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El futuro de los viajes: ¿Dónde será nuestra primera escapada?

Tony Wheeler, fundador del mítico sello Lonely Planet, apuesta por el turismo cercano y menos masificado

Parece que han pasado siglos desde que escribí En defensa del viaje (Geoplaneta), reflexiones nacidas durante los primeros meses de confinamiento y publicado el pasado mes de septiembre. Entonces intenté mirar hacia delante, imaginar cómo podría ser el viaje después de la pandemia, menos masificado y más sostenible, sin hacer predicciones que perfectamente, y de la noche a la mañana, podían resultar erróneas.

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A pesar de ello, gran parte de lo que apunté que podía pasar parece que ya ha quedado más que anticuado. Hablé del temor real a la llegada de una segunda ola de contagios de la covid-19. Lo que, desde luego, no tuve en cuenta fue que, si esa segunda ola llegaba —como, en efecto, ha sucedido—, su gravedad podía superar hasta tal punto a la de la primera. Estaba claro que sería dura, pero nunca pensé que sus consecuencias serían el doble de agresivas para España, entre tres y cinco veces más para Alemania, Italia o el Reino Unido, o diez en el caso de Francia. Las cifras parecen increíbles. Sin embargo, al mismo tiempo que los nuevos contagios se han disparado, en ningún sitio las cifras de muertes —el efecto más grave del virus, al fin y al cabo— han sido tan altas como en la primera ola. ¿Se debe a que ahora los casos se dan entre personas más jóvenes? ¿A que sabemos mejor cómo cuidar a las víctimas del virus? ¿O a una combinación de ambos factores?

De lo que no cabe duda es de que si al principio el virus se propagó tan rápidamente por el mundo fue debido a los viajes. La población mundial —y sobre todo la gente pudiente del primer mundo— viaja mucho más que cualquier generación anterior. Los viajeros se llevaron el virus rápidamente de su lugar de origen en China y lo diseminaron por todas partes.

Como a cualquier experto de salón en covid, me fascina cómo cambian las historias de un país a otro, o incluso entre determinadas zonas de un mismo país. Está claro que no vamos a tener una imagen del todo exacta de lo que funcionó y lo que falló hasta mucho más adelante. ¿Dieron buenos resultados las medidas suecas? ¿Por qué países que al principio parecía que habían gestionado tan eficazmente la enfermedad, como Austria, sufrieron luego una recaída tan fuerte? ¿Y por qué el azote ha sido tan brutal en la minúscula Andorra? Dado que el Pacífico se ha librado casi por completo del virus, ¿cómo se explica el desastre de la Polinesia francesa, mientras que otras colonias francesas del Pacífico están prácticamente ilesas?

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¿Cuándo volveremos a empezar a viajar, y a dónde? Para ser realistas, hará falta que llegue la vacuna o que se produzca un descenso significativo de nuevos casos para que nos animemos a salir (sobre todo, lejos). No me parece que vaya a ocurrir este invierno. Los cruceros del Caribe no van a navegar, y los destinos lejanos de Asia y África permanecerán desiertos. Sigo creyendo lo mismo que dije hace tiempo: que, cuando volvamos a viajar con la libertad de antes, lo primero que se reemprenderá serán los viajes locales, a lugares de los alrededores o de nuestro propio país. En mi caso, he estado confinado tanto tiempo que ir a cualquier sitio ya será maravilloso. ¿Y el concepto slow travel? Por supuesto. El senderismo o las rutas en bicicleta pueden ser una gran parte de nuestras nuevas historias viajeras.

Cuando podamos volver a viajar de verdad, he dicho que volveré directamente al primer viaje que abandoné: Uruguay y Paraguay, en Sudamérica. O, quizá, en 2021 intente reinventar el viaje en barco a las islas griegas que planeamos con un grupo de amigos hacia finales de verano y tuvimos que cancelar. ¿Y si la respuesta fuese un viaje lento, evitando las multitudes? Como les he dicho a mis amigos españoles, a lo mejor esto me anima a recorrer por fin a pie el Camino de Santiago.

