38; la menor, de 33—, a quienes a veces ve en el Ayuntamiento, donde instaló una cinta para correr que, confiesa, usa menos de lo que antes acostumbraba.
Al hablar de su última lectura, Canek, de Ermilo Abreu, la historia de una indígena maya en el siglo XVIII en el Estado de Yucatán, es inevitable abordar la conquista y su reciente decisión de cambiar de lugar la estatua de Cristóbal Colón, hasta ahora en el paseo de la Reforma, una de las principales arterias de la ciudad. También la carta que López Obrador envió al rey Felipe exigiéndole que pidiese perdón por los desmanes del pasado. “Creo que se deja la semilla de la discusión y del debate, eso es muy bueno. Y creo que eso debería ocurrir también en España, ¿no? Porque si no lo haces, niegas la posibilidad de reconstruir una historia también y de ver a los pueblos indígenas originarios con una riqueza distinta a la que tú tienes”.
—¿Por qué decidió cambiar de lugar la estatua de Cristóbal Colón?
—Porque los monumentos, los nombres de las calles, tienen que ver con una concepción de ciudad. También cambiamos el nombre del puente de Alvarado, porque Alvarado fue el responsable del genocidio del Templo Mayor, por la Calzada México-Tenochtitlán. Yo amo la tierra donde nací, amo su historia. Claro que hay mestizaje, pero no cualquier pueblo tiene la historia que nosotros tenemos, a los mayas, a los olmecas. Tuvimos culturas previas al colonialismo que eran de una riqueza cultural y con una visión del mundo muy distinta a la europea. Ahí es cuando dices: “Voy a poner en el centro de Reforma una pieza que represente a la mujer indígena, que es la que menos voz ha tenido en la historia de nuestro país. De ahí venimos”.
Entre tanta mirada al pasado, también hay espacio para el futuro. En 2024, López Obrador terminará su mandato de seis años. Muchos ven a Claudia Sheinbaum como la próxima presidenta de México. Ella trata de no profundizar mucho en las hipótesis, porque no quiere desviar la conversación de su actual función, pero es consciente de que en los próximos años le tocará abordar el tema. “Si lo único en lo que pensara es en 2024, podría hacer mucho daño a la ciudad. Para mí lo más importante es la continuidad de la cuarta transformación y la unidad del movimiento en torno a ello”, enfatiza.
—¿Hay marcha atrás en su intención de ser presidenta?
—No se trata de que yo quiera ser presidenta. Se tendrá que decidir en su momento, por una encuesta, como está establecido en los estatutos del partido. Mi papel en este momento es seguir haciendo bien mi trabajo y que el pueblo de México y de la Ciudad de México se sienta orgulloso de mí.
—¿Y está México preparado para tener una mujer presidenta?
—Perdón, pero es como si cuestionamos que México esté hoy preparado para tener un presidente joven, o uno viejo. Yo creo que se trata de aquello que representas, ¿no?
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