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Tabasco, una oda tropical que fusiona naturaleza e historia

El Estado del sur de México ofrece recorridos naturales de extraordinaria belleza, desde el cañón del Usumacinta hasta haciendas donde se cultiva el cacao y numerosas zonas arqueológicas, especialmente las ruinas mayas de Comalcalco

Una de las cabezas colosales de la civilización olmeca, en el Estado mexicano de Tabasco.
Una de las cabezas colosales de la civilización olmeca, en el Estado mexicano de Tabasco.arturogi (getty images)

El conquistador Juan de Grijalva arribó al actual Estado de Tabasco en 1518, y hoy el río que baña estas tierras —el segundo más caudaloso de México— lleva por nombre su apellido en su honor. Cuando Hernán Cortés llegó en marzo de 1519 fue recibido en forma hostil y libraría la batalla de Centla. Fue una victoria estratégica para asegurar la región y fundar la primera ciudad en Nueva España, llamada Santa María de la Victoria, hoy totalmente desaparecida, sobre las ruinas de Potonchán. Como consecuencia, el cacique Tabscoob, a quien los españoles honraron con el topónimo, regaló diversas prendas para pagar su derrota: joyas de oro, jade y turquesa, pieles, animales domésticos, plumas de aves preciosas y 20 jovencitas, entre las cuales venía, nada más y nada menos, una tal Malintzin, conocida como la Malinche, personaje decisivo para el devenir de la Conquista. Hay pocos lugares en el mundo donde la naturaleza y la historia ofrezcan tanto como en Tabasco, con increíble potencial turístico.

Una mujer observa una de las cabezas colosales en el Parque-Museo La Venta, en la localidad de Villahermosa.
Una mujer observa una de las cabezas colosales en el Parque-Museo La Venta, en la localidad de Villahermosa.Frank Nowikowski (alamy)

Huella olmeca

Considerada la más antigua de Mesoamérica, la civilización olmeca se extendió por los hoy Estados de Veracruz y Tabasco desde los años 3000 hasta 400 a.C. aproximadamente. Las zonas arqueológicas que se pueden visitar son impresionantes, y muestran mínimamente el esplendor y magnitud en sus cabezas colosales, que se exhiben, por ejemplo, en el Parque-Museo La Venta, en Villahermosa, la capital de Tabasco, donde se trasladaron algunas de sus piezas más representativas. No hay que perdérselo. La Venta es una de esas zonas arqueológicas olmecas, y fue el poeta y museólogo tabasqueño Carlos Pellicer —de quien el pasado 16 de febrero se cumplieron 45 años de su muerte— quien se encargó en 1958 de diseñar, organizar y montar dicho parque. Pellicer es, sin duda, una de las figuras intelectuales más destacadas de Tabasco, y una voz clave en la poesía mexicana en cuanto a la superación del modernismo y la apertura posterior. Su poesía ofrece un sabio equilibrio entre la tradición y la vanguardia. También se ocupó, entre otros, de la Casa Azul en Coyoacán, el museo de Frida Kahlo, a quien le unió una gran amistad, y a la que escribió: “Con nuestra vida / llena de soledad, yo soy la arena / y tú la raya horizontal sufrida”.

Una de las pirámides en la zona arqueológica de Comalcalco.
Una de las pirámides en la zona arqueológica de Comalcalco.Edduardo (alamy)

Los mayas y Comalcalco

Aparte de algunas zonas arqueológicas tabasqueñas notables como Aguada Fénix, Moral-Reforma, Tortuguero, Pomoná o San Claudio, entre otras, a unos 60 kilómetros al norte de Villahermosa se encuentran los vestigios mayas de la zona arqueológica de Comalcalco. No es tan conocida como Chichén Itzá, en Yucatán; Teotihuacán, cerca de Ciudad de México, o Palenque, en Chiapas. Pero su relevancia se erige como crucial para determinar la historiografía maya de la época, asentamiento por donde circulaban mercancías entre el norte y el sur, ejerciendo una influencia todavía por estudiar, y siendo bisagra con las culturas náhuatl. De hecho, el nombre deriva de esta lengua (en la casa del comal), haciendo referencia al comal de barro donde se cocinan principalmente las tortillas de maíz, cultivo que constituye la seña de identidad definitoria de las culturas mesoamericanas. Comalcalco ofrece una característica reveladora, además, y es que debido a la falta de piedras en la región sus pirámides fueron construidas con ladrillos y estuco. 

