Es Revellar Art Resort, una ‘possessió’ del siglo XV con vocación de museo

Seis siglos de antigüedad tiene esta possessió mallorquina. Tres hectáreas de jardines preñados de palmeras, pinos autóctonos y otras especies que oxigenan multitud de arriates florales y parterres, con 20 fuentes, ocho estanques y cientos de piezas de arte religioso y ceremonial procedente de los cinco continentes. Doce edificios de mayor o menor edad y tamaño, trabados de capiteles, columnas y artesonados policromados. Y dos personajes que dan vida y relato a todo lo que el visitante es capaz de encontrar en este refugio balear en estos días de difíciles escapadas. Es Revellar, guste o no en su atiborramiento artístico, refleja la personalidad exploratoria de Roberto Alcalde, su propietario y fundador de las conocidas tiendas Coronel Tapiocca. Y también la vena hospitalaria de su esposa, Rosabel, que es quien está verdaderamente al frente del negocio, aunque ambos se encargan de dar la bienvenida al viajero.

Aquí uno no sabe por dónde empezar. Así que lo propio es desembarazarse de todo en la habitación elegida, de entre las 17 que ofrece el hotel —perdón, el art resort, como nos corrige el anfitrión—, darse un chapuzón en la bañera de mármol travertino y salir a descubrir el emporio. Tres salas museo nos esperan a media tarde con propuestas pictóricas y escultóricas para hacer¡wow! Aquí recordamos los amantes de los viajes aquella inmensa colección de arte africano que decoraba las tiendas Coronel Tapiocca en Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Málaga, Cádiz, Zaragoza y tantas otras ciudades españolas. Estatuillas, máscaras, tambores, escudos y lanzas de las civilizaciones senufo, fon, dogón, mossi, ashanti, yoruba…

Con vistas al gran mural iluminado, el restaurante basa su propuesta en una cocina saludable con productos de la huerta propia. Quizá lo más refinado del lugar, si hacemos abstracción de las obras de Picasso, Miró, Saura, Guayasamín, Solana, Sorolla y otros cientos de pinturas que constituyen el orbe personal de Alcalde.

Tras una suculenta cena, los jardines iluminados se hacen irresistibles al paseo, aunque el abrigo de una buena cama llame al sueño. El mural cambia de color al ritmo de una sinfonía. En un recodo se nos aparece una acequia. Y, en el siguiente, un emparrado al resguardo del viento. O una magna instalación artística. Más tarde, la duermevela habrá valido este viaje al Pla de Mallorca.