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EL PULSO
Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Necesitan ‘Las Meninas’ una mampara?

Tras las hiperpublicitadas fotos e imágenes de los mandatarios de la OTAN y sus parejas ante la obra maestra de Velázquez, surgen voces que piden una mayor protección para la pintura en su sala del Prado.

Un hombre posa cerca de 'Las meninas' en el Museo Nacional del Prado, en Madrid.
Un hombre posa cerca de 'Las meninas' en el Museo Nacional del Prado, en Madrid. Susana Vera (Reuters)
Miguel Ángel García Vega

Solo 30 segundos llevan de la protección al desastre. Es el tiempo estándar de respuesta entre el momento en el que un vándalo ataca una pintura y el momento en el que es neutralizado. Un tiempo eterno. Agredir un cuadro es más sencillo de lo que puede parecer (pese a los detectores de metales, alarmas de proximidad, y el hecho de que muchas obras están geolocalizadas). La historia está plagada de esta violencia. La Gioconda fue atacada dos veces en 1956. Sería el principio. Le seguirían otros incidentes en 1974, 2009, y el 29 de mayo pasado un visitante intentó romper el cristal a prueba de balas colocado tras el ataque de 1956. Durante 1972, un geólogo destrozó con un martillo partes de la cara y un brazo de María de La Piedad de Miguel Ángel. Tardaron una década en restaurarla. Ahora está protegida tras una mampara. Y la extraordinaria La ronda de noche, de Rembrandt, fue en 1975 rasgada varias veces con un cuchillo por un profesor en paro. Los daños fueron irreparables. Un año después, el atacante se suicidó.

La historia del arte acumula vandalismo sobre sus telas: El Guernica, La Venus del espejo (Velázquez) o El puente de Argenteuil (Monet). Incluso hay trastornados en serie. Hans-Joachim Bohlmann agredió a Rembrandt, Klee, Lucas Cranach el Viejo y Rubens. Fue condenado a un lustro en la cárcel. Dio igual. En 1988 arrojó ácido contra tres obras de Durero, incluida su Lamentación por Cristo del museo de Múnich. En julio, activistas climáticos entraron en la Real Academia de las Artes de Londres y pegaron sus manos a una copia del siglo XV de La última cena de Leonardo. “Por ahora, las acciones han sido respetuosas, se adhieren a los marcos”, atempera Miguel Zugaza, director del Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Pero la mayoría de las grandes instituciones —el Louvre declina revelar cualquier detalle sobre su seguridad— tiene un número muy reducido de obras protegidas por cristales o mamparas. Aunque los leonardos resultan candidatos fijos. “Siempre ha habido un equilibrio entre la accesibilidad y el riesgo de ataques”, reflexiona Martin Kemp, profesor emérito de Historia del Arte de la Universidad de Oxford y experto en el genio.

Aunque ha ocurrido algo inesperado. España ha utilizado Las meninas (3,18 × 2,76 metros) como la imagen de sus 40 años de pertenencia a la OTAN. Un éxito planetario de márketing y una exposición y un riesgo que jamás había tenido la obra maestra de Velázquez. Vivimos una era distinta. Lo que antes resultaba impensable ahora surge posible. La tela es una imagen que una parte del mundo —fanática— podría asociar a los señores de la guerra. ¿El Gobierno acertó al utilizar El Prado con motivos políticos? Zugaza, antiguo director de la pinacoteca, lanza un “sin comentarios”. Una historiadora del arte, que conoce la casa, espera que los políticos no lo usen “para cualquier gansada (sic)”.

El Prado es muy generoso. Los lienzos casi se pueden tocar con los ojos.

“Muchas veces nos preguntan si son reales o copias”, observa una de las vigilantes de la sala de Velázquez. La tarde en que la visitamos hay dos mujeres: una vigilando el cuadro y otra de refuerzo. El museo ha aumentado la distancia del tensabarrier. Esos postes separadores están, más o menos, a un metro del cuadro y cubren una longitud de unos cinco metros y medio. “Incorporar un cristal de seguridad me parece muy buena idea”, concede Manuela Mena, historiadora del arte. Correggio, Salviati, Parmigianino, Carvalho. El Prado posee pocas obras acristaladas, pero su misión es preservar y “prevenir”. Vivimos años inauditos.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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