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fuera de ruta

Palmeras de zinc y tiburones ballena

Ruta por los paisajes extremos de Yibuti, de la capital al lago Assal y el mar Rojo

Los coleccionistas de sellos conocían la existencia del Territorio de los Afars y los Issas, la colonia francesa en una punta de Somalia. En 1888, un contrabandista de armas como Eloi Pino, catalán del Rosellón, fue el primer europeo en poner casa en Yibuti. El poeta Arthur Rimbaud, que también contrabandeaba fusiles para el rey Menelik de Abisinia, se afincó en Obock, la primera capital de la colonia. El rastro de Una temporada en el infierno, la amarga y lúcida bitácora de Rimbaud, se encuentra en Yibuti además de Yemen y Etiopía. Tiempo después harían su mella en la imaginación viajera las novelas de aventuras de Henry de Monfreid, ambientadas en esa parte del mar Rojo, o las andanzas de Corto Maltés dibujadas por Hugo Pratt. 

La realidad de Yibuti, fuera de cáscaras míticas, es la de una rugosa y pequeña superficie triangular, de apenas 889.000 habitantes, encastrada entre Eritrea, Etiopía y Somalilandia. Yibuti destaca por su desesperación paisajística. Por allí va un camello. Hoy día el viaje a lo salvaje se efectúa con toda la comodidad de un 4x4 o a bordo de un velero motorizado cuyo destino son islas, como las del archipiélago Musha, de fondos marinos imbatibles. Aunque hay otras cosas que han cambiado más que los peces de colores. La antigua plaza Rimbaud de la capital ha sido rebautizada Mahmoud Harbi, por el yemení que patrocinó la construcción de la mezquita larga y blanquiverde de El Nour. Alrededor se despliega un zoco circular de ropas y zapatos, especias y hierbas. Ahí prepondera el kat, hojas con cierto parecido a las de la coca que todas las mañanas traen frescas desde Harar (Etiopía). El kat es el gran pasatiempo nacional y Yibuti se paraliza hacia las dos de la tarde, cuando todos cuantos han podido comprar un ramo lo están mordisqueando en sus casas. Ya saldrán de casa para la Salat Al Mahgrib, la oración del atardecer.

La plaza de Mahamoud Harbi (antigua plaza de Arthur Rimbaud), el corazón de la ciudad de Yibuti.
La plaza de Mahamoud Harbi (antigua plaza de Arthur Rimbaud), el corazón de la ciudad de Yibuti.Matthieu Paley

Yibuti tiene un cierto aire provenzal pese al avance de la decadencia en los edificios coloniales, descascarillados en sus arcos y encalados. Las mujeres van con sus diracs, largos vestidos de colores índigo, rojo, verde manzana, y muchas con nikabsque sólo dejan sin cubrir sus ojos. Fuera de la capital aún se ven pastores de camellos, salineros, pescadores de bajura, afars en el norte, issas en el sur, aparte de emigrantes de Yemen o de Etiopía ganándose la vida en los puertos y en el abrumador tráfico de mercancías y contenedores.

Las islas del Diablo

Guía

Cómo ir

Información

» Air France (www.airfrance.es) ofrece vuelos al aeropuerto de Yibuti desde España con una escala en París. Ida y vuelta desde Madrid, a partir de 585 euros.

» Emirates (www.emirates.com) vuela a Yibuti con una escala en Dubái. Un vuelo de ida y vuelta desde Madrid, a partir por unos 750 euros.

» Oficina de Turismo de Yibuti (www.visitdjibouti.dj).

» www.presidence.dj.

Pero en Yibuti también se puede disfrutar de su extrema geografía, y de los volcanes apagados, a veces islas como la del Diablo en la bahía de Ghoubet con su playa de forma semilunar. Los seísmos son comunes por el desplazamiento de las placas tectónicas de África y Arabia. En verano, el clima es sofocante. Los antiguos legionarios, con nostalgia de los palmerales saharianos, frecuentaban un bar llamado La Palmera de Zinc. Un símbolo de Yibuti que todavía abre sus puertas si bien reconvertido a las pizzas y los hot dogs. La palmera de zinc encontró un cantor en Jules Supervielle, el poeta franco-uruguayo de origen vasco: “Hace tanto calor en Djibouti —tan metálico, áspero, inhumano—, / que se plantan palmeras de zinc. Las otras mueren pronto”.

Si desde la molicie de Yibuti capital se va al sureño lago Abbé, los campos alcanzan perfiles marcianos. Sobre todo sus rocas, como espectros esculpidos, dan la sensación de estar en el espacio exterior, no sólo en uno de los lugares más cálidos y bajos de África. Si se va al norte, al lago Assal, se pasa por montes donde se aguzan los guijarros, como si fuesen gigantescos puercoespines negros. Una carretera desierta caracolea entre arenas de un amarillo chillón y campos regados con lapilli. Desde un altozano se divisa una lámina acuosa y azulada. Es el lago Assal, el punto más bajo de África, a 155 metros bajo el nivel del mar.

En esta especie de Timanfaya yibutiano surge entre la calima la silueta de una pastora danakil. Ella misma parece un dibujo de Hugo Pratt. Ya en la orilla de la inmensa salina que es el Assal se apostan unos vendedores. Son afars, o danakils, hombres antaño belicosos. Hoy insisten para que les compres geodas y bolas de sal. Casi se oye crecer la sal, cristalizarse sobre el agua, en este silencio oprobioso del lago, mientras el calor dificulta la respiración.

Un buceador junto a un tiburón ballena en el golfo de Adén, en Yibuti.
Un buceador junto a un tiburón ballena en el golfo de Adén, en Yibuti.Reinhard Dirscherl

Pero estamos en el mar Rojo y no hay que perderse sus alicientes. En Ras Eiro, cabo que acaba en una cabeza de aire serpentino, el mar ofrece en invierno su mayor alarde. Con unas gafas de buceo y unas aletas se puede nadar junto a los tiburones ballena, los peces más grandes del mundo. Impresiona verlos pasar tan cerca con su piel dura como la lija y moteada como la de un leopardo. Todavía preocupa más, al principio, verles abrir la boca redonda, un círculo perfecto para filtrar plancton. Comen sin parar, como si fuesen ovejas triscando las olas, ajenos al revoloteo de los buceadores.

» Luis Pancorbo es autor de Del mar Negro al Báltico. Caminos y letras (Almuzara).

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