Un paseo por la Almería reciente: luz y mar, casas cueva, jilgueros y una vanguardia
De los refugios antiaéreos en el subsuelo de la ciudad andaluza al Museo de Arte Doña Pakyta, el Cable Inglés o el encanto marinero del barrio de Regiones Devastadas
Veinte o treinta personas se reúnen un domingo a las diez de la mañana alrededor del ancla, junto a los tinglados o almacenes del puerto de Almería, en un rincón que todos los vecinos de la ciudad conocen. El turista tendrá que buscarlo en Google Maps, pero no es difícil encontrarlo porque el ancla es, efectivamente, esa parte del fondeo de un viejo buque que los ayuntamientos, a veces, aprovechan para adornar rotondas. Y a su alrededor, al contrario que en otras ciudades con más visitantes a orillas del Mediterráneo, todo huele a mar, es decir, a caracola —un molusco que se acompaña de aceite, pan y ajo— y al combustible de los ferris que se preparan para navegar hasta Orán o Nador.
El grupo se ha reunido para visitar junto a José Campoy, presidente de una asociación vecinal, el barrio de La Chanca. La mayoría son almerienses que, pese a tenerlo tan cerca, nunca se han internado en ese laberinto de casas bajas, terrazas y descampados que ocupa la ladera que limita la ciudad pasada la Alcazaba. Más de 60 años después de que Juan Goytisolo publicara en París La Chanca (1962), una crónica que nunca superó la censura franquista porque mostraba con crudeza la miseria del vecindario, el barrio todavía arrastra muchos estigmas. Quienes vamos a visitarlo hoy disfrutaremos de las vistas, subiremos bastantes escaleras y escucharemos atentos a Campoy, que hablará sobre bombardeos alemanes, fundiciones de plomo, trogloditas contemporáneos y sagas de cantaores.
Aurora Luque escribió sobre “una ciudad del sur subrayada de mar, desgarrada de instintos” donde “tanta, tanta es la luz sin asidero”. Y es que cuando los poetas almerienses de nacimiento (como ella o como Luna Miguel) o de vocación (como José Ángel Valente) han descrito su ciudad, siempre han destacado esos dos elementos: el mar y la luz. Mar y luz también son, por cierto, dos de las cosas que más buscan los turistas cuando acuden al Mediterráneo. Pero como sucede, por ejemplo, en Nápoles, otra ciudad meridional y desordenada, en Almería el turismo de masas no ha terminado de desplegar su efecto uniformador. Así que aquí todavía es posible encontrar todo aquello que se suele buscar en otros lugares con aeropuertos más concurridos y que, precisamente porque son tantos los que llegan persiguiéndolo, ya ha desaparecido.
Bombardeos y una vanguardia propia
Almería fue una de las ciudades más castigadas durante la Guerra Civil. El 31 de mayo de 1937 fue bombardeada por una escuadra alemana formada por tres destructores y un acorazado. Los nazis (que actuaban con la connivencia del Bando Sublevado y vengaban sobre esta costa indefensa el ataque a uno de sus barcos cerca de Ibiza) mataron a más de treinta almerienses y destruyeron alrededor de 200 edificios. Este episodio aceleró y amplió el proyecto de construcción de refugios antiaéreos en el subsuelo de la ciudad, del que se encargó el arquitecto Guillermo Langle. En poco más de un año, gracias a su pericia y a la de cientos de mineros, se construyeron más de cuatro kilómetros de túneles. Restauradas en 2006, una cuarta parte de estas galerías son visitables. Los refugios, bajo una capa de roca a nueve metros de profundidad, fueron eficaces entonces (nadie murió en ellos) y hoy permiten el recorrido más largo de Europa a través de una construcción de sus características. La visita debe reservarse con antelación y, como señala su guía, de tanto en tanto se apunta alguien de más de 90 años que quiere enseñar a sus nietos —o bisnietos— por cuál de los 67 accesos construidos se deslizó cuando sonaba la sirena.