Tabasco se presenta como una depresión pantanosa e inundable en la mayor parte de su territorio, tanto por las avenidas fluviales como por las aguas que atraen perturbaciones ciclónicas y abundantes lluvias. El otro gran río que atraviesa el Estado es el Usumacinta, el más caudaloso del país, formando una fértil cuenca. Ambos, el Usumacinta y el Grijalva, nacen en las montañas del interior, en Chiapas y Guatemala, y cuando llueve allá luego forman crecidas muy peligrosas para la población tabasqueña. Aquí hay que anotar una visita al sobrecogedor cañón del Usumacinta, con su reserva ecológica, en el municipio de Tenosique. 

Habas de cacao en una hacienda en Tabasco.
Habas de cacao en una hacienda en Tabasco.Dante Castillo (getty images)

Entre 26 hectáreas de cacaotales

La salsa tabasco es un famoso condimento picante de origen estadounidense, que solo toma su nombre, al parecer, porque los chiles con los que se elaboró en su origen provenían de aquí. Sin embargo, el producto estrella de Tabasco es el cacao. En la misma Comalcalco se puede visitar, en la Hacienda La Luz, la fábrica de chocolates Wolter, que ha recibido los premios más prestigiosos internacionales y nacionales. Se realiza un recorrido a lo largo de sus 26 hectáreas de cacaotales para conocer el proceso de elaboración del chocolate, desde el cultivo del cacao, que necesita unas condiciones microclimáticas muy especiales, hasta el producto final. Una experiencia inolvidable que merece la pena. Se trata de una de las fábricas con mayor tradición, fundada en 1958 por un inmigrante alemán, el Dr. Otto Wolter, y que continúa con su receta genuina generación tras generación. 

La capital, Villahermosa

Aunque no quedan edificios anteriores a 1750, tras haber sido destruidos por inundaciones e incendios, la actual Villahermosa merece una visita nada desdeñable en la que se aprecia su sabor colonial y sus monumentos, como el Palacio de Gobierno del Estado de Tabasco (presidiendo la plaza de Armas), la Casa de los Azulejos, la catedral del Señor de Tabasco, el Instituto Juárez y el Banco Nacional de México, entre otros. El paseo por el malecón, a orillas del Grijalva, es igualmente recomendable, y podríamos aprovechar para desplazarnos a pie al barrio de Las Gaviotas, situado al oeste del río, y comer en La Cevichería, restaurante excepcional “llenando panzas y corazones”, como reza su lema. Otro establecimiento recomendable es El Reyna, también de marisco. Para el postre, no hay que dejar de degustar la torta de elote —de las mejores de México— del Café La Cabaña, que dispone de varias sucursales en la ciudad. 

La Casa de los Azulejos, en Villahermosa, la capital del Estado de Tabasco.
La Casa de los Azulejos, en Villahermosa, la capital del Estado de Tabasco.Witold Skrypczak (alamy)

Tras los pasos del poeta Carlos Pellicer

Nuestra ruta se encamina también en busca de la ejemplaridad de uno de los escritores más significativos del México contemporáneo, conocido como El poeta de América. En primera instancia hay que acercarse a la Casa Museo Carlos Pellicer en el centro histórico de Villahermosa, ciudad en la que nació en 1897. Varios eventos recuerdan la importancia de su labor creativa. Uno de los más distintivos son las renombradas Jornadas Pellicerianas. Encuentro Internacional de Poesía, que cada año desde hace varias décadas, en torno al 16 de febrero, fecha en la que murió el tabasqueño universal, congrega a poetas de todo el mundo en Villahermosa alrededor de una ceiba centenaria y el busto que se alza en su memoria en el centro del Parque-Museo La Venta, para rendirle homenaje y celebrar su palabra. Leer y releer a Pellicer: “Trópico, para qué me diste / las manos llenas de color”. 

Y es que los colores del trópico, la exuberancia de la naturaleza, sus cañones y desfiladeros, su fauna y su flora, como el flamboyán, el huayacán o el macuilís, son los atributos más emblemáticos y poderosos de Tabasco. Carlos Pellicer concibió su Esquemas para una oda tropical, un largo poema en dos partes, a lo largo de toda su vida, entre los años treinta y setenta del pasado siglo: “La selva, gran verdad con tanto engaño. / Es una realidad empedernida. / Todo es igual, se suicida la brújula. Se niega / la entrada al sol. Flores y pájaros / llevan en la garganta una penumbra”.

Juan Carlos Abril es autor de ‘En busca de una pausa’ (Pre-Textos, 2018).

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