El nuevo icono de Hamburgo
La ciudad alemana estrena en enero su nueva Filarmónica, un macroproyecto de los arquitectos Herzog y de Meuron, que aspira a ser el motor de un profundo cambio urbano
Christoph Lieben-Seutter lo tiene todo listo para cambiar de despacho. En pocas semanas podrá presumir de las que muy probablemente serán las mejores vistas de Hamburgo. A un lado, este austriaco huesudo y melómano apasionado tendrá el río Elba. Al otro, podrá echar una mirada privilegiada al puerto ineludiblemente ligado a su ciudad de adopción. Los últimos años no han sido fáciles para Lieben-Seutter. Como intendente de la Filarmónica del Elba ha sufrido las mil y una desventuras de un proyecto que parecía maldito. Pero nada de esto se nota en el optimismo que despliega durante la conversación. Está convencido de que, si todo sale bien, el próximo 11 de enero, cuando por fin muestre al mundo su criatura, las críticas irán disolviéndose poco a poco (el concierto inaugural estará dirigido por Thomas Hengelbrock, al frente de la orquesta NDR Elbphilharmonie). Cree que al final permanecerá lo esencial: un fastuoso edificio llamado a renovar la imagen y la vida cultural de la ciudad. Es allí precisamente donde se sentará en su nuevo despacho. “Hamburgo es muy bonita, pero demasiado razonable. Creo que este proyecto le aporta un gramo de locura que le viene bien”, lanza con un toque provocador.
Los vecinos parecen acostumbrarse al nuevo gigante de ladrillo y acero que se divisa desde otro de los grandes emblemas locales, la iglesia de San Miguel. Desde aquí, Alemania despidió el año pasado a uno de los hamburgueses más relevantes del siglo XX: el excanciller Helmut Schmidt. Al político —y también grandísimo melómano— la carísima obra le parecía propia de “nuevos ricos”. “No necesitamos un nuevo punto de exclamación arquitectónico”, dijo en 2013.
El proyecto debía costar 77 millones de euros y estar listo en 2010, pero acabó, fuera de control, en 875 millones
Ese punto de exclamación está a punto de echar a andar. Por el puerto, cerca de los canales y los almacenes de ladrillo rojo testigos de una prosperidad centenaria, grupos de turistas y locales se paran para admirar la nueva atracción. Los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron (autores de otras celebradas rehabilitaciones de edificios industriales como la Tate Modern de Londres o el CaixaForum de Madrid) imaginaron una ola de cristal para cubrir un antiguo almacén. Ha llegado para cambiar la ciudad. Unos temen que este sea el último paso de un proceso de encarecimiento del que se beneficiarán los inversores pero no los habitantes. Otros creen que el nuevo lugar de referencia agitará la cultura y atraerá turismo y riqueza. Solo en una cosa coinciden detractores y defensores: la Filarmónica del Elba marca el modelo de ciudad que Hamburgo aspira a ser en el siglo XXI.
Empecemos por el principio. La nueva niña bonita de la segunda ciudad más poblada de Alemania no se explica por la necesidad de otra sala de conciertos. Nació como respuesta a una pregunta: ¿qué hacer con el antiguo almacén del káiser? La estructura de este edificio neogótico, el más grande del puerto, quedó muy dañada por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces sirvió como depósito de cacao, tabaco y té. Pero en los años noventa quedó en desuso. En las Navidades de 2001, los impulsores del proyecto viajaron a Basilea para enseñarle a Herzog y de Meuron una fotografía antigua del almacén. Con unos pocos trazos, los arquitectos ganadores del Pritzker en 2001 esbozaron una ola sobre el edificio de ladrillo rojo. La Filarmónica del Elba acababa de nacer.
Euforia y caos
Las cosas se complicaron rápidamente. El proyecto debía estar listo en 2010 y costar a los contribuyentes 77 millones de euros, pero acabó fuera de control, y el presupuesto final asciende a 865 millones, 789 de dinero público. Según un estudio de 2014, la Filarmónica de Hamburgo está entre los 10 rascacielos más caros del mundo. De la euforia inicial pronto se pasó a la desesperación. El Gobierno regional llevó a la constructora Hochtief a los tribunales por incumplimiento de contrato; un informe parlamentario achacó los retrasos a unos políticos sobrepasados y una dirección de obra caótica… “Caos en todos los niveles”, titulaba el Süddeutsche Zeitung en 2014.
Lieben-Seutter, el hombre frente al proyecto desde 2006, admite que si los costes se hubieran conocido desde el principio el proyecto nunca se habría realizado. Más duro es Christoph Twickel. Para este periodista y activista, la Filarmónica supone un símbolo de derroche y mala gestión. Pero eso no es lo que más le preocupa, sino el mensaje que lanza.
“No se construyó por motivos culturales, sino como una gran herramienta de marketing que atrajera a turistas e inversores. Es además un modelo de arquitectura que no me interesa: solo busca dejarte con la boca abierta, no es democrático”, asegura Twickel, autor de El boom de la gentrificación o una ciudad para todos. Lieben-Seutter, obviamente, discrepa. “Va a cambiar la forma en que sus ciudadanos vivan la música. Ya lo estamos notando. En los primeros 10 días hemos vendido el doble de abonos de los que tenía el actual teatro. Con este edificio vamos a alcanzar a un nuevo público, que ve ahora un tesoro del que estar orgulloso”, replica desde su despacho provisional en el Laeiszhalle, el auditorio que en los últimos 100 años ha sintetizado la tradición burguesa de la ciudad. “La actual sala es perfecta para Brahms o Bruckner, pero se queda pequeña para las grandes sinfonías del siglo XX de Mahler, Shostakóvich o Stravinski. La nueva es otra cosa. Ahí vamos a estar en la liga de las mejores filarmónicas del mundo”, añade el intendente.
Los hamburgueses tienen fama de guerreros. No en vano el nombre oficial de Hamburgo va antecedido del título “ciudad libre y hanseática”, como herencia de un pasado sin rastro de reyes o príncipes. En 2015, dieron un sonoro corte de mangas a sus élites políticas y económicas al rechazar en referéndum una candidatura a los Juegos Olímpicos que parecía irrechazable. Este espíritu de lucha se palpa estos días en otro edificio reutilizado de la ciudad, el antiguo cuartel militar de Viktoria, en el barrio de Altona.
Unos 150 artistas, diseñadores y profesionales de todo tipo han logrado hacerse aquí con un lugar de trabajo al margen de un mercado inmobiliario por las nubes que expulsa del centro a tantos inquilinos. La reconversión de este imponente recinto de la época de Bismarck en un centro de creación data del inicio de esta década, a raíz de la polémica construcción de un Ikea en el barrio. La presión de los vecinos forzó la convocatoria de un referéndum. Los defensores de la nueva tienda del gigante sueco se impusieron en la votación, y los jóvenes creadores con estudios en el lugar donde se levantaría la macrotienda de muebles tuvieron que marcharse. Tardaron poco en encontrar un buen sustituto en estas instalaciones que funcionaron como cuartel durante la época del káiser, central de la policía en la República de Weimar y sede de la Gestapo con el régimen nacionalsocialista.
En 2013, tras lograr un acuerdo con el Gobierno regional, fundaron una cooperativa que compró el inmueble y alquila los estudios a precios asequibles. Jendrik Helle es uno de los afortunados socios-inquilinos. A cambio de 120 euros mensuales comparte un pequeño espacio con un fotógrafo. Al lado tiene a los chicos de CCC (siglas del Chaos Computer Club), un colectivo de hackers. “Hoy sería imposible encontrar un lugar como este a un precio razonable“, asegura Helle junto a los dos cuadros en los que trabaja y una litera en la que está a punto de echarse una siesta un amigo recién llegado de Australia.
Al periodista Christoph Twickel le gusta contraponer este modelo —que fomenta la creatividad de los profesionales locales al margen de los dictados del mercado— con el de la Filarmónica. Sin embargo, el intendente Lieben-Seutter insiste en el carácter multidisciplinar del nuevo auditorio. La programación combinará a grandes popes de la música como Riccardo Muti, Simon Rattle o Daniel Barenboim con títulos como Just Call me God (llámame Dios), pieza musical y teatral de Michael Sturminger en la que John Malkovich reflexiona sobre la naturaleza de los dictadores, o el tango del argentino Melingo. “Queremos quitarnos la etiqueta de elitistas y eliminar prejuicios en torno a la música clásica. Todos los estilos tendrán su sitio”, explica.
Guía
Información, actividades y entradas para la Elbphilharmonie.
Turismo de Hamburgo.
Turismo de Alemania.
Ryanair vuela directo a Hamburgo por unos 45 euros ida y vuelta; Iberia por unos 96 euros y Air Berlin por unos 135
Pero no solo de música vivirá la Filarmónica de Hamburgo. Además de dos escenarios, uno con 2.150 asientos, el edificio cuenta con un hotel de cinco estrellas, 45 apartamentos de lujo, restaurantes y una plaza con vistas del puerto y la ciudad a 37 metros de altura. Ninguna de estas atracciones parece convencer a Twickel. El periodista y escritor dice que, en el fondo, su relación con la ciudad no va a cambiar con la apertura del nuevo auditorio. “Esa zona se ha convertido en algo artificial, destinado a los turistas. Los que vivimos aquí solemos hacerlo de espaldas al puerto”, concluye.
Pistas
El Stubnitz
Los tocayos Christoph Lieben-Seutter, director de la Elbphilharmonie, y Christoph Twickel, periodista, tienen visiones encontradas sobre Hamburgo y la Filarmónica del Elba. Aquí van algunas recomendaciones sobre lo que les gusta más y menos de la ciudad que acoge a ambos.
Recomendable. Al director de la Filarmónica le fascina el antiguo túnel del Elba, de más de 400 metros, que une desde principios del siglo XX la zona de St. Pauli con la isla Steinwerder, y que usan tanto conductores como peatones y ciclistas. "También me gustan mucho los canales", cuenta Christoph Lieben-Seutter. "En general, todo lo que tenga que ver con el mar, especialmente para mí, que vengo de un país sin mar", asegura el intendente austriaco. Por su parte, Christoph Twickel asegura: "Lo mejor de Hamburgo es el espíritu de lucha que veo en la gente. Creo que esta actitud crítica tiene que ver con el hecho de que aquí todo es muy caro. Nos tenemos que unir para quebrar eso y conseguir cosas". A los viajeros de visita en Hamburgo Twickel les recomienda no perderse el Stubnitz [un antiguo buque de la RDA en el que se celebran conciertos y otros actos]".
Punto crítico. Christoph Twickel considera decepcionante "la autosatisfacción de los hamburgueses, su idea de que esta es la mejor y más bonita ciudad del mundo". "Y la Filarmónica tiene algo que ver con esto; si fuera un artista joven, hoy no me vendría aquí, sino a Berlín o Leipzig", añade. Por su parte, lo que menos le gusta de Hamburgo a Christoph Lieben-Seutter tiene que ver con su procedencia. "Cuando llegué de Austria noté que me faltaba algo. Luego me di cuenta de que eran las montañas. Aquí es todo plano", dice.
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