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Marsella, mirador al Mediterráneo

El mar lo impregna todo en la segunda ciudad francesa más poblada, con barrios encantadores como el de Panier

Tomando el sol en la azotea de la Unité d’Habitation de Le Corbusier, en Marsella.
Tomando el sol en la azotea de la Unité d’Habitation de Le Corbusier, en Marsella.Samuel Sánchez

Marsella, la capital de la Provenza, es un puerto de 855.000 habitantes en el que se tocan las cuatro esquinas del Mediterráneo, y que tiene tanto de Lyon o París como de Nápoles o Argel, considerada como su hermana gemela al otro lado del mar. En un mismo día nos perderemos por un bazar del norte de África, descubriremos uno de los edificios más interesantes de Le Corbusier y contemplaremos la puesta de sol en un archipiélago que parece recortado del Egeo.

En el castillo de If, en el archipiélago de Frioul, Alejandro Dumas imaginó encarcelado al Conde de Montecristo

9.00 El puerto colonial

Se llegue en avión o en tren —existe una línea de alta velocidad entre Madrid, Barcelona y Marsella—, la estación de Saint-Charles (1) da la bienvenida al viajero. Fue construida en 1848 sobre una colina desde la que se contempla toda la ciudad, incluida la basílica de Notre Dame de la Garde (2), cuya silueta no desaparecerá del horizonte en las próximas 24 horas. En la escalera monumental que une Saint-Charles con la ciudad están representadas las alegorías de África y Asia, que nos recuerdan que Marsella fue el principal puerto colonial francés.

9.30 Una galleta, un barco

A escasos 10 minutos de la Gare de Saint-Charles, junto a las neogóticas agujas de la iglesia de los Réformées (3), encontramos la Pâtisserie Plauchut (4), cuya decoración decimonónica da prueba de sus 200 años de historia. Ubicada al comienzo de La Canebière, en tiempos el bulevar más elegante de Marsella, esta pastelería ofrece una riquísima variedad de dulces típicos, entre los que destacan las navettes, unas galletas con forma de barquito que se toman el día de la Candelaria, el 2 de febrero.

javier belloso

10.30 La medina de Noailles

Después del cruce de La Canebière con el Boulevard Garibaldi comienza el Quartier de Noailles. A lo largo del siglo XX sus empinadas cuestas acogieron tanto a los armenios expulsados del imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial como a los pied noirs (pies negros), los franceses repatriados tras la independencia de Argelia. Prueba de este cosmopolitismo es el mercado des Capucins (5), un colorista zoco callejero que de lunes a sábado reúne puestos de verduras, carnes, dulces y especialidades del Magreb, como pastelas o burekas. También en Noailles se sitúa uno de los comercios con más solera de la ciudad, la Maison Empereur (6), una ferretería, cuchillería, droguería, juguetería y tienda de todo lo imaginable fundada en 1827 que conserva cierto estilo vintage. No faltan ni el clásico jabón de Marsella ni las tomettes, los baldosines hexagonales típicos de la Provenza.

11.30 Un paseo en autobús

Si seguimos bajando por La Canebière encontraremos la parada del autobús 521, que nos acercará a la Unité d’Habitation (7), declarada en 2016 patrimonio mundial por la Unesco junto a otros 16 proyectos de Le Corbusier. Además de ser una muestra arquitectónica sobresaliente del movimiento moderno, su toque brutalista que no oculta al ojo el uso del hormigón armado, la peculiaridad de reunir usos residenciales y servicios en un solo edificio y la sutileza de los detalles constructivos lo convierten en una obra maestra. Desde la cafetería del hotel Le Corbusier, ubicada en la tercera planta y decorada exclusivamente con muebles del arquitecto y de su colega Charlotte Perriand, se puede divisar el archipiélago de Frioul (8), que visitaremos más tarde.

Pomègues y Ratonneau son las dos islas frente a Marsella, comunicadas por una dársena, a las que se llega en barco en una agradable excursión.
Pomègues y Ratonneau son las dos islas frente a Marsella, comunicadas por una dársena, a las que se llega en barco en una agradable excursión.AGE

13.00 El Vieux Port

Como si fuera un lago, el Vieux Port, el viejo puerto de Marsella, se adentra hasta el mismo corazón de la ciudad flanqueado por dos macizos de roca que nos impiden ver el mar. Siguiendo el sentido contrario a las agujas del reloj se suceden al norte el Hôtel-Dieu (9), antiguo hospital del siglo XVIII reconvertido en hotel de cinco estrellas, el Ayuntamiento (10) y el Fort Saint-Jean (11), conectado por una pasarela con el MuCEM, el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (12). Y al sur, el Palais du Pharo (13), construido como residencia para Napoleón III, y la abadía medieval de San Víctor (14). Para comer, nos acercamos al Cours d’Estienne d’Orves, una animada plaza que ocupa el solar de los antiguos arsenales de la marina real francesa. Aquí abre sus puertas la librería-restaurante Les Arcenaulx (15), donde podemos probar la bouillabaisse, una contundente sopa de pescado, ojear antiguas guías de viaje o comprar algunos clásicos de la literatura en provenzal.

15.00 Chocolate con aceite de oliva

Aunque la tradición provenzal se ha disuelto en la amalgama de culturas que hoy es Marsella, todavía existe un barrio que recuerda a la vecina ciudad de Aix-en-Provence. Su nombre es Le Panier y tiene numerosos cafés, talleres de artesanos y una bombonería en la que producen chocolate con aceite de oliva, L’Esperantine (16). Tras pasear por sus calles podemos sentarnos a descansar en el patio de la Vieille Charité (17), sede de varios museos de arqueología y antropología. De vuelta hacia el viejo puerto, nos detenemos en la catedral de Santa María la Mayor (18), caprichosa construcción decimonónica de estilo románico sienés.

Una tienda de objetos reciclados en Marsella.
Una tienda de objetos reciclados en Marsella.Raquel María Carbonell

17.00 Un trago en La Caravelle

Antes de que caiga el sol vamos a embarcarnos rumbo al archipiélago de Frioul, la zona insular de Marsella, pero mientras esperamos al ferri que parte del Vieux Port (5,60 euros por trayecto), podemos tomar un pastis (licor de anís) en el pub La Caravelle (19). La travesía no dura más de 20 minutos. Tras pasar junto a la pequeña isla en la que se levanta el castillo de If (20), donde Alejandro Dumas imaginó encarcelado al Conde de Montecristo, alcanzamos Pomègues y Ratonneau. Merece la pena acercarse hasta alguna de sus preciosas calas para contemplar el anochecer. ¡Parece mentira que estemos en la segunda ciudad más grande de Francia! Aunque decir Francia se queda corto para hablar de Marsella, la gran capital del Mediterráneo.

Ignacio Vleming es poeta, autor de Cartón fósil (editorial La Bella Varsovia).

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