Contra la homofobia: el colectivo LGTBI planta cara al odio
Miles de personas han salido a las calles para protestar contra la homotransfobia tras una serie de agresiones de desmedida violencia. Una de ellas, la paliza mortal a Samuel Luiz, ha conmocionado a la sociedad española. Voces de distintas generaciones analizan la situación y reclaman vivir sin miedo
Curro Peña, malagueño gay de 28 años, no podía creerse, pero tampoco evitar, el impulso que le sobrevino la tarde del sábado 3 de julio, cuando salía de su casa en la plaza de Castilla (Madrid) rumbo a la manifestación del Orgullo LGTBI. “Llevaba en la cabeza una bandana [pañuelo] con la bandera del arcoíris. En cuanto puse un pie fuera de casa, nada más cruzar el umbral, me la quité y la escondí”, describe hoy al teléfono, casi avergonzado. En los nueve años largos que este hombre de casi dos metros y vocación activista lleva fuera del armario, jamás se había imaginado escondiéndose nada más poner un pie en la calle. “Siempre he llevado mi orientación sexual por bandera, pero estaba solo, lejos de otras personas LGTBIQ+, y la bandana es muy visible. Una voz me dijo: ‘Vamos a bajar el tono. Al menos, hasta llegar a Chueca”.
Esa voz se puede tomar como la respuesta a una imagen que a Curro le había estado persiguiendo una y otra vez, en una variación tras otra, en un titular tras otro, durante todo el mes. “Un menor sufre una paliza [en Pontevedra] tras declararse gay ante sus agresores”. “Agresión múltiple en la playa de Somorrostro [Barcelona] a dos parejas de gais”. “Agresión homófoba a un joven en Basauri [País Vasco] por 13 personas al grito de ‘maricón de mierda, das asco”. “Un joven denuncia la agresión homófoba de un agente de la Policía Municipal de Madrid”. Habían sido semanas brutales para la gente como él y aquella mañana había amanecido con otro titular, el peor de todos: “Matan a un joven de una paliza en A Coruña en lo que podría ser un crimen homófobo”.
Era imposible ver venir aquella tarde todo lo que desencadenaría esa noticia. No se sabía que Samuel Luiz, enfermero de 24 años, había muerto al grito de “maricón de mierda” sin haber hecho nada más que una videollamada cerca del grupo equivocado de personas fuera del local El Andén; no se sabía que había sido pateado a lo largo de 150 metros de calle por lo que la policía describiría como “una jauría humana”, en un muchos-contra-uno en el que el uno nunca tuvo nada que hacer; no se sabía que Luiz era de origen brasileño, que enseñaba la Biblia, que tocaba la flauta en la iglesia evangélica y que su padre, Maxsoud, empleado de Zara, desconocía su orientación sexual (y pediría al país que la ignorase junto a él); no se sabía que aquella muerte le convertiría en un símbolo, que hasta Beyoncé tuitearía su foto reclamando justicia, que desataría una oleada de actos y manifestaciones sin precedentes en la historia del colectivo LGTBI español, que sería un hito cuyo futuro y potencial transformador resultan tan insondables hoy en día que se diría que solo acaba de empezar. No se sabía nada de esto. Pero se sabía lo que sentía Curro con la bandana en el bolsillo. Él y cientos de miles de gais, lesbianas, personas trans, bisexuales e intersexuales a lo largo y ancho de España. Aquella muerte les tocaba a todos de cerca, más que ninguna otra, y había despertado el temor primordial, soterrado pero cada vez menos, de que este país, en realidad, no es un lugar seguro para ellos.
Mapi Boix: “Es la primera vez en mi vida que empiezo a tener miedo”
Mapi Boix (Alicante, 39 años), estilista, recuerda encontrarse por Madrid con un antiguo compañero de clase. Hacía años que no se veían. Su pregunta: “Oye, ¿y tú cómo llevas eso de que te llamasen 'la bollera'?”. Y así fue como descubrió que ese había sido uno de sus motes del instituto. “Se equivocaban, no era 'bollera', soy bisexual”, corrige.
