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Siguiendo la Ruta de los Bombos de Tomelloso

700 casas de labranza de aspecto prehistórico salpican uno de los mayores viñedos de Castilla-La Mancha. Una fácil senda circular recorre estas arquitecturas asombrosas. Tras la caminata no hay que perder la oportunidad de explorar las cuevas de este municipio de Ciudad Real

El bombo del Museo del Carro y Aperos de Labranza, en la Ruta de los Bombos de Tomelloso (Ciudad Real).
El bombo del Museo del Carro y Aperos de Labranza, en la Ruta de los Bombos de Tomelloso (Ciudad Real).ANDRÉS CAMPOS

Alguien ha calculado que si todas las cepas que hay en el municipio ciudadrealeño de Tomelloso —el quinto mayor viñedo de España: 8.400 hectáreas— se plantaran una detrás de otra, en rigurosa fila, darían la vuelta a la Tierra. Imagínense la cantidad de piedras que debe de levantar un arado al abrir un surco de 40.000 kilómetros. O mejor no se lo imaginen: vayan a Tomelloso y vean lo que hacían allí hasta hace poco con todas la que iban retirando mientras labraban esa inmensidad. En vez de erigir una pirámide o una montaña, que en La Mancha no pintan nada, construyeron 700 bombos.

¿Y qué son los bombos de Tomelloso? Pues son grandes casas de labor de aire prehistórico construidas en los viñedos sin usar argamasa, superponiendo lajas de piedra caliza en pasmoso equilibrio desde la redonda base hasta el picudo cierre final. En ellos los tomelloseros pasaban largas temporadas, a veces todo el año, porque el cultivo de la vid es un no parar. En un solo bombo vivían holgadamente varias familias: tan calentitas en invierno, con sus mulas, su chimenea y su sartén con gachas en ella. El bombo más flipante es el que se exhibe en el patio del Museo del Carro y Aperos de Labranza: uno de 150 metros cuadrados y 7 de altura, construido entre 1968 y 1970 por Pablo Moreno Muñoz, alias Cota, que usó más de dos millones de piedras y cero gramos de mortero.

Pero para ver los otros 699 hay que andar por los viñedos. Existe un sendero ad hoc, el PR-CR 50 o Ruta de los Bombos: mide 17 kilómetros, que no es demasiado (cuatro horas de paseo), es perfectamente llano (se ven pocas cuestas en Tomelloso) y está bien señalizado con letreros, postes y marcas de pintura blanca y amarilla. Para que la felicidad sea total, lo recorreremos antes de que acabe la vendimia —dura hasta el Pilar, el 12 de octubre—, pues las vides cargadas de racimos de blanca Airén y tinta Tempranillo hacen más dulce el camino.

Un senderista entre viñedos y un bombo en la Ruta de los Bombos de Tomelloso.
Un senderista entre viñedos y un bombo en la Ruta de los Bombos de Tomelloso.ANDRÉS CAMPOS

El kilómetro 0 y 17 de esta ruta circular es el santuario de la Virgen de las Viñas, la patrona de Tomelloso. Allí mismo, en el aparcamiento de la ermita, se ven un panel informativo y las primeras señales del sendero, que invitan a cruzar la carretera CM-3103 para continuar avanzando hacia el norte a corta distancia de ella, siempre entre viñedos, durante la primera hora de paseo. Este primer tramo no es muy entretenido: se ven pocos paisanos y bombos, casi ninguno.

