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La playa de los moáis

El arenal de Anakena, rodeada de praderas y palmerales por donde corren caballos salvajes, abre un oasis típicamente polinésico en la volcánica costa de Isla de Pascua

Moais en la playa de Anakena, en la Isla de Pascua.
Moais en la playa de Anakena, en la Isla de Pascua. Gavin Hellier

Cuando alguien piensa en un lugar como Isla de Pascua, el imaginario colectivo evoca inevitablemente a sus vetustos, rocosos y misteriosos guardianes, los moáis. Pero en Rapa Nui, ese rincón perdido en mitad del Pacífico y alejado de todas partes, existe un lugar tan mágico y paradisíaco que vale por sí mismo una visita: la playa de Anakena.

Curiosamente, pese a su carácter insular, Pascua no destaca por sus kilómetros de playa. Ni mucho menos. Su litoral es, por su origen volcánico, una sucesión de acantilados y zonas rocosas que regalan excepcionales postales pero hacen poco menos que imposible un chapuzón. Por ese motivo, cuando a un rapa nui le preguntas por una playa donde poder refrescarte tras un largo día descubriendo los misterios del lugar, todos sonríen y señalan hacía la otra punta de la isla.

Anakena está a algo menos de 20 kilómetros de Hanga Roa, la capital pascuence. Parece poca distancia, pero llegar hasta ella implica recorrer la isla prácticamente de punta a punta por la única carretera existente. El trayecto, no obstante, es tan atractivo como inevitable.

Entorno de la playa de Anakena, en la Isla de Pascua.
Entorno de la playa de Anakena, en la Isla de Pascua.Alfonso F. Reca

Al llegar, bien sea en autobús, en taxi o en bicicleta, el viajero se encuentra ante un lugar excepcionalmente bello. Una playa de arena fina y blanca con aguas cálidas y mansas de color lapislázuli rodeada de praderas y palmerales por donde corren libremente manadas de caballos salvajes. Un oasis típicamente polinésico donde bucear en busca de peces de colores o, simplemente, entregarse a una jornada de absoluta desconexión.

Pero en Pascua todo tiene un plus de autenticidad y Anakena no es una excepción. Se cuenta que este fue el lugar en el que desembarcaron los primeros pobladores de la isla y que su primer rey, Ariki Hotu Matu'a, no dudó en instalarse en una cueva cercana considerada el origen de la peculiar cultura Rapa Nui. Y en un lugar con un pasado y una simbología tan importante no podía faltar un puñado de moáis para completar la estampa más increíble que una playa pueda aportar.

Sin abandonar la arena se pueden contemplar dos plataformas de moáis. La primera, y más imponente aparece a simple vista en mitad de la panorámica. La conocida como Ahu Nau Nau, es una de las más estudiadas de Pascua por varios motivos. Son siete las figuras que presenta esta composición (hay una octava en el suelo) y que atesoran uno de los mejores estados de conservación de cuantos moáis pueblan la isla debido a que durante décadas permanecieron a buen resguardo bajo la arena hasta su realzamiento en los años setenta. Cuatro de ellos conservan incluso sus pukaos (especie de sombrero o moño realizado con piedra volcánica).

La leyenda del hombre lagarto

Arenal de Anakena, en Isla de Pascua.
Arenal de Anakena, en Isla de Pascua.Alfonso F. Reca

En la plataforma sobre la que se asientan son fácilmente visibles varios petroglifos, entre ellos el del hombre lagarto o Tangata Moko, origen de un sinfín de mitos y leyendas sobre inverosímiles contactos con extraterrestres. Además, el perfecto ensamblaje de las piedras que componen esta plataforma (incluida una cabeza de moái) es similar al que puede contemplarse en el Templo del Sol de Machu Picchu, algo que ha suscitado teorías sobre un posible origen incaico, y no polinésico, de la cultura Rapa Nui.

A la izquierda de este conjunto se levanta el Ahu Ature Huki, una plataforma con un único moái de más de seis metros que fue el primero en ponerse en píe en los años 50. Para ello hicieron falta una decena de hombres, muchos metros de cuerda y tres semanas de trabajo. Pero a día de hoy todavía nadie ha conseguido explicar cómo fue posible transportar intactas estas inmensas figuras de piedra maciza desde la cantera donde se fabricaban, Rano Raraku, situada a varios kilómetros de la playa.

Sin construcción alguna en su entorno que la mágica estampa de Anakena, la playa cuenta con todos los servicios básicos para el visitante, desde baños a casetas de madera que ofrecen refrescos y comida para un almuerzo o merienda frugal. Destacan los anticuchos (especie de pinchos morunos cocinados en parrillas) y las empanadas, en especial las de atún de cola amarilla con queso y hierbas que ofrece la señora Luli. En los últimos años también han proliferado pequeños puestos de artesanía en sus alrededores.

Esta playa es una parada básica en los tours que recorren las maravillas de la isla, como los de Turismo Natura, que ofrece viajes desde Santiago de Chile a Isla de Pascua para grupos reducidos con alojamiento en cabañas gestionadas por familias Rapa Nui y asistencia de guías locales.

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