“Siempre he sido abiertamente bisexual. Soy evidentemente negra. He tenido que criarme muy hacia afuera y defenderme mucho. Es un poco triste, pero creces asumiendo que ese tipo de cosas van a ocurrir si decides ser visible y no esconderte”, explica. Con “ese tipo de cosas” se refiere a las miradas insidiosas o a los comentarios en voz baja. También a las frases o argumentos homotransfóbicos: “Esos que dicen: ‘Cada uno que haga lo que quiera, pero en su casa’, o ‘yo no me meto con lo que hacen en su cama, pero fuera no lo quiero ver”.
“Nunca me han pegado. Por suerte”, afirma. “Pero si vas con alguien de la mano o si te besas, sí sufres pequeños ataques. Son cotidianos, prácticamente diarios, para todos los miembros del colectivo”. Cree que ahora hay más comunidad y que las nuevas generaciones vienen pisando fuerte: “Viven la sexualidad más abiertamente y salen a la calle muy orgullosas de lo que son”.
Boix se describe como valiente, pero reconoce que ahora está más alerta: “Creo que es la primera vez en mi vida que empiezo a tener miedo”. “No pienso que me vayan a matar en la primera esquina, pero sí que voy a estar expuesta a situaciones incómodas que creía superadas. Se hace más evidente que hay que tener cuidado. Y eso da muchísimo miedo”. Texto de Elena Vierna Carrasco
La agresión a Samuel no es, trágicamente, ni de lejos, el único episodio de violencia con tintes homófobos que sucede en España en los últimos años. Sí es el primero en provocar una respuesta tan contundente por toda la comunidad LGTBI. ¿Qué ha cambiado? Uno de sus artífices, Marco Laborda, artista visual barcelonés de 34 años, el primero en utilizar en redes la etiqueta #YoMaricón la semana siguiente a la paliza, lo achaca no tanto al suceso en sí como al contexto social. “El mensaje de odio está calando”, afirma. “El otro día vi desde mi ventana en el barrio de Ventas [Madrid] a unos niños con banderas de España que iban gritando: ‘¡Viva España! ¡Muerte a los maricones!’. No debían tener más de 11 años y eran las ocho de la tarde. Esto está pasando en 2021. No lo dicen por invención propia, lo han escuchado en algún lado: estos niños tienen padres. Me quedé en shock. La realidad me explotaba en la cara”.
La opinión más extendida entre los entrevistados para este reportaje es que la homofobia ha saltado a la calle desde las instituciones. “Mientras sigamos normalizando la homotransfobia y los discursos de odio como si fuesen una opinión legítima, cuando en realidad son una clara violación de derechos humanos, seguirán creciendo las agresiones homófobas. Frente a su odio, debemos construir comunidad y apoyo mutuo, lugares seguros para que todo el mundo pueda ser quien es sin miedo”, aduce la ministra de Igualdad, Irene Montero.
Boti Rodrigo: “Tenemos una juventud diversa, pero también una lgtbifobia tremenda”
Lo que en la universidad identificó como homosexualidad, hasta entonces era simplemente “rareza”. “Esta niña qué rara es”, escuchaba en casa. Fue el eco de fondo en una infancia y juventud marcadas por el nacionalcatolicismo. Hace un cuarto de siglo, Boti Rodrigo (Madrid, 76 años), actual directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI en el ministerio de Igualdad, empezó su activismo con el colectivo. Recuerda “miradas hostiles y llenas de odio, de asco”. “Provenían de mucha gente, pero generalmente hombres. De ese patriarcado que se sorprende al ver mujeres libres, como somos las lesbianas. Mujeres que no dependemos de la figura masculina”.
