Por las pequeñas bodegas de la Provenza que inventaron el ‘rosé’ de lujo
El Château d’Esclans y el Château Minuty son los dos protagonistas de un viaje para conocer una vendimia pequeña y peculiar. Toca madrugar, pero la recompensa lo merece


Las bodegas de la alta Provenza inventaron el rosé de lujo. La vida mediterránea y la cercanía de la península de Saint-Tropez clamaban por un vino más ligero que un tinto y menos recio que un blanco para acompañar bouillabaise, mariscos, comidas especiadas con ajo, albahaca y salsas de tomate.
El mundo descubrió que de la uva provenzal —garnacha, syrah y cinsault— salían los mejores rosados del mundo en los comienzos del nuevo siglo. En 2006, el empresario francés Sacha Lichine, a quien se le adjudica la creación del concepto rosé de lujo con el vino Whispering Angel, compró el Château d’Esclans a un fondo sueco. En 2008, Brad Pitt y Angelina Jolie, después de un periplo por el sur de Francia buscando una propiedad a su altura, adquirieron el Château Miraval y sus 30 hectáreas de viñedos; estas bodegas fueron, por cierto, el centro de una de las disputas más amargas durante el divorcio de Brangelina. Otros famosos como Kylie Minogue y Jon Bon Jovi también compraron viñedos de rosados. Entonces se consideraba una excelente inversión, y no iban mal encaminadas las previsiones, pues entre 2002 y 2018 el consumo global de vinos rosados creció un 40%. La prueba definitiva fue cuando, en 2019, LVMH, el gran conglomerado del lujo, compró el 55% de Château d’Esclans a Lichine, e inició una expansión internacional que ha cambiado radicalmente la percepción del rosé en el mundo.
Nuestra primera parada es la vendimia de Château Minuty. Desde 1936, la bodega y los viñedos están en manos de la familia Matton, que también se ha aliado con LVMH para su expansión internacional. Ahora la cuarta generación de los Matton está al frente del negocio. Desde Madrid se puede volar a Niza, y luego por carretera se tarda más de una hora en llegar estas viñas que están en el corazón de la Provenza.
El castillo, pequeño, de piedra y cubierto por una densa capa de hiedra, se construyó bajo el reinado de Napoleón III. Tiene una pequeña capilla de la misma época que dio nombre a su botella más emblemática, L’Oratoire. En 1955, este castillo ya era una de las 23 propiedades distinguidas como cultivo clasificado de Còtes de Provence.
Cuando se viaja para ver una vendimia pequeña y peculiar como la que se hace en estos viñedos, que se cultivan sin herbicidas ni pesticidas, los horarios los marca el trabajo en los viñedos. En Château Minuty la vendimia es manual, como se hacía en la era preindustrial, y empieza temprano, antes de las 8.30. Es en un proceso minucioso donde lo primordial es el respeto por la tierra y la calidad del vino. “En Minuty siempre se ha vendimiado manualmente y se mantiene fiel a esta tradición para evitar la oxidación de los mostos, preservar los aromas varietales de las uvas y prolongar la vida de las cepas”, cuenta Stéphanie Mongeot, directora del viñedo.

Este año se cosechan 167 hectáreas, unas cuatro semanas de vendimia. “La mitad del viñedo está plantado con garnacha negra. Por lo tanto, hay que recolectar esa uva en un lapso de dos semanas, porque todas las parcelas alcanzan la madurez al mismo tiempo”, explica la experta. Con ese propósito se han traído a los mejores: 120 vendimiadores de Granada. “Hace 90 años Minuty que emplea vendimiadores andaluces, la mayoría pertenece a familias que llevan varias generaciones haciendo esta labor aquí, ya conocen nuestro nivel de exigencia y cómo hay que cuidar los racimos”, asegura Mongeot.
La reputación de Chateau Minuty descansa en todos sus rangos de vinos rosados, de los más frescos y elegantes de la Provenza. Ligeros para adaptarse a las comidas en la playa o con algo más de complejidad para los mejores restaurantes de la Riviera Francesa. En una entrevista con el diario Financial Times, François Matton, cuarta generación de la familia, definió su marca como algo “que es mucho más que unos vinos, representa un estilo de vida que se sustenta en la sencillez y la autenticidad”. Sus vinos huelen y saben a la Provenza, aunque se abran en cualquiera de los más de 100 países donde se distribuyen.

La vendimia manual es tan delicada que hay que apreciarla a distancia. Nos cuentan que una parcela vendimiada mecánicamente tiene una vida útil de unos 30 años, pero si la misma parcela se vendimia a mano puede mantenerse en plena producción hasta 45 años. “Esta prolongación de la vida de las cepas es un factor nada despreciable en el contexto actual de cambio climático, donde observamos que las viñas jóvenes sufren más la sequía estival que las viejas, con un sistema radicular más anclado al suelo”, indica Mongeot.
Esa tarde noche visitamos el Château d’Esclans y sus bodegas, que presumen de fabricar el rosé más caro del mundo, el Garrus, a unos 150 euros la botella. Si no es el más caro, es, sin duda, el icono del vino rosado de la región. Esta fue la residencia de los condes de Provenza, es un castillo de inspiración toscana, como puede deducirse de sus contraventanas de madera. Se dice que sus magníficas bodegas abovedadas son las más antiguas de la Provenza, y existen desde 1201. El castillo, construido en medio del valle de Esclans, está a 25 kilómetros de Fréjus, y tiene un terreno de 260 hectáreas, de las que 74 son viñedos. Más de la mitad es propiedad de LVMH y se pueden reservar experiencias privadas para visitar las bodegas o para cenar en la mesa enorme de su salón la comida provenzal más auténtica de la zona, incluyendo las tartas y los postres.

En pleno bum inmobiliario de la zona, Sacha Lichine lo compró y durante 13 años se dedicó a crear vinos rosados de alta calidad a partir de variedades de uva garnacha y vermentino. En 2019 vendió el 55% del negocio a LVMH para iniciar una expansión global que ennobleciera la percepción del rosé en el mundo. El mismo Lichine dijo en una entrevista a Le Monde: “El objetivo es el mercado estadounidense. El 96% de la producción de LVMH se exporta. Los estadounidenses son los mayores compradores e importadores de vino del mundo”.
A la mañana siguiente la vendimia empezará muy pronto y acabará antes del mediodía para evitar las altas temperaturas de las tardes de septiembre. Durante la vendimia, las uvas maduras se seleccionan y recolectan y luego se colocan en pequeñas cajas de 10 kilos para evitar que las uvas grandes aplasten a las pequeñas.
El vino principal de la finca es Whispering Angel, cuyas botellas veremos caer una detrás de otra al día siguiente en una playa de Saint-Tropez para acompañar desde una pizza hasta un pescado a la plancha. Este vino se elabora con uvas compradas a otras fincas que se cosechan mecánicamente durante la noche. Los vinos más caros, Château d’Esclans, Les Clan y Garrus, se elaboran con las uvas de las viñas de la casa que tienen casi 100 años y se fermentan en roble francés.
De un viaje como este no sale un experto en vinos. Son la mejor excusa para probar la gastronomía de la Provenza y entender algo de la geopolítica del vino. Al menos, sabremos por qué se están abriendo tantas botellas de rosado en los restaurantes de Nueva York.
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