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Playas desiertas en la Isla del Cardoso

En esta reserva a 270 kilómetros de São Paulo se pueden saltar las olas junto a delfines

María Martín
Caminando media hora la playa está desierta.
Caminando media hora la playa está desierta.María Martín

Algo maravilloso que tiene São Paulo es que te subes a un autobús y en pocas horas apareces en el paraíso. El litoral del estado tiene playas para todos los públicos a menos de tres horas –sin tráfico–, pero invirtiendo algo más de tiempo hay lugares que te reconcilian con la ciudad para el resto del mes.

A 270 kilómetros de la capital de los rascacielos está la Isla del Cardoso, uno de los puntos más meridionales de São Paulo, poco antes de llegar al Estado Paraná. Una reserva natural con playas interminables donde saltar las olas junto a familias enteras de delfines y hacer excursiones a cascadas gigantes, dunas y manglares.

Es interesante alojarse en la isla de Cananeia, separada del continente por un canal. Según la versión local, sustentada por varios historiadores, aunque con versiones diferentes, un portugués ilustre y judío llamado Mestre Cosme Fernandes, al que las autoridades portuguesas habían desterrado, desembarcó en la isla un año antes del descubrimiento de Brasil por el portugués Pedro Álvares Cabral en 1500. Puede que fuera el primer blanco en pisar tierras brasileñas. Y fue en Cananeia donde, tras casarse con la hija del líder tribal llamada Caniné, se convirtió en una especie de rey blanco, con seis esposas, más de 200 esclavos y mil guerreros.

La isla está algo más urbanizada que sus alrededores con una colección de casitas de colores y algunas calles adoquinadas con dibujos de corazón. Cananeia tiene una buena oferta de posadas y hoteles, y, dicen las placas aquí y allá, que ostenta el título de cuna gastronómica de la región, el Valle de la Ribera. La posada Vía Maria es una pequeña villa de casas blancas con puertas y ventanas azules que se convierte en bistró por las noches con banda sonora de piano en directo. Marcio y Maria compraron ese terreno hace 15 años y montaron el negocio. La posada tiene una excelente evaluación en TripAdvisor. Las tarifas son justas (30 euros por persona) e incluyen desayuno con fruta, yogurt, zumo y tostadas y habitaciones con aire acondicionado. La isla aún se considera un destino barato, teniendo en cuenta cómo se están disparando los precios en Brasil.

Desde la posada se puede llegar a pie hasta el embarcadero donde varios barqueros te acercan a la isla del Cardoso. Valdemar, a quien el sol le ha surcado el cuerpo con profundas arrugas, sonríe con los ojos cuando consigue un cliente. Por 20 reales (7 euros) te lleva en su lancha hasta la reserva y te recoge de vuelta, además de esperar pacientemente el salto de los delfines en la bahía (+55 13 38 51 37 50 / +55 13 97 72 89 22). 

Una vez allí, conviene no asustarse: el gentío se concentra solo en el punto de desembarque. Caminando media hora, la playa está desierta y uno puede corretear en la orilla junto a los delfines, apreciar los manglares y caminar en medio del mar por las dunas de arena que crea la marea.

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Otra cosa maravillosa de Brasil, especialmente en este tipo de lugares donde tradicionalmente se crían ostras, es el precio de los moluscos. Las preparan crudas –con limón– o gratinadas, y una docena de esos bichos jugosos cuesta apenas cuatro euros. Merece la pena probarlas en uno de los restaurantes que te encuentras nada más desembarcar. Allí preparan un pescado a la milanesa delicioso también y a un precio razonable.

La pega que tiene la isla es que está en manos de sus monitores. Sin ellos está prohibido adentrarse en la jungla y realizar cualquier tipo de excursión. Su compañía