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Ballenas en las noches blancas

El escritor Alejandro Palomas recuerda su poética estancia en Tromso y los colores del Ártico

El escritor Alejandro Palomas.
El escritor Alejandro Palomas.XAVIER TORRES

Recién premiado con el Nadal por su novela Un amor (Destino, 2018), a Alejandro Palomas le esperan trenes, aeropuertos y hoteles como parte de sus viajes de promoción. Aquí nos cuenta uno mucho más pausado: su estancia en Tromso (al norte de Noruega), en el Círculo Polar Ártico.

¿Qué le llevó a ese lugar tan al norte?

Pues la oportunidad de tener una casa disponible en una isla cercana a Tromso durante unas semanas de verano. El hermano de la amiga con la que viajé nos dejó su casa durante sus vacaciones. Mi amiga y yo necesitábamos cercanía pero en la lejanía. Como los dos llevamos muy mal el calor en verano, nos sonaba estupendo retirarnos allí un tiempo.

¿Oscurecía?

Nunca. Y eso me atraía muchísimo, aunque las noches blancas tienen dos lados: son muy poéticas, pero también infernales. Aunque la casa esté a oscuras, el cuerpo sabe que hay luz fuera y no descansa. Yo dormía de manera superficial, me adormilaba, pero iba acumulando cansancio.

¿Y el lado poético?

Cuando estaba desvelado en plena noche solía ver ballenas nadando por la costa. Era como si escogieran ese momento tan extraño de luz en la noche para pasar silenciosas. Todo como en un sueño: era de día, pero a la vez de noche, al pie del agua, en una de esas casas de madera de colorines.

¿Cuáles son los colores del Ártico?

Aparte de los colores brillantes de las casas, el resto del paisaje y también el cielo es muy hermanas Brontë: todo grisáceo, azulado. Solo había una especie de tundra, nada de árboles altos. Para mí era una combinación perfecta: ballenas y el universo de las hermanas Brontë en un mismo lugar.

Yo lo veo muy bergmaniano todo.

También yo. Me impresionaron las miradas azules y heladoras de la gente. Esa cosa parca, congelada. Las casas son como de Heidi, pero en ellas no te quedarías mucho tiempo.

Aun así, imagino que fue plácido.

Desde luego. Mi amiga hacía senderismo y yo me quedaba leyendo en casa o en una cala de la isla. Fue un paréntesis vital.

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