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Paisajes, silencio, gastronomía e incluso playa: Cabo de Gata también es para el invierno

La luz del sol invernal transforma las vistas de este parque natural de Almería y las suaves temperaturas dan la oportunidad de recorrerlo a pie o en bici entre calas y una vegetación que resurge tras las lluvias otoñales

Cabo de Gata
Imagen invernal en la playa de Mónsul, en cabo de Gata (Almería).Nacho Sánchez
Nacho Sánchez

La Torre de los Lobos fue levantada en el siglo XVIII para vigilar las incursiones de los piratas berberiscos. Formaba parte de una red para proteger el territorio que hoy conforma el parque natural Cabo de Gata-Níjar, en Almería. Ahora la edificación, sobre una loma, ejerce de faro. Es la referencia luminosa marítima más alta de España: alumbra a casi 300 metros sobre el nivel del mar. La caminata para alcanzarlo no es compleja y tiene como premio unas vistas que dominan un Mediterráneo ya sin peligro a la vista. Tierra adentro, se observa un paisaje desértico que el sol invernal moldea de manera excepcional. Cuando el astro está tan bajo genera un singular juego de luces y sombras. “Está todo más nítido, más presente, más real”, asegura Leandro Moschner, de 29 años. Estudió en Alemania, vivió en Roma y ha viajado recientemente a Nueva York, pero se quedó en Rodalquilar para vivir y abrir su restaurante, Samambar, junto a su familia.

Puede que no lo parezca, pero acercarse a Cabo de Gata en invierno es buena idea. Lo saben los muchos turistas extranjeros que eligen esta época para visitar la zona en caravana (o sin ella) y disfrutarla lejos de la temporada alta. El invierno es aquí sinónimo de silencio, calma y naturaleza en estado puro. También de playa. Aunque hay días que el viento sopla tan fresco y vivo que solo invita a refugiarse, existen otros muchos en los que el sol calienta lo justo y necesario. Entonces echar una tela sobre la arena y abrir un libro devuelve a este lugar su comparación con el paraíso. La sensación de tranquilidad, opuesta al verano, invita a pasar las páginas sin prisa e incluso a darse un chapuzón con valentía. Las solitarias calas de la Polacra o del Bergantín dan el ánimo necesario para refrescarse. Ambas están a los pies del faro, desde el que se divisa un territorio de aldeas blancas como Los Escullos o La Isleta del Moro, protegidos por las viejas calderas de los volcanes que una vez dominaron el lugar, como Rodalquilar.

Un farero limpia una de las linternas de la Torre de los Lobos, en el cabo de Gata (Almería).
Un farero limpia una de las linternas de la Torre de los Lobos, en el cabo de Gata (Almería).Nacho Sánchez

Nacida allí, la escritora Carmen de Burgos definía el invierno almeriense como “reseco, árido y triste”. Lo escribía en las primeras líneas de Puñal de claveles hace casi un siglo, cuando el turismo era algo impensable. Hoy las suaves temperaturas invernales acompañan para adentrarse por los recovecos de este territorio que en verano se convierte en abrasador. La temporada fría le permite ofrecer su versión más amable. Las lluvias de los últimos meses ha despertado a la vegetación, que ofrece una paleta de verdes difícil de ver en otras épocas del año. Caminar es ahora un placer. Y las montañas están repletas de caminos que recorrer a pie o en bici para descubrir lugares históricos como el Cortijo de los Frailes o el viejo poblado minero de San Diego.

Entre cactus, salitre y ‘bungalows’

Hay paseos disfrutones que transcurren cerca del Mediterráneo y sus aromas a salitre. Uno de ellos parte desde Las Negras, bella localidad blanca a la que siempre hay que regresar. Es un camino que arranca por una pista que se transforma en sendero para llegar, en apenas una hora, a la cala de San Pedro, con su viejo castillo semiderruido dominando un arenal de agua color turquesa. “Este es el mejor momento para realizar deporte, porque en verano es imposible”, destaca Isaac Sanabria, de 42 años y uno de los responsables de Cactus Almeraya, especialistas en jardinería y venta online de cactus y suculentas. “Son especies adaptadas a la sequía y el cambio climático que se nos va viniendo encima”, asegura. Estas plantas son también parte del secarral que conforma el paisaje local, con excepciones como La Almendra y El Gitano, ya cerca de Agua Amarga, oasis verde que esconde ocho habitaciones. Más allá, la Mesa de Roldán insiste con recorridos para continuar el descubrimiento de torres vigía y calitas como Los Mendrugos. Junto a la Cala del Cuervo se levanta uno de los campings de WeCamp con domos, tiendas, mobile homes, cabañas y bungalows, además de parcelas para caravanas. Hay calefacción para los más frioleros y actividades como la observación de estrellas o el yoga para completar la experiencia, según explica Elvira Ràfols, una de las responsables de la compañía.

Vista de la cala de San Pedro y el castillo semiderruido junto al Mediterráneo.
Vista de la cala de San Pedro y el castillo semiderruido junto al Mediterráneo.Nacho Sánchez

Las ramblas junto a los caminos, como el que cae hasta la Cala del Plomo, son un buen lugar para mirar al suelo en invierno. “Febrero es el mes de los indicios”, relata el naturalista y sonidista Carlos de Hita en su libro El sonido de la naturaleza. Se comprueba al ver cómo, desde las profundidades, surgen en estas fechas unas pequeñas varas vegetales oscuras, llamativas y gruesas. Solo tienen unas pequeñas hojas como escamas en su base y el resto es todo un conjunto de miles de flores que nacen alrededor de un tallo central. Es la planta llamada jopo de lobo, declarada como vulnerable en el Catálogo Andaluz de Especies Amenazadas. Es fuerte y se hace hueco entre arbustos de esparto, cornicabra o lentisco. También azufaifo, el favorito de una minúscula mariposa, la laberinto africano (Tarucus theophrastus), que solo se puede ver aquí y en el litoral murciano. Sus alas revolotean luminosas para confundirse con las flores blancas de la gamonita, que se levanta firme del suelo reclamando atención. Las hay por todas partes, como en el llano que hay junto a la playa de La Isleta del Moro, donde aparcan las autocaravanas al sol. A cinco minutos, un montículo ofrece una panorámica de la atractiva localidad.

Estampa invernal en la playa de La Isleta del Moro.
Estampa invernal en la playa de La Isleta del Moro.Nacho Sánchez

Papas con huevos en Casa Enriqueta

Cuentan los residentes que los días fríos son también la oportunidad de descubrir Cabo de Gata más allá de sus playas. Hablan de la geoda de Pulpí, de Sierra Alhamilla y su balneario, incluso del desierto de Tabernas (este ya fuera de los límites del parque natural). Más cerca está Níjar. Incluido en la asociación Los Pueblos más Bonitos de España, su perfil está protagonizado por casas blancas y urbanismo desordenado. Entre sus calles hubo históricamente numerosos talleres de cerámica, pero la tradición alfarera heredada de la época árabe está hoy prácticamente desaparecida. Apenas quedan cuatro alfareros, dos a punto de jubilarse. Uno de los que quiere mirar al futuro es Víctor Morales, que a sus 32 años representa la octava generación de ceramistas en su familia. “Aquí lo habitual siempre fue el menaje, pero también hacemos jardinería o decoración”, asegura, y añade que en el pueblo también hay otras artesanías como telares y esparteros.

En la parte más alta, la atalaya de Níjar ofrece una bonita vista para hacerse una mejor idea del lugar. Cerca nace la llamada Ruta del Agua, un paseo ascendente que llega hasta la aldea de Huebro. El camino serpentea por donde antes bajaba el líquido que servía para regar todo el Campo de Níjar, como atestiguan la veintena de norias que aún hay en los alrededores. El Instituto Nacional de Estadística dice que esta localidad tiene 23 habitantes, pero no es fácil verlos. Lo que sí es más sencillo es disfrutar de los platos que sirven en Casa Enriqueta, un lugar lleno de encanto donde no hay menú. Basta decidir entre cordero o conejo y del resto se encargan en la cocina. Hay una alternativa, más que recomendable: pedir un excelente y sencillo plato de papas con huevos. La iglesia de Huebro, con una sencilla capilla de fachadas encaladas y una torre de piedra y ladrillo, es el postre arquitectónico.

Las minas de oro en la localidad almeriense de Rodalquilar.
Las minas de oro en la localidad almeriense de Rodalquilar.Nacho Sánchez

“Es un pueblito con muy buenas vistas”, insiste Morales, que cree que lo mejor para acabar el día es volver al parque natural. Anima de nuevo a recorrer senderos, caminar por playas como El Mónsul o Genoveses, pasear por los pueblitos. Y sentarse a retomar fuerzas en bares y restaurantes. No todos abren en invierno, pero sí hay un puñado que lo hacen. La Chumbera y Socorrito, en Las Negras —donde también abre La Taska en un callejón—, son dos buenos ejemplos. También El Gallinero de Pedro, en Rodalquilar. Samambar, el restaurante de Leandro Moschner, mantiene en la temporada fría su compromiso con la buena cocina. Su amplio y coqueto salón es el lugar ideal para ver caer la noche tras las ventanas y saborear productos de temporada. O para observar, a media tarde, a los vecinos que cada tarde juegan a la petanca. Cerca, La Posidonia ofrece siete apartamentos para descansar.

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