Quimeras y fantasías de El Bosco
La exposición del año. El madrileño Museo del Prado celebra de junio a septiembre el V centenario de la muerte del pintor de ‘El jardín de las delicias’
Hay pocas obras en la historia del arte que susciten tanta fascinación como El jardín de las delicias, de El Bosco (1450-1516). El tríptico, que forma parte de la colección del Museo del Prado, es un alucinante catálogo ilustrado de la sexualidad en el medievo en el que se agolpan diminutos personajes que hay que contemplar con mucha atención. En cada visita uno descubre nuevos detalles dispersos por las tres tablas de casi dos metros de altura. Los expertos cuentan que la obra representa el mundo del pecado —hombres y mujeres desnudos fornicando, bebiendo, luchando— y su inevitable condena a los infiernos. Es una obra monumental cargada de alegorías cuyo significado siempre ha resultado misterioso y fascinante. Inspiró a los surrealistas y, recientemente, son muchos los que ven su huella en el mundo fantástico de la serie de televisión Juego de tronos.
Santos y profanos
Ante la imposibilidad de establecer una muestra cronológica porque se desconoce con exactitud el orden en el que las obras fueron pintadas, la exposición estará organizada en cinco secciones temáticas: El Nuevo Testamento, El mundo y las postrimerías, Las obras profanas, Los santos y Los dibujos. En un espacio adicional se verán trabajos técnicos (reflectografías infrarrojas, macrofotografías) realizadas por el Bosch Research and Conservation Project.
Por esa fascinación universal que suscita la obra de El Bosco, la exposición que el Museo del Prado dedicará al artista holandés el próximo año (del 31 de mayo al 11 de septiembre), a propósito del V centenario de su muerte, será sin duda una de las grandes citas de 2016 y una de las muestras más ambiciosas del artista. Entre las más de 50 obras que la compondrán (pinturas, dibujos y tapices) se incluyen los principales trípticos, como el de Las tentaciones de san Antonio, del Museo de Arte Antiga de Lisboa, un préstamo excepcional. Además de piezas procedentes de otros museos, se verán también las importantes obras del propio Prado (La adoración de los magos, el tríptico del Carro de heno…). Titulada sencillamente El Bosco, la exposición está comisariada por Pilar Silva Maroto, conservadora del museo y responsable también de la edición del catálogo. Además, el Prado colabora en este proyecto con el Museo de Brabante de Hertogenbosch —o Den Bosch—, la localidad holandesa donde nació el pintor.
Jeroen Anthonissen van Aken, hijo y nieto de pintores, se dio a conocer con el nombre de su ciudad natal y, según sus biógrafos, nunca viajó fuera de su región. Coetáneo de Leonardo da Vinci, no consta que se relacionara con artistas extranjeros. El historiador Francisco Calvo Serraller cuenta en El Bosco y la tradición pictórica de lo fantástico (Galaxia Gutenberg) que para entender a este artista hay que tener muy en cuenta la época que le tocó vivir, finales del siglo XV y comienzos del XVI, uno de los periodos más convulsos de la historia de Occidente. El Bosco estaba en plena madurez, tenía 42 años, cuando Europa descubrió América, y cambió su percepción de la realidad. “La sensación de reubicación completa del planeta, el desconcierto que creó la aparición de un nuevo mundo, de una flora, una fauna y unas razas desconocidas, conmocionó frenéticamente a una Europa que acababa de hacer viable la revolución de la imprenta, lo que permitiría la rápida difusión tanto de los descubrimientos como de los aires reformistas”, escribe Calvo Serraller. Así pues, no debe extrañar que, pese a no haber viajado nunca, El Bosco construyera sus laberintos narrativos con una iconografía que parecía tener poco que ver con el mundo tal y como se conocía hasta entonces.
Su aislamiento tampoco impidió que fuera uno de los artistas más solicitados de su época. En España su primer coleccionista fue Felipe de Guevara, miembro del cortejo flamenco del emperador Carlos V. Guevara definió las pinturas de El Bosco como “un muy instructivo mundo de quimeras y fantasías”. Después, Felipe II adquirió y atesoró sus tablas —muchas ya desaparecidas— por su forma de interpretar el interior humano. Gracias a esa pasión del monarca español, el Prado y El Escorial disfrutan de obras esenciales de El Bosco.
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