Cree que vivimos en “el mejor y el peor de los tiempos” para el colectivo LGTBI. “Tenemos una juventud diversa, que se asume en las diversidades sexuales, pero al mismo tiempo una lgtbifobia tremenda. Con mucho odio hacia la diferencia”. Cree que partidos políticos —principalmente Vox, pero también el PP— y medios de comunicación abonan el acoso con sus discursos de odio que pronuncian impunemente. “El asesinato de Samuel, tan doloroso, es un punto de inflexión para que la sociedad se dé cuenta de lo peligroso de la discriminación y del desprecio de que se nos hace objeto a las personas LGTBI. Nos matan, nos están matando”. Ante esta situación, Rodrigo recomienda la denuncia de todos los delitos de odio así como una “defensa feroz de los derechos”. “Cuesta muchísimo conseguirlos. Y los derechos de las minorías, tristemente, parecen elásticos: pueden ir para atrás. Por eso tenemos que esforzarnos por mantenerlos, por defenderlos, por cuidarlos y por no dar ni un paso atrás”. Texto de E. V. C.
España, el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio entre personas del mismo sexo, parece hoy un país distinto al que era aquel verano de 2005. La ultraderecha entró hace tres años en un Parlamento y sus antiguos discursos ahora suenan a nuevos. Los derechos LGTBI reciben el nombre de “debates”. Las luchas del colectivo, “una tiranía”. El Ministerio del Interior contó 256 delitos de odio en 2018. En 2019, el último informe disponible, subieron a 278. La Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales y el Observatorio Contra la Homofobia de Cataluña y el de Valencia también manejan un incremento del 65% en agresiones durante el primer semestre de 2021.
“Nos están intentando quitar nuestro país”, protesta Eduardo Rubiño, presidente del grupo parlamentario de Más Madrid en la Asamblea de Madrid y uno de los políticos más visiblemente activos por los derechos LGTBI en España. “Han calificado a las personas LGTBIQ+ de enfermos que necesitan terapia [noviembre de 2020]. Han dicho que hay que quitar el derecho al matrimonio igualitario porque las familias LGTBIQ+ no son naturales [diciembre de 2018]. Santiago Abascal soltó en el programa El hormiguero que es preferible que un niño tenga padre y madre porque es lo que necesita [octubre de 2019]… Vox es la tercera fuerza política del país en este momento y está rompiendo con esa senda que habíamos transitado con tanto esfuerzo”.
Eduardo Rubiño: “Existe un fenómeno social de discriminación que exige un cambio cultural”
Eduardo Rubiño (Madrid, 29 años). Tenía ya un cargo público cuando, una noche de junio de 2018, un grupo de jóvenes lo vio abrazado a su novio en el metro de Lavapiés y le gritó: “Maricones de mierda, iros a follar”. “Aquel caso tuvo repercusión porque yo ya era diputado [por Más Madrid]”, reflexiona el hoy presidente de su grupo parlamentario en la Asamblea de Madrid. Pero no fue el único. “En la adolescencia, de viaje de fin de curso en Mallorca, nos echaron de la discoteca a mi novio y a mí por estar besándonos. Había parejas heterosexuales haciendo lo mismo. Fuimos a la playa y vino un grupo de chavales a increparnos. Tuvimos que salir corriendo”. Compartir las agresiones es importante, admite, pero no debe ser lo único. “Todos hemos sufrido, con más o menos suerte, actos calificables de agresión. Pero incluso los más graves son la punta del iceberg de un fenómeno social de discriminación, uno que exige un cambio cultural que debe abordarse desde el sistema educativo y el combate a discursos de odio”.
Es un fenómeno que afecta también a mujeres o a inmigrantes, cualquiera, en fin, que amenace la hegemonía del hombre blanco heterosexual como grupo dominante. La historia ha enseñado que cualquier colectivo vulnerable suele serlo más cuanto más cerca del Gobierno esté un hombre fuerte. No hace falta legislar contra un colectivo: basta con ponerlo en el punto de mira.