Acabada la Guerra Civil, la mayoría de esos accesos fueron cegados, pero, en previsión de otra posible guerra, los más céntricos quedaron señalados mediante quioscos de diseño racionalista, como los que se encuentran en las plazas Marqués de Heredia y Urrutia. Estas piezas de mobiliario urbano son también obra de Langle, figura omnipresente durante cualquier paseo por la Almería del siglo XX porque, de manera casi ininterrumpida (en 1939 pasó varios meses en la cárcel represaliado por sus ideas liberales), ocupó el cargo de arquitecto municipal entre 1925 y 1965. De hecho, muy cerca de la salida de los refugios llama la atención otra de sus construcciones: un chalet o palacete de estilo regionalista al que todo el mundo llama “la casa vasca” y que sirve como sede al Museo de Arte Doña Pakyta.
Doña Pakyita (Francisca Díaz Torres, 1911-2014) fue una pionera del ecologismo que dispuso de recursos para hacer efectivas sus ideas. Poseedora de varios latifundios y de una gran fortuna, luchó por la conservación del parque natural del Cabo de Gata y mantuvo a los especuladores alejados de sus parajes. El chalet en la plaza Circular (en la que, por cierto, se toma un entrañable y recomendable tren turístico) fue su vivienda habitual hasta que murió, momento en el que el Ayuntamiento, de acuerdo con el testamento de la filántropa, se hizo cargo de su transformación en museo. El Doña Pakyta, a pesar de su pequeño tamaño (existe también un Museo de Arte de Almería), dispone de una colección interesante que parte del siglo XIX e incluye obras de Ginés Parra y de Federico Castellón, dos pintores vanguardistas relacionados con Picasso y Juan Gris que desarrollaron su carrera entre Francia y Estados Unidos, respectivamente. Pero la sala más llamativa es la dedicada a los indalianos. Apadrinados por Eugenio d’Ors y capitaneados por Jesús de Perceval, los indalianos, con actividad bajo ese nombre entre 1943 y 1963, formaron un movimiento que añadió elementos surrealistas a la tradición mediterránea. Alegría del mar, de Perceval, es un cuadro que, desde su título, condensa todas las características comunes a este grupo de pintores almerienses al que también pertenecieron Luis Cañadas y Francisco Capulino, entre otros.
El pasado industrial y La Chanca
Tal y como le sucedió a Goytisolo (que antes de internarse en La Chanca recorrió los Campos de Níjar) a finales de los años cincuenta, los viajeros románticos del XIX, cuando entraban en la provincia de Almería, se asombraban por la aridez y la crudeza del paisaje. Aquellos ingleses y franceses en busca de un presunto exotismo andaluz escribieron sobre “severos pedregales” y sobre las durísimas condiciones de vida que entonces soportaba el grueso de la población, dedicada a la minería, la pesca y la agricultura. No obstante, muchas de aquellas industrias sí que fueron muy rentables para sus propietarios y, en general, para la capital de su provincia, y así lo atestiguan varios edificios construidos alrededor de 1900. La antigua estación de hierro y cristal o las “casas” proyectadas por Trinidad Cuartara, como la de las Mariposas o Casa Ferrera, un viejo almacén de efectos navales que hoy ocupan varias discotecas, son vestigios de una Almería burguesa y próspera.
Por otro lado, las casas típicas como las que se encuentran a los pies de la Alcazaba, en el barrio de trazado medieval, también datan de finales del XIX (pocas construcciones sobrevivieron al terremoto de 1522) y disponen de terraza (como en el norte de África, en la Almería popular apenas hay tejados), de una pequeña columna de aire (no llega a patio) que ventila su interior y de unos característicos ventanales enrejados que casi alcanzan las aceras. Esta disposición es, por ejemplo, la que se puede apreciar en la Casa-Museo de José Ángel Valente, el poeta gallego interesado por “el rigor oscuro de la luz” que vivió 15 años en aquel lugar.
Pero, sin duda, el Cable Inglés y el Cable Francés son las dos huellas más espectaculares de la actividad minera en Almería. Estas dos estructuras (de acero y elevada la primera; de hormigón a ras de agua la segunda) fueron construidas como cargaderos de mineral y llaman la atención de cualquiera que se asome al Paseo Marítimo. El más espectacular es el Cable Inglés: unía la estación ferroviaria con el puerto y por su aspecto de extraña criatura que se interna en el mar se ha convertido en icono del patrimonio industrial andaluz. Además, si bien el acceso al Cable Francés es peligroso y está prohibido, el Inglés, a falta de un uso mejor, se ha restaurado como mirador. Requiere una entrada (gratuita) y ofrece las mejores vistas del atardecer sobre la bahía, de la curiosa torre de Salvamento Marítimo y de las maniobras de los veleros alrededor del Club de Mar.
