Gotland y la isla de Bergman
El singular paisaje de Bungenäs, los encantadores cafés y museos de Bunge y un salto al islote sueco de Farö para recorrer los escenarios de las películas del famoso director de cine
Gotland es una isla sueca perdida en el mar Báltico. Y uno de los lugares de veraneo preferidos de los suecos: apenas hay turistas extranjeros. Mucho más grande de lo que uno espera tras un vistazo rápido en Google Maps —tiene unos 3.000 kilómetros cuadrados—, es un canto a la perfección: sus campos, sus granjas, sus iglesias que rompen el cielo, sus ovejas negras, sus infinitas variedades de orquídeas, sus reservas naturales, sus medusas que no pican, sus casas de madera, sus rojos. Muchas de las granjas se han reconvertido en estudios de ceramistas, en galerías de artistas y en tiendas donde comprar lo último en diseño en medio de la nada.
Cuando uno se hace con un mapa de la isla descubre una iconografía algo desconcertante: hay algo que parece un dromedario situado en muchos lugares. Y que sin duda despierta la curiosidad. Solo cuando se recorre Gotland se descubre la belleza rocosa de esos dromedarios muy Bergman: son las famosas raukar, formaciones geológicas en forma de pilares extraños y que a veces evocan la figura de aquellos rumiantes. También solo cuando se ha viajado a Gotland uno empieza a entender realmente qué significa cuando se afirma que algo es “muy Bergman”. Es como aquella frase sobre Faulkner en Amanece que no es poco.
Ingmar Bergman (1918-2007) vivió y ambientó muchas de sus películas en Farö, una pequeña isla al norte de Gotland. Se puede cruzar hasta ella en una línea de ferri gratuita desde la también pequeña localidad de Farösund. Nada más llegar, uno se topa con un pequeño quiosco, Broa Kiosken Farö, y su simpático dueño en bermudas, camiseta y calcetines blancos. Aquí se pueden alquilar unas bicicletas para recorrer algunas zonas de la isla —no es tan pequeña—. Una buena opción es dirigirse hacia varios de los escenarios de las películas de Bergman, como Dämba, Hammars y Ängen. Ahí están también sus cuatro casas y su cine, ahora convertidas en The Bergman Estate, un increíble espacio para realizar residencias artísticas.
Seguimos en bicicleta hacia Farö Kyrka, una iglesia medieval luterana donde está enterrado el director sueco con su mujer. En verano, durante el camino se pueden experimentar dos cosas incómodas acechando peligrosamente la perfección sueca: los momentos jersey sí/jersey no que acompañarán durante todo el viaje y el triste descubrimiento de que la aparente llanura no lo es al 100%.
Las iglesias son de una austeridad bellísima, y en esta en concreto, por su apariencia bizantina, cuentan que los habitantes de Farö esclavizaron a unos rusos para que la construyeran. Eso les hace mucha gracia, o al menos eso ponía en un folleto de información un poco descolorido.
En Farö hay un pequeño museo que recuerda al director: The Bergman Center. Para reponer energías, nada mejor que Lauters: un restaurante-bar construido sobre unas ruinas. Otra buena opción es tomarse una crep de dimensiones bíblicas rodeado de vieja chatarra sorprendentemente bonita en Crêperie Tati, o teletransportarse a Francia en el Elsie’s Café. Nada puede salir mal en una isla que tiene como bandera una oveja enorme sonriendo.
Hotel en una base militar
De vuelta a Gotland, para descansar de la ruta en bicicleta —ay—, una buena opción es un roadtrip por el norte. En el punto más al este está Bungenäs, una antigua base militar recuperada por el agente inmobiliario Joachim Kuylenstierna, quien compró este trozo de tierra lleno de búnkeres abandonados, ovejas negras, metal y pinos. El paisaje es salvaje, apocalíptico y a veces desértico. Solo se puede entrar a pie para no perturbar el espacio. Respetando los edificios de la base han construido Nyströms, un café de comida orgánica; Bungenäs Matsal, un hotel y restaurante con una excelente carta, y Kalkladan, un espacio con apariencia de granero para eventos, exposiciones y conciertos. El dueño, además, creó el estudio de arquitectura Skälsö Arkitekter, con el que ha construido casas de diseño completamente integradas en el paisaje inspiradas en Palm Springs (California).
La siguiente parada lleva a Furillen, una pequeña isla conectada a Gotland por un camino de tierra. En el siglo XX hubo una industria de piedra caliza que han reconvertido en un espectacular hotel industrial, Fabriken Furillen. La montaña de arena, el majestuoso edificio, las ovejas negras; y de repente, un gin bar. Así son.
Guía
- Broa Kiosken Farö, en Farö.
- Espacio para artistas The Bergman Estate, en Farö.
- Bungenäs Matsal, en Gotland.
- Hotel Fabriken Furillen.
- Museo Bungemuseet, en Bunge; entrada, 9,60 euros.
- Turismo de Gotland.
Continuamos hacia Bunge. Aquí se encuentra Prima Gard, un restaurante invernadero con comida ecológica, y Fint o Fult, una tienda granero con objetos de segunda mano y auténticas joyas de diseño. Hay también un museo folclórico al aire libre sobre cómo vivían los habitantes de Gotland, el Bungemuseet. Uno puede medir sus habilidades probando juegos vikingos, subirse a unos zancos o enamorarse de un conejo fondón; además de aprender sobre las desgracias de esta isla invadida muchas veces.
Más al oeste está el Bläse Kalkbruksmuseum, en una antigua mina de cal. El entorno es precioso: el edificio, la playa, los fósiles. El interior está muy bien restaurado y alberga un agradable café, Agnes Café, donde poder seguir comiendo salmón y patatas hasta el fin de los días.
Esto es solo una pequeña parte de estas preciosas islas: hay mucho más. Lo mejor es dejarse llevar y sorprenderse en cada esquina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.