La segunda ola puede haber sido incluso peor de lo que nos temíamos, pero no ha aparecido un nuevo abanico de posibilidades de viaje en tiempos de pandemia, o este no ha adoptado las características que se preveían. ¿Recuerdan los “corredores seguros”? La situación en tu país es buena; en el nuestro también. ¿Establecemos un corredor seguro exclusivamente entre los dos o incluso lo abrimos a otros países también “seguros”? La idea sigue siendo tema de conversación —Singapur intenta resucitarla—, pero si se han establecido corredores, yo no me he enterado. Lo que es seguro es que se ha intentado establecerlos, y que, en general, parece que han sido un fracaso. Los británicos estaban entusiasmados con la idea. Publicaban listas de sitios seguros a los que ir, y luego cambiaban de opinión y te decían que tenías que volver derechito a casa, normalmente a eso de las cuatro de la madrugada. También fijaron normas ridículas, como que estaba permitido volver de Alemania y no tener que confinarse siempre que se atravesase Francia en coche sin hacer paradas. Mientras tanto, las estadísticas británicas de coronavirus muchas veces eran peores que las de los países que tanto les preocupaban.

Aislamiento, cierres, cuarentenas, fronteras cerradas: todo ello ha hecho que viajar sea imposible o, como mínimo, difícil. ¿Quién va a querer ir a ningún sitio si hay que empezar la aventura registrándose en un hotel, cerrando la puerta y quedándose en la habitación una o dos semanas? ¿Y a dónde van quienes viven en países que han logrado mantener a raya el virus cerrando las puertas del castillo e izando el puente levadizo sobre el foso? Es verdad que Taiwán y varios países del sureste de Asia, o también Nueva Zelanda y ahora Australia, han hecho descender las cifras de contagios casi hasta cero, pero ¿van a seguir con las puertas cerradas a cal y canto indefinidamente para preservar la seguridad? Nadie puede entrar y, lo que es igual de importante, ¿a nadie le está permitido salir? Al final, quizá haya quien intente escapar.

También se ha probado a diagnosticar a los viajeros antes de la salida o a la llegada, e inevitablemente, cuando llegue la vacuna, tendremos que llevar con nosotros un pasaporte sanitario covid-19, igual que llevamos nuestro pasaporte normal, que demuestre que no representamos un peligro y somos dignos de confianza. Igual que todas las normas de seguridad a las que nos hemos acostumbrado a consecuencia del terrorismo, habrá numerosas medidas sanitarias que tendremos que soportar.

Y por último, pasada la pandemia, ¿aparecerá algún intrépido viajero trayéndonos el gran relato del viaje covid-19? ¿Hay alguien en este preciso instante vagando por los remotos rincones del mundo esquivando cuarentenas y fronteras cerradas? Quizá en este momento esté cruzando el Himalaya o explorando alguna selva poco frecuentada por los turistas. A lo mejor ni siquiera va de un sitio a otro, sino que se limita a pasar el tiempo en alguna isla olvidada del Pacífico, esperando que salga el primer vuelo en un año. Tal vez esté escondido en un rincón ignorado de un lejano archipiélago de Indonesia o en un pequeño pueblo del interior de Australia. Puede que el relato sea obra de algún viajero de visita en Tailandia con todos los papeles en regla, salvo porque su visado ha expirado hace tiempo (tengo un par de amigos que andan por Bangkok). ¿Y si ese viajero estuviese en la India, en Nepal, o incluso en Nueva Zelanda, donde, al parecer, hay un montón de brasileños que deberían haber vuelto a su país hace tiempo? Con toda seguridad, yo compraré un ejemplar de la historia.

Tony Wheeler es creador de las guías Lonely Planet. Traducción: News Clips / Paloma Cebrián.

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