Tras el Paseo Marítimo, el Quiosco Lengüetas, de horario caprichoso, es una parada imprescindible dentro del barrio de Ciudad Jardín. De nuevo Langle planificó a principios de los años cuarenta más de 200 viviendas unifamiliares sobre una zona ajardinada, casi una utopía urbana. Y algo más al norte, durante la misma década, se levantó Regiones Devastadas, con casas más humildes. El encanto marinero de Regiones se percibe en su iglesia y en el mercado que recuerda a un zoco y que sirvió como decorado para películas como Blanco, rojo y... (1972), con Sofia Loren y Adriano Celentano. Allí, el Bar Pío es un buen lugar para pasar esas tardes largas y azules sobre las que cantaba Celentano en Azzurro.
Quien esté interesado en la fructífera relación entre Almería y el cine puede acercarse a la Casa del Cine. Y quien disfrute de la fotografía deberá visitar el Centro Andaluz de esta disciplina, en el que se organizan exposiciones temporales y en el que se puede encontrar abundante información sobre Carlos Pérez Siquier, otra figura fundamental para entender la evolución de la provincia andaluza desde el oscurantismo franquista hasta la llegada del turismo. Siquier, fallecido en 2021, da nombre a la Escuela de Arte (que, como anécdota, aparece en Indiana Jones y la última cruzada) y fue otro de los artistas interesados por La Chanca. En una época durante la que se discutía sobre las posibilidades del documental o la objetividad de la fotografía, él trató de “reflejar la humanidad de la gente, no haciendo denuncia ni sociología, sino una fotografía humanista, cerca del neorrealismo italiano”.
Así que recuperando la mirada de Siquier, regresamos al ancla de la que sale la visita organizada por la Asociación La Chanca Pescadería a mucha honra. ¿Encontraremos las mismas paredes blancas y las cuevas que aparecen en las fotografías de los años cincuenta o el barrio —para bien en algunos sentidos, para mal en otros— ya no será lo que era? “Hasta 1990 el agua y la electricidad apenas habían llegado a La Chanca”, explica Campoy, el organizador del paseo. Enseguida subiremos y descubriremos restos de casas-cueva (un tipo de vivienda muy habitual en todo el sureste peninsular, por su bajo coste y su buena adaptación al clima) que ocuparon primero quienes llegaban desde otras partes de la provincia para trabajar en la uva, el puerto o la Fundición de Plomo Heredia y después parte de la población gitana de la ciudad. Campoy se pone serio en el Cerrillo del Hambre, sobre el que hace siglos se instalaron los mozárabes y cuyo nombre hoy lo dice todo. Este punto ofrece la mejor panorámica sobre el mar y la Alcazaba, pero todavía, por su descuido, sirve como ejemplo del desinterés que las administraciones continúan mostrando por esta parte de Almería.
Todavía más arriba están las Cuevas de San Roque y el Cerro de las Mellizas, ya estribaciones de la sierra de Gádor y zona de canteras califales. En una explanada al pie de todo ello aparecen 15 o 20 jaulas de pájaros cantores. Son jilgueros y verderones y están preparados para concursar según un sistema en el que cada sonido tiene asignada una puntuación. Ascendiendo todavía más, el barrio comienza a diluirse y se encuentran las únicas cuevas que siguen habitadas.
Más allá continúan los caminos a través de colinas y barrancos, pero ese paseo, salpicado de baterías de costa y chimeneas de industrias desaparecidas, ya no es del todo urbano y después de tanto subir apetece regresar o hacer una parada en el Café Bar Los Sobrinos. Es un buen sitio para recapitular frente al mar. Por supuesto, existen otras Almerías, como aquella ciudad musulmana coetánea de Medina Azahara que solo hemos intuido. O la nocturna, en la que una cena, por ejemplo, en la marisquería Baviera puede luego alargarse a través de varios clubes como el Súper 8. También existe la que se asoma a la naturaleza y al Cabo de Gata, tan cerca. Pero este ha sido un recorrido por la Almería más reciente y quizá por eso más obviada. Mar y luz, entonces, y pescado, arquitectura popular, arte y la compañía de figuras como Langle, Doña Pakyta y Siquier.
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