Museos raros de Nueva York
Colecciones de sacapuntas, la instalación de tierra mojada de Walter De Maria o carruajes rojos de bomberos. Una ruta poco convencional
Para quienes tengan la suerte de volver a Nueva York por segunda o tercera vez y quieran, tras haber visitado los museos de rigor, descubrir espacios expositivos poco convencionales, aquí van seis propuestas.
Tenement Museum
Imaginemos el Lower East Side de Manhattan a principios del siglo XX: oleadas de inmigrantes llegados principalmente de Europa del Este se instalaban allí para trabajar en las muchas fábricas repartidas por la zona. Para sumergirse de lleno en el pasado del distrito, no hay opción mejor que el Tenement Museum, en el 103 de Orchard Street. Sus visitas guiadas a la carta nos abren una ventana al día a día de familias que ocuparon durante años pequeñas viviendas de la zona, poco después de bajarse del barco en la isla de Ellis. Y a dos pasos, en la misma acera del museo, acaba de abrir el esperado café Russ & Daughters (127 Orchard Street), filial del delicatessen judío del mismo nombre fundado por Joel Russ, un inmigrante polaco, en 1914.
En Harlem, en el Museo del Jazz, se encuentra el piano blanco de media cola que perteneció a Duke Ellington
The New York Earth Room
En un edificio de apartamentos del Soho neoyorquino, muy cerca del ilustre Angelika Film Center, se encuentra la instalación artística The New York Earth Room (141 Wooster Street. Entrada libre, de miércoles a domingo, de 12.00 a 15.00 y de 15.30 a 18.00). Su autor, el californiano Walter De Maria, cubrió un espacio de 335 metros cuadrados con 127.000 kilos de tierra oscura. Para mantener en buenas condiciones la misma tierra de 1977, la instalación se riega y se rastrilla una vez por semana. Una experiencia zen no solo para quien ha de pasar el rastrillo sobre la arena oscura, sino también para los visitantes, que acceden a un lugar donde se respira una calma total —con delicioso aroma a tierra húmeda— entre el bullicio y el cancaneo de esta zona tan concurrida de la ciudad.
Museo Houdini
Para acceder a este museo, a pocos pasos del Madison Square Garden, es necesario entrar en un edificio de pisos, identificarse y subir a la planta tercera, donde comienza la aventura, que además es gratuita. El Museo Houdini (421 7th Ave, tercer piso. De lunes a viernes, de 10.00 a 18.00; sábados y domingos, de 10.00 a 17.00), situado en la central del fabricante de artículos de magia Fantasma Magic, expone una colección de varios centenares de fetiches vinculados con la historia del escapista austrohúngaro. Allí encontramos las camisas de fuerza y esposas metálicas de las que logró zafarse, así como su correspondencia personal, carteles de sus espectáculos y el atrezo que empleaba en ellos.
NYC Fire Museum
De nuevo en el Soho, esta vez muy cerca de Tribeca, se halla este parque de bomberos de 1904 rehabilitado como museo (278 Spring Street). Aquí, tanto niños como adultos pueden probarse su traje de bombero, que —advertimos— pesa un quintal, mientras contemplan mangueras históricas y artefactos diseñados para sacar a los conductores que hayan quedado apresados en sus vehículos. El museo cuenta también con una colección de camiones de bomberos de todas las épocas, casi todos de color rojo brillante, incluyendo unas cuantas carrozas que uno imaginaría versallescas, pero que en el siglo XVIII servían para acudir a sofocar incendios tiradas por caballos.
National Jazz Museum
Tras años buscando una sede adecuada, el Museo Nacional del Jazz (58 West 129th Street, planta baja) se estableció en 2016 en el barrio de la ciudad más adecuado para albergarlo: Harlem. En este espacio, que tiene mucho de salón de casa de una hipotética tía Doris, los visitantes pueden ver el piano blanco de media cola que perteneció a Duke Ellington junto a una serie de objetos que reproducen fielmente el interior de las casas del Harlem de la época. Y como no podía ser de otro modo, el jazz está vivo en él a través de conciertos semanales, charlas, proyecciones de cine y la posibilidad de escuchar allí mismo la Savory Collection: cien horas de grabaciones en directo a cargo de los más célebres intérpretes de jazz. Y antes o después de la visita se impone probar el soul food, la comida de ascendencia africana típica del sur de Estados Unidos, en Red Rooster o Sylvia’s, dos lugares míticos del Malcolm X Boulevard —también llamado Lenox Avenue—, situados a la vuelta del museo.
The City Reliquary
En pleno Williamsburg, el barrio que sigue encandilando a muchos modernos de Brooklyn (aunque haya sido desplazado por otras áreas como Bushwick), está abierto al público este diminuto museo (370 Metropolitan Ave, Brooklyn) que, como su nombre indica, tiene mucho de relicario, pero también de recinto donde mantener viva la memoria de Nueva York a través del activismo. Entre sus misiones están las de exponer bibelots peculiares —estatuillas de la Libertad, sifones, insignias, sacapuntas antiguos, entre otros— y organizar actividades como ciclos de cine y conferencias, todo ello para conectar a los visitantes con el pasado y presente de Nueva York. Allí también se conservan rótulos legendarios como el del ya cerrado deli judío de la Segunda Avenida, un neón gigantesco que imita el alfabeto hebreo aunque con caracteres latinos.
Y a tres portales de distancia se encuentra una de las sucursales del Milk Bar (382 Metropolitan Ave), un café cuyos batidos y helados a base de leche con cereales apelan directamente a la infancia de todo adulto joven de Occidente. La estrella del local es la compost cookie o galleta de restos, una mezcla osada de tropezones de patatas fritas, galletas saladas, copos de avena, chocolate y otros sabores como el café.
Mercedes Cebrián es autora del libro de apuntes gastronómicos Burp (editorial Chatos Inhumanos).
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