Las islas del cacao
Santo Tomé y Príncipe maravillan con su mezcla colonial portuguesa, sus playas y su ambiente relajado en pleno golfo de Guinea
Para definirse a sí mismos, los santotomenses utilizan una expresión muy gráfica, derivada del portugués: son leve-leve. Es decir, tranquilos, distendidos. Y es que la relajación parece presidir este país que constituye a la vez el centro y el fin del mundo. El centro porque, como recalcan con orgullo sus habitantes, es el pedazo de tierra más próximo al punto donde se cruzan la línea del Ecuador y el meridiano de Greenwich. Y el fin ya que difícilmente se puede imaginar un sitio más remoto que estas dos islitas encalladas en medio del golfo de Guinea.
Es una de las paradojas de Santo Tomé y Príncipe (STP, llamemos así a las islas, por sus siglas, como hacen sus habitantes), hoy una república independiente que combina un aspecto de paraíso ecuatorial con la animación africana. Y que exhibe las huellas de una convulsa historia que empezó cuando dos navegadores portugueses desembarcaron en 1470 en este sitio entonces desierto. Una historia que se revela al que deambula por las calles de la capital (que se llama, como la isla, Santo Tomé). Bueno, de hecho parece una pequeña ciudad de provincias tranquila, adormecida: leve-leve, en una palabra. Las calles solo se animan con el bullicio de los escolares de uniforme, que parecen estar entrando o saliendo del cole siempre (hay tres turnos diarios). El alegre caos africano está reservado al mercado municipal, donde hay que abrirse paso en medio de la ruidosa muchedumbre entre las hileras de puestos de fruta o pescado.
Las arquitecturas paralelas de esta diminuta ciudad resumen la historia del país: unas viejas cabañas de madera evocan la época inicial, cuando las islas se poblaron de esclavos traídos del continente. Unos edificios coloniales con grandes balconadas de madera recuerdan los cinco siglos de colonización. Unos bloques de viviendas grisáceos y uniformes retrotraen a la época del socialismo real, desde la independencia en 1975 hasta la liberalización política y económica de principios de los noventa. Mientras, unos pocos edificios ultramodernos de grandes cristales apuntan al futuro.
Otro resumen de la historia santotomense lo ofrece el Museo Nacional, que se alberga en el fuerte de San Sebastián, construido en un cabo estratégico. Sus fotos y documentos retratan la vida en las islas en la época colonial. Evocan la introducción desde Brasil de las dos plantas cuyo cultivo iba a traer la riqueza: el café y el cacao. Y dan cuenta de los terribles abusos cometidos por los hacendados contra los serviciais, los trabajadores africanos llegados a las plantaciones tras la abolición oficial de la esclavitud en 1761, cuyas condiciones laborales no eran muy distintas de las de sus antecesores. También se exhiben unas fotos terribles de la masacre de Batepá, un sitio cercano a la ciudad de Trindade donde los portugueses mataron en 1953 a centenares de africanos rebeldes.
Pero por más que la tónica nacionalista domine dentro del fuerte, frente a la puerta principal se yerguen las pomposas estatuas de los navegadores portugueses. Y es que STP mantiene con Portugal unos innegables vínculos culturales. Lo atestigua el uso generalizado del idioma luso, siendo muy limitado el alcance del dialecto local, el forro. También da testimonio de ello la misa del domingo en la catedral: la gran nave se llena a rebosar de fieles devotos, escolares en su mayoría. Y uno se sorprende al oír este gran coro de voces juveniles africanas entonando a pleno pulmón una canción religiosa en portugués con la melodía de Blowin’ In The Wind, de Bob Dylan.
Visita a la plantación
Ha llegado la hora de dirigirse hacia lo que fue el motor de la riqueza del país y constituye hoy uno de sus grandes atractivos culturales y turísticos: las roças. Un término derivado del verbo portugués roçar, es decir, desbrozar. Y es que hubo que talar y podar la vegetación exuberante que cubre las partes altas de las dos islas para establecer allí las grandes plantaciones de café y cacao. Concebidas como entidades autárquicas, todas responden al mismo esquema. Adentrémonos, por ejemplo, en la de Monte Café, a una hora de la capital.
Si no fuera por la insidiosa humedad, el visitante podría tener la sensación de desembarcar en alguna fazenda azucarera del noreste brasileño: los mismos edificios con sabor colonial, la misma atmósfera de viejo imperio decaído. Monte Café, como casi todas las roças, tenía su hospital, su escuela, sus almacenes. También su tren para transportar la mercancía, como recuerdan unos viejos raíles.
Tras la independencia, las roças, primero nacionalizadas y después adjudicadas en parcelas, sufrieron las consecuencias de estos vaivenes. Lejos está ahora la época en la que la minúscula isla de Príncipe, con sus 136 kilómetros cuadrados, se había convertido en el primer productor de cacao del mundo. Frente al declive, hoy varias roças han transformado sus edificios nobles en hoteles rurales con encanto.
