Un matadero para la innovación
El edificio 1933 de Shanghái se convierte en uno de los centros neurálgicos para las empresas de diseño y de la industria creativa
Irónicamente, el matadero es uno de los pocos lugares de Shanghái que han escapado al genocidio urbano de las excavadoras chinas. Afortunadamente, porque, sin duda, se trata de uno de los edificios más fascinantes de la ciudad más poblada del gigante asiático. Diseñado por arquitectos británicos y construido con cemento importado del Reino Unido en 1933, fecha de la que ha tomado su nombre, el interior de esta magnífica muestra de arquitectura art déco podría servir sin problema como decorado de cualquier película de ciencia ficción. De hecho, las 26 rampas que conectan el atrio circular del centro con las paredes exteriores otorgan al conjunto el aspecto de un gigantesco laberinto en cuatro alturas, y el cemento desnudo de toda la estructura le da un toque tenebroso pero de rabiosa actualidad. Perfecto para Gotham City, vamos.
A pesar de su valor, a punto estuvo de desaparecer. En la ciudad con mayor número de rascacielos del mundo, un edificio de estas características es sinónimo de negocio perdido. Además, quedaban muy lejos sus días de gloria. No en vano, hasta 1958 en su interior se llegaron a sacrificar 1.200 animales al día que producían 130 toneladas de carne, suficiente para abastecer al Shanghái precomunista. Pero aquel año perdió ya algo de brío cuando el edificio fue reconvertido en fábrica, aunque había sido ideado a la perfección para que los animales no resbalasen ni siquiera con el suelo lleno de sangre y con unas paredes huecas de medio metro de grosor que servían para mantener la temperatura idónea de un matadero.
Primero ese aislante se aprovechó para procesar alimentos congelados, pero después fue una farmacéutica estatal la que adquirió el edificio para fabricar medicamentos. En 2002 cerró la empresa y el 1933 comenzó a languidecer. Como buitres, ante su deterioro las inmobiliarias comenzaron a hacer ofertas para derribarlo y construir una gran urbanización residencial de lujo, más acorde con la China del siglo XXI. Pero el Ayuntamiento tuvo buen ojo y lo declaró patrimonio histórico de la ciudad en 2006. Fue entonces cuando se comenzó a planificar su resurrección como centro neurálgico para el sector de la industria creativa.
En 2008 concluyó la renovación de sus 30.000 metros cuadrados y ahora luce en todo su esplendor. Gracias a las galerías de arte y a los cafés y bares de moda se ha convertido incluso en un lugar turístico cool. Ni si siquiera faltan parejas que se acercan hasta el barrio de Hongkou para hacerse sus fotos de boda en tan peculiar escenario, prueba de que el lugar late de nuevo con fuerza. Es más, para las empresas que se han establecido aquí el lugar también sirve como declaración de intenciones. Santiago Parramón, arquitecto español y socio director del estudio RTA, es uno de sus inquilinos. “No es fácil encontrar nuestra oficina, pero creo que forma parte del juego del edificio. Es un privilegio poder trabajar aquí”, asegura.
“El éxito de este proyecto de restauración debería servir de ejemplo en China, donde las ciudades están destruyendo su historia a toda velocidad. Prevalecen los intereses de las grandes empresas sobre el derecho que todos tenemos sobre nuestros patrimonio”, afirma Chen Yuanfeng, profesor de diseño en una universidad de Shanghái. “Tenemos que aprender a preservar. Hay que evitar caer en el modelo que impera ahora y que opta por derribar. Incluso los lugares que se publicitan como históricos no son más que parques temáticos de reciente construcción que se han erigido con elementos antiguos únicamente con fines comerciales. Y cuando se hace algo así no hay vuelta atrás. Algún día nos llevaremos las manos a la cabeza y lo lamentaremos”.
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