No es el único factor. “La homotransfobia siempre ha estado ahí, silenciada en muchos casos; ahora está sobre la mesa. Hubo un asesinato homófobo en Gandía en 2014 y otro en Alicante en 2015. Esto ha sido siempre un continuo”, cuenta Toño Abad, director del Observatorio Valenciano contra la LGBTIFobia. “Pero ahora hay más visibilidad, más quejas, más denuncias y más comunicación que nunca. Una necesidad de saber y manifestar el problema. Hay más consciencia de unirnos. Las agresiones son, eso sí, más violentas que antes: se registran más lesiones de gravedad. Es pronto para saber si es cuestión del agotamiento de la gente por la pandemia o de la polarización, pero se nota”.
En un mundo que ha aprendido a entenderse a través de la pantalla, cada agresión homotránsfoba, física o verbal, personal o institucional, es más visible. Suma a un todo antes inexistente. Así, es cuestión de tiempo que, un día, una gota colme el vaso.
Boris Izaguirre: “No hemos sabido crear un muro de protección”
Boris Izaguirre (Caracas, 55 años). Fue pionero en la visibilización de la homosexualidad en la España de los noventa a través del programa 'Crónicas marcianas' (Telecinco). Hoy, este escritor y comunicador se muestra visiblemente afectado por la muerte de Samuel Luiz. “Pienso en él todos los días”, desvela. “Tengo la sensación de que como colectivo tenemos un poco de culpa. No hemos sabido crear un muro de protección. Es nuestra responsabilidad que esto no suceda”. Pero tiene esperanza: “Esto tiene que ser un punto de inflexión. Como lo fue el 8-M o el #MeToo. La pena es que lo vaya a ser por la muerte de un buen chaval”. Izaguirre ha hecho siempre bandera de su identidad sexual. Además, fue uno de los primeros referentes al casarse, hace 15 años, con Rubén Nogueira. Es una actitud que trae de siempre. “En 1976, a la entrada de un cine en Caracas, me dieron un puñetazo. Fue un chaval que quería impedirme el acceso a la sala por mi pluma. Me levanté y decidí entrar a ver mi película. Esta pluma es mía, es mi identidad”. Texto de Mábel Galaz
La homofobia es una violencia con mil caras. Puede ser un comentario o un silencio inquebrantable. Nacer con pluma y vivir sin ella. Una paliza mortal o el miedo constante a recibirla. El desprecio público de un jefe o un político. Sentirse atrapado entre un mundo hostil y una vida interna que parece inexpresable. “Tiene un componente casi disciplinante: la interiorizamos y ejerce peso toda la vida”, ilustra Rubiño. No existe ni una persona LGTBI que no la haya sufrido en mayor o menor escala.
Christo Casas, antropólogo y periodista de 29 años, recibió una paliza por intentar usar el baño público en unas fiestas del Raval de 2018. “Los hombres de verdad mean en el árbol; si quieres un baño, eres maricón”, le dijo uno del grupo que le pegó. Los meses siguientes, además de no estar cómodo en los espacios públicos, Casas tuvo que defender que aquella paliza le cayó por ser gay, no por un baño. “Nunca un agresor va a decir a los medios o a la policía: ‘Le pegué por maricón’. La gente es homófoba, pero no tonta”, aclara.
Curro Peña: “En el trabajo es muy común que te nieguen lo que eres"
Curro Peña (Málaga, 28 años) es investigador en ILGA, la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersex, e identifica pequeños momentos que desde fuera difícilmente podrían considerarse agresiones, pero que tienen esa intención. “En el cole vino un chico por detrás a darme un abrazo cariñoso. Solo que no era cariñoso, era un intento de humillarme por blando. En el trabajo es muy común que te nieguen lo que eres. Salía a tomar algo con unos compañeros con los que me llevo muy bien, les hablaba de mi experiencia y me decían: ‘Somos todos iguales, todos los adolescentes se tienen que conocer’. Intenté explicarles que mi experiencia es diferente. Llamé a otro compañero, gay también, y lo entendió. Eso es una microagresión”. Esas pequeñas violencias cotidianas que hasta ahora no se habían puesto en común son lo que está alimentando esta explosión movilizadora en el colectivo.
Olympia Arango, asturiana de 21 años, tenía 17 cuando estaba besándose con su novia en la entrada del metro de Les Corts, en Barcelona, y un hombre les escupió entre gritos de “¡bolleras!”. “Siempre te hace sentir fatal, pero más cuando tienes 17 años y no entiendes por qué a una persona adulta le parece mal que pasees con la persona que amas”, lamenta por teléfono.
Bob Pop, escritor y creador de la serie autobiográfica Maricón perdido (TNT), revela hoy que perdió su primer empleo por su identidad sexual. “Era becario en una agencia de publicidad. Me echaron de un puesto no remunerado”, rememora. “Fui a un concierto de Prince hecha una señora llena de encajes y colgantes. El lunes todo eran risas en la oficina porque uno de los compañeros me había visto. El miércoles, mi jefe me llamó y me echó. ‘Esto no es caviar y champán, esto son garbanzos”.
Marco Laborda notó que le trataban diferente antes de entender por qué. “Lo típico: me gustaba jugar con las niñas, el fútbol no. De ahí que me llamaran maricón. Tenía cinco años. Entonces no sabes de qué va eso, descubres lo que eres a través de un insulto. Entre los cinco y los ocho años, el colegio era mi pesadilla. Un día, en primaria, por el pasillo, camino de clase de gimnasia, el profesor iba el primero de la fila, nosotros los últimos; me cogieron entre cinco o seis, me acorralaron y me empezaron a ahogar. Se reían. Me metieron bolas de papel, folios arrugados, en la garganta. Eso el profesor lo vio y no hizo nada, siguió su camino. Esa misma tarde, a la salida del colegio, intentaron meterme en una bolsa de basura para volcarla en un contenedor. Pude escapar, pero recuerdo que me vio la madre de un compañero y me preguntó: ‘¿Qué te pasa?’. No fui capaz de contárselo, ni ahí ni en casa, por dignidad. A las víctimas nos da vergüenza haber sido tratadas de esa manera. Te lo callas. Y llega un día en que te lo crees, te crees que eres mierda, porque, si tanta gente te maltrata, te señala, te llama maricón, es que algo malo tienes que tener. Básicamente, estaba solo. Me daba vergüenza bajar al patio para que no se dieran cuenta de que lo estaba. Me escondía o me ponía cerca de grupos de gente para que desde fuera pareciera que estaba con ellos. El recreo era pánico, llamar la atención, un balonazo, que me insultaran. Que hablaran de mí como si no estuviera. ‘Pero ¿queréis que este maricón esté aquí?’. Con 9 o 10 años, cuando ya me había cambiado de centro y todo iba mejor, mi vecina y yo nos acostumbramos a ir a jugar con Marc, un chaval que había venido de vacaciones con su madre, una mujer moderna, guapa, muy maja conmigo y mis padres. Un día fui a casa de mi vecina para ir a recogerlo como siempre. Ella me dijo que yo no podía ir. ‘Tengo que contarte algo, pero no sé cómo. Me ha dicho la madre de Marc que no quiere que juegues con su hijo porque eres maricón’. Me sentí tan avergonzado, tan desnudo, tan indigno, tan sucio… Me fui a casa. Cuando estuve solo me puse a llorar. Nunca más vi a Marc”.
Paula Usero: “Que hoy en día haya palizas de muerte por ser homosexual me parece terrible”
Paula Usero (Valencia, 29 años) ha estado casi tres años entrando cada tarde en las casas de todo el mundo —a través de la pantalla— bajo el nombre de Luisita, el personaje de la serie ‘Amar es para siempre’(Antena 3) que tenía una relación con Amelia en la España de los años setenta. Por eso sabe lo que era ser lesbiana entonces. “He recibido muchísimos mensajes de odio, sobre todo a través de redes sociales, hacia el personaje”. Luisita ha estado encerrada en los bajos de la Dirección General de Seguridad (DGS) por su orientación sexual y ha visto cómo a su novia ficticia recibía terapia de electrochoque para “volverla heterosexual”. “Todo eso ocurría hace unos años. Que hoy en día haya palizas de muerte por ser homosexual me parece terrible”.
Su relación y compromiso con el colectivo nace antes de Luisita. “Una persona sensata e inteligente apoya y forma parte del colectivo”. Por su personaje, mucha gente asume que Usero es lesbiana. “A veces me preguntan: ‘¿Eres tal o eres cual?’ Bueno, no sé, ahora estoy feliz compartiendo mi vida con un hombre. Pero eso no significa que solo me gusten los hombres. No me gustan las etiquetas”.
Ahora, esos dos personajes viven la actualidad para ver cómo sería su amor libre con la serie 'Luimelia' (Atresplayer). Pero hay cosas que siguen sufriendo sus personajes. “Hay conductas y comentarios que sigo escuchando por la calle. Es lamentable. Son como microataques, como una gota que va calando y que al final hace un charco gigante”. Texto de E. V. C.
Máximo Huerta, presentador y escritor, confiesa por primera vez que tres hombres en un coche le gritaron “¡maricón!” cuando él volvía a casa de una discoteca unas Navidades. “Recuerdo el dolor y el miedo y la violencia que se avecinaban cuando el coche paró, cuando bajaron y empezaron a escupir. Y no había manera de cubrirse. Aceleré el paso, que es lo único que puedes hacer cuando uno tiene miedo. Recuerdo el abrigo lleno de escupitajos”.
La suma de estas historias ha galvanizado a buena parte de la comunidad LGTBI. Juntas son más que traumas expuestos, son un problema común. Laborda se percató de ello pocos días después de la muerte de Samuel, cuando volcó sus recuerdos del colegio en la red bajo su #YoMaricón. Casi de la noche a la mañana, cientos de personas LGTBI lo compartieron y le imitaron. La etiqueta empezó a acoger más relatos, y más, y más, historias personales y universales a la vez. El primer grito de “maricón”, la sensación de ser “de segunda” en el recreo… Venían de celebridades y perfectos desconocidos. Era un grito desesperado, pero también una explosión de hartazgo. La comunidad se sentía vulnerable, pero también cohesionada, y por primera vez plantaba cara a la hostilidad. “Nos hemos acostumbrado a que nos miren mal, con cara de asco”, clama Laborda. “El miedo tiene que pasar al otro bando. Tienen que tener miedo ellos a expresarlo”, resume otro de los popes de la causa en redes, el artista cántabro David Macho, de 26 años.
Alfredo Vivas y Alfredo Santamaría: “Se ríen de tus gestos, de tus expresiones, de tu pluma… de una manera constante”
Alfredo Vivas (Cádiz, 24 años) recuerda el primer ataque con perfecta nitidez. Fue en el colegio. “Me dieron con una fregona en la cara”. Siguieron otros, pero esos hoy prefiere ni recordarlos. Para los miembros de la comunidad LGTBI la adolescencia es “un periodo duro”. “Se ríen de tus gestos, de tus expresiones, de tu pluma… de una manera constante”. La pareja de Vivas es Alfredo Santamaría (Badajoz, 32 años). Responde a otro tipo de perfil gay: “Nunca he sufrido ataques violentos ni insultos directos, pero he vivido los de mi entorno”, cuenta. Una agresión por odio es, al fin y al cabo, un mensaje a toda la comunidad. Él se mueve en círculos pequeños: “Espacios donde estamos a salvo. En una burbuja donde parece que no pasa nada”.
Hace poco, Vivas sufrió un ataque verbal en el trabajo. “Es duro asimilar que siga pasando. Que un compañero se sienta con el derecho de juzgarte despectivamente por ser homosexual”. Por eso reclama más referentes: “Profesores, futbolistas, periodistas abiertamente LGTBIQ+ sin que eso tenga connotaciones ni repercusiones negativas. No entiendo de dónde sale la homofobia, ese odio, ese asco, esa cosa tan fea. La homosexualidad para mí es amor; me duele que se vea de otra manera”. Texto de E. V. C.
El psicoterapeuta especializado en hombres gais Walt Odets, aclamado autor de The Psychology of Gay Men’s Lives (Penguin), compara la reacción a la muerte de Samuel con la de Matthew Shepard, un joven gay de 21 años asesinado en Wyoming en 1998. Aquella noticia se apoderó de la conversación colectiva estadounidense durante meses. “Esa visibilidad desempeñó un papel importante, si bien lento, en cambiar las opiniones hacia los derechos gais”, recuerda Odets. Rubiño lo analiza de forma más escueta: “Es un antes y un después para la comunidad”.
Y no solo la LGTBI. Christo Casas lanzó otro hilo multitudinario, #YoSíTeCreo, la misma etiqueta que se había usado en la sentencia de La Manada y otras causas feministas. Quería que ambos colectivos estuviesen juntos. “Al final, la homotransfobia tiene una raíz machista”, razona. “Trata de negar a mujeres formas de deseo típicamente masculinas y castigar a hombres por unas típicamente femeninas”, explica. De hecho, los grandes avances LGTBI han llegado siempre tras grandes oleadas feministas.
Valeria Vegas: “Los discursos de violencia preceden a los actos de violencia”
“Estos días han marcado a buena parte del colectivo. Lo percibo. Hemos exorcizado nuestros dolores, violencias y miedos. Hemos salido a decir: ‘Ya está bien”. Valeria Vegas (Valencia, 35 años) es la escritora trans más conocida del país; entre las memorias de La Veneno que ella escribió y 'Libérate' (Dos Bigotes), lleva días respondiendo a quienes relativizan la muerte de Samuel. “Siempre viene alguien a decirte: ‘No politices este asunto’… A ver, politizado ya estaba. Los discursos de violencia preceden a los actos de violencia. Es una cuestión exacta. ‘Hay más heteros buenos que malos’. Sí, cariño, pero el mal avanza porque el bien no hace nada”. Recuerda con ira las acusaciones de que el colectivo se encerraba en un gueto al no salir de Chueca. “Se ha vuelto a confirmar que, si salimos por otro barrio, nos van a agredir. Lo que necesitamos es que esos barrios rosas se amplíen, que Chueca se coma Malasaña. ‘Sal de tu zona de confort’. Perdona, la mía ocupa un 10% del globo terráqueo, sal tú que tienes el 90%”.
“Lo colectivo se construye sobre la experiencia de muchas individualidades. Las personas que llevan menos recorrido trabajando sus agresiones se benefician de los primeros. Se produce un trasvase de conocimiento: ‘Es verdad, tengo miedo de salir a la calle”, explica Gabriel J. Martín, psicólogo y autor del libro de referencia Quiérete mucho, maricón (Roca). “Contar nuestros miedos, nuestras angustias, es una búsqueda de apoyo social y tiene que ver con el clima de indefensión: ‘Este me comprende y me puede ayudar”. Es además una forma más saludable de canalizar la rabia por la muerte de Samuel: “Concienciarnos de que esta violencia está ahí, nos afecta y ha aumentado es importante, así como intentar erradicarla, pero convertirnos en los vengadores de Samuel destruiría y desvirtuaría al colectivo. Del sentimiento de venganza y rencor tenemos que deshacernos”, alerta Elizabeth Duval, autora de Después de lo trans (La Caja Books).
En la semana siguiente a la muerte de Samuel se registraron dos agresiones homófobas en Valencia ―una a patadas y otra a pedradas―, una en Bilbao, otra en Madrid y varias en Barcelona. En Mallorca, un joven denunció a su familia por agredirle, física y verbalmente, tras ver una noticia en televisión sobre Samuel. “Todos los maricones sois así”, le dijo su hermano pequeño. “Os pegaría un tiro a todos”.
Créditos. Maquillaje y peluquería: Lucas Margarit. Asistente de fotografía: Brian J. Páez. Producción: Adriana Suárez (This is Sample). Ayudante de producción: Elena Vierna Carrasco.
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