Lo bueno empieza en el kilómetro 4, como a una hora del inicio, cuando el camino señalizado se aleja de la carretera para describir un largo círculo por el paraje de La Zanahoria, pasando junto a numerosos bombos. Y lo mejor llega en el kilómetro 10,5, tras dos horas largas de caminata: entonces descubriremos un bombo precioso, el de Don Víctor, con tres cúpulas en lugar de la única que es habitual. Choca además ver un bombo tan encalado. Si no supiéramos que estas construcciones son típicas y exclusivas de Tomelloso y sus alrededores (Socuéllamos, Villarrobledo, El Provencio…), diríamos que el de Don Víctor es un bombo andaluz. Su dueño y enjalbegador, Alejandro López Villena, suele andar siempre cerca con sus pinceles y sus rodillos y se lo enseña con gusto a los paseantes que muestran interés. Él nunca lo ha utilizado como lo usaron su padre y su abuelo, para pasar semanas y meses en el viñedo, pero alguna siesta sí se ha echado en su interior y asegura que, en pleno verano, cuando el sol cae como una piedra fuera, dentro se está tan fresquito que hay que dormir arropado. Y, hablando de piedras que caen: 200 metros antes de llegar a este bombo, se ven los restos de El Milagroso, así llamado porque se hundió sin herir a ninguno de sus ocupantes. El milagro, si se piensa bien, es que aún quede un solo bombo en pie.

Pizza, museo y cuevas

Al acabar la ruta, lo ideal es reponer fuerzas con una pizza de alta cocina en Marquinetti (hay que reservar), y luego dar un garbeo digestivo por las calles de Tomelloso, admirando las altísimas chimeneas de antiguas destilerías. En 1950 había cien. Hoy se conservan 40. En la calle Ruiseñor se alza desde 1964 la de Fábregas, una obra maestra de 40,70 metros de altura, planta octogonal y desarrollo helicoidal, que parece haberse retorcido por el calor del mucho humo expulsado. En la web turística municipal, se puede descargar un folleto con instrucciones precisas para ver una docena de chimeneas, incluida esta.

La chimenea de Fábregas, en Tomelloso.
La chimenea de Fábregas, en Tomelloso.ANDRÉS CAMPOS

Por la tarde, a las 18.00, abre el museo dedicado a Antonio López Torres, que fue un buen pintor y mejor maestro, a juzgar por lo bien que enseñó a su sobrino, el archifamoso Antonio López García. De este último son las dos cabezas de bronce —Carmen despierta y Carmen dormida—, salidas del mismo molde que las de la madrileña estación de Atocha, que se instalaron hace un año delante del museo. Antes de eso, muchos iban a Tomelloso creyendo que verían algunas obras suyas —¿qué mejor lugar para exponerlas que la población que lo vio nacer en 1936?— y se iban con los ojos vacíos. ¡No había ninguna! Del tío, la mejor es Niños jugando con bolas, cuadro en el que tres críos chocan canicas delante de una vieja puerta azul.

La escultura 'Carmen Dormida', de  Antonio López García, en Tomelloso.
La escultura 'Carmen Dormida', de Antonio López García, en Tomelloso.Rey Sotolongo (Europa Press / Getty Images)

También hay que aprovechar el viaje para visitar alguna de las 2.500 cuevas que hay bajo las casas de Tomelloso. Estas bodegas domésticas fueron excavadas durante siglos a pura mano en la roca caliza del subsuelo para contener las panzudas tinajas de 500 arrobas (unos 6.000 litros) donde se hacía el vino tradicionalmente. Hay tantas que es un lío organizarse, pero los guías de Saber Sabor nos llevarán de la mano a ver las mejores: la del Abuelo Moreno, la Persiles, la Galileo… También nos llevarán a conocer Verum, una bodega industrial que elabora vinos ecológicos de calidad con cero emisiones de CO2. Allí está la madre de todas las cuevas, de 8.000 metros cuadrados, donde se apilan 15.000 barricas. Es la única montaña de Tomelloso: subterránea, de roble, con buqué.

Grandes tinajas en la cueva Persiles, en Tomelloso.
Grandes tinajas en la cueva Persiles, en Tomelloso. ANDRÉS CAMPOS

8.400 hectáreas de viñedo, 700 bombos, 2.500 cuevas, 15.000 barricas… Otro dato apabullante: una sola cooperativa de Tomelloso, la de la Virgen de las Viñas, produce más vino que todas las de La Rioja juntas. Y otro: en esta población se destila el 45% de la producción mundial de alcoholes vínicos y holandas —las bases con que se elaboran el brandi de Jerez y otros destilados—. De ahí el tráfico inaudito de cisternas que se registra a todas horas en las carreteras de entrada y salida a Tomelloso.

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