Puerto de la Cruz, el refugio tinerfeño de Agatha Christie
Las piscinas de César Manrique, grafitis en La Ranilla, los árboles colosales del Jardín Botánico y un atardecer en Punta Brava. Viaje al norte de Tenerife
No puede presumir de ser capital, como Santa Cruz de Tenerife, ni patrimonio mundial de la Unesco, como el casco histórico de La Laguna, pero sí de ser una de las primeras ciudades turísticas de España, adonde venían incontables ingleses buscando sosiego, un clima benigno, una cura para la tisis o lo que fuera ya en la primera mitad del siglo XIX. En 1814, un carpintero inglés abría en Puerto de la Cruz una de las primeras fondas del archipiélago y en el invierno de 1887-1888 se registraba el primer overbooking de la historia del turismo en Canarias, al no bastar las 120 camas del Orotava Grand Hotel para dar cabida a los muchos visitantes británicos.
10.00 En el parque Taoro
En 1927 llegó a Puerto de la Cruz la escritora Agatha Christie, para olvidar su reciente y accidentado divorcio, la muerte de su madre y a la prensa de su país. La Dama del Misterio se hospedó en el antiguo hotel Taoro (1), cuyo edificio vacío aún preside el espléndido parque del mismo nombre, en lo más alto de la ciudad, a escasos metros de la iglesia anglicana de All Saints (2), neogótica, de finales del siglo XIX, y de The English Library (3) (calle de Irlanda, 5), una encantadora biblioteca de 1903 que atesora 30.000 libros, incluidos los dos que escribió Christie en Tenerife: El misterio del tren azul (1928) y El enigmático Mr. Quinn (1930). También está cerca el jardín de Sitio Litre (4) (jardindeorquideas.com), finca en la que se reunía antaño la colonia inglesa a tomar el té y a jugar al croquet y que ahora es un jardín de orquídeas y dragos colosales, donde se rinde tributo a la escritora en una especie de cripta. También hay un busto de ella en el mirador de La Paz (5) (situado al borde de los acantilados de Martiánez) y una calle con su nombre en la urbanización de al lado. Y hay un festival de Agatha Christie todos los años impares, en noviembre.
12.00 Un mamey de 150 años
Ya que estamos en la parte alta de la ciudad, aprovechamos para visitar el Jardín Botánico (6) (calle de la Retama, 2), que Carlos III ordenó crear en 1788 para que se aclimataran los árboles procedentes de las colonias tropicales, antes de dar el salto a la Península. El más viejo es un mamey que lleva más de 150 años plantado junto a la puerta, pero el mayor es un Ficus macrophylla columnaris o higuera de Lord Howe, con una copa de 40 metros de diámetro. Luego podemos bajar al centro de Puerto de la Cruz por el Camino de las Cabras, parando a tomar un típico barraquito (un café bombón con capas bien ordenadas de leche condensada, café, leche entera, espuma, canela y limón) en el bar El Camino (7) (en el número 8), famoso por eso y por sus tapas. El barraquito, si tiene un piso amarillo de Licor 43, se llama zaperoco.
13.00 Paseo por Puerto Street Art
Ya en el centro, las paredes de La Ranilla (8), el antiguo barrio pesquero, las veremos llenas de extraordinarias formas y colores porque han sido pintadas desde 2014 por 16 muralistas internacionales, como Peter Roa, Pichi & Avo o Belin. El paseo por Puerto Street Art, así se conoce este museo al aire libre, empieza en la calle de Mequinez, la de más sabor del barrio, con la obra La frontera del paraíso del danés Victor Ash, y termina una hora y media después en la calle de José Arroyo, junto a la céntrica plaza del Charco (9), con el gran mural Hay canarios… y canarios, del argentino Martín Ron. En la oficina de turismo del Cabildo, situada en la histórica Casa de la Aduana, entregan un díptico de la ruta.
A estas horas, para comer bien tampoco hay que ir muy lejos: pescado fresco a la espalda en La Cofradía de Pescadores (10) (calle de las Lonjas, 5), con vistas al mar, y más pescado fresco en Régulo (11) (Pérez Zamora, 16), en una hermosa casa tradicional canaria.
16.00 Cangrejos moros
Encarada al norte, al inmenso y bravo Atlántico, Puerto de la Cruz no tiene playas especialmente tranquilas. Por eso se hicieron las siete piscinas de agua de mar del Lago Martiánez (12) entre 1957 y 1977. Vale, no son naturales, pero el océano rompe ahí mismo, salpicando a los bañistas. Y entre las piscinas y el mar se pasean vistosos cangrejos moros. De la dirección artística se ocupó el arquitecto César Manrique, incorporando flora endémica, elementos de la arquitectura canaria y seis esculturas impactantes.
Quien prefiera olas puras puede ir a la playa de Martiánez (13), que está al lado, y aprender a surfear con La Marea. O a la playa Jardín (14), junto al castillo de San Felipe (15), y hacerlo con Yamandú Morales (625 90 78 22).
19.00 Una lengua de roca volcánica
Al final de la playa Jardín y del día aguarda Punta Brava (16), un barrio de casitas de colores sobre una negra lengua de roca volcánica, desde donde se contemplan unas puestas de sol de postal. Justo detrás, ladera arriba, está Loro Parque (17), la atracción número uno de Puerto de la Cruz (casi 50 millones de visitantes desde su apertura en 1972). Eso sí, ver su multitud de papagayos, pandas rojos, leones de Angola, lémures de cola anillada, pingüinos, orcas y delfines bailarines cuesta 38 euros (26 euros, los niños). La novedad, dos hipopótamos pigmeos.
21.00 Hostal u hotelazo
En Punta Brava está Puerto Nest Hostel (18), para espíritus jóvenes y ahorradores. Ofrece clases de surf, rutas de senderismo, pan propio de masa madre y camas desde 18 euros. En cambio, quienes buscan lo mejor de lo mejor, aunque no baje de 180 euros la noche, se decantan por el hotel Botánico (19), alejado del centro de la ciudad y cuyo spa cuenta con jardín subtropical y jacuzzi dentro de una gruta.
Los primeros, antes de recogerse, recargan las pilas con las arepas, cachapas y empanadas de Delicias Vene Canarias (20) (La Hoya, 4) y los platos vegetarianos de El Limón (21) (Esquivel, 4). Los segundos, con la cocina creativa de El Taller Seve Díaz (22) (San Felipe, 32). Dos aciertos: el ravioli de cherne y su versión del arroz con leche. Un territorio neutral, ideal para tomarse un cóctel, es la terraza del pub Limbo (23) (Blanco, 19).
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