Guía
Cómo ir
Dormir
» TAP (www.flytap.com), ida y vuelta desde Madrid, con escala en Lisboa, unos 750 euros. STP Airways (www.stpairways.st) también vuela desde Lisboa.
» En la capital, Hotel Miramar (www.pestana.com; unos 120 euros) y pensión Agosto Neto (www.hotelagostoneto.com/novo; 100 euros). En el interior de Santo Tomé, alojamiento en las antiguas plantaciones de São João dos Angolares, Bombain o Praia Micondó. En Príncipe, Roça Belo Monte.
Las costas de las dos islas están sembradas de playas, con ese aspecto paradisiaco de postal que dan los cocoteros. No permiten solo broncearse, sino también observar las tortugas marinas, que desovan aquí entre septiembre y abril. Pero su caza indiscriminada las ha puesto en peligro y una ley adoptada en abril 2014 impide teóricamente su caza furtiva y comercialización. Una ONG local, Marapa, intenta, con dificultades, que esta prohibición sea realidad. ¡Una tarea meritoria en este escenario de fin del mundo!
Una carretera asfaltada pero llena de baches permite recorrer Santo Tomé de punta a punta. Sigue las sinuosidades de la costa oriental, entre bonitas bahías, vegetación exuberante y, a lo lejos, las siluetas de los montes centrales, como el espectacular pico Cão Grande, probablemente el cono volcánico más vertical del planeta con sus 300 metros de altura (663 sobre el nivel del mar). En el camino, más roças, como la de São João dos Angolares, hoy transformada en una atractiva casa rural y en el templo culinario de la isla. Pero conforme se avanza hacia el sur, la pobreza se hace más patente. Y el pueblo más meridional, Puerto Alegre, no es más que un enjambre de casuchas de madera donde cerdos y cabras se disputan el acceso a la basura amontonada en la playa.
Ya es hora de cambiar de isla: adiós Santo Tomé, buenos días Príncipe, a media hora en avioneta. Es una versión concentrada de su hermana mayor: si Santo Tomé capital parece una pequeña ciudad de provincia, San Antonio, la metrópoli de Príncipe, es un simple pueblecito. Cierto que los edificios coloniales que circundan su plaza principal recuerdan el esplendor de su pasado (fue capital durante casi cien años). Pero hoy gran parte de sus moradas son simples casitas de madera en terrenos baldíos donde pacen las cabras. La nota de animación la ponen los jóvenes en motocicleta, que zigzaguean entre los animales que rebuscan en la basura. Todo en un ambiente distendido, leve-leve.
Pero en esta isla declarada reserva de la biosfera hay que abandonar San Antonio y adentrarse en el interior y visitar sus roças, como la de Sundy, con sus sorprendentes restos de muralla almenada. O sus playas, como la de Banana, probablemente la más atractiva del país. Estamos en medio de un pequeño edén aislado del planeta. Aislado… hasta ahora por lo menos. Y es que la ha descubierto un multimillonario sudafricano, Mark Shuttleworth, que, con su compañía HBD, ha decidido transformar la isla en un paraíso para visitantes adinerados a golpe de resorts playeros de gran lujo. El primero, Bom Bom Resort, lleva ya varios años en funcionamiento, y HBD proyecta varios más.
¿Hay que desearlo o temerlo? Todo lo que significa empleo y desarrollo es positivo para el país: si antes la gente de Príncipe emigraba a Santo Tomé en busca de trabajo, ahora el movimiento es más bien a la inversa. Pero los equilibrios suelen ser frágiles en los paraísos.
‘Nouvelle cuisine’ de raíz africana
"Soy un provocador, un inquieto", advierte João Carlos Costa. Y es que había que serlo para dedicarse a la nouvelle cuisine en un pequeño pueblo de Santo Tomé. Una aventura arriesgada, aunque se cuente con el marco idílico de la roça de São João dos Angolares, un encantador edificio colonial con vistas de ensueño al mar y a la montaña.
Pero este santotomense de 59 años suele conseguir lo que se propone. Hiperactivo, es un personaje polifacético, a la vez poeta, pintor, mecenas, enfermero…, pero, sobre todo, cocinero. Probablemente el mejor de la isla. Y el primero de su país en alcanzar un reconocimiento internacional gracias a su programa en la televisión portuguesa, que se llama Na roça com os tachos: es decir, más o menos, "en la roça con las cacerolas". Su secreto: utilizar solo los productos de un entorno natural especialmente fértil. Con él la mandioca se une al feijão, el cilantro al azafrán, y la papaya al maracuyá. Y mezclar todo con una imaginación propia de la nouvelle cuisine. Hoy no hay visitante extranjero o expatriado instalado en la isla que no venga a rendir culto a este templo de la cocina local.
Y João Carlos Costa no ha dudado a la hora de tomar iniciativas para que revierta en beneficio de la comunidad una parte de sus ganancias: financia instituciones culturales, organiza bienales artísticas, ofrece cursos de alfabetización para adultos. Como si quisiera así hacer realidad el título de un libro que escribió recientemente, y que resume su manera de ser: se llama Façam o favor de ser felizes (hagan el favor de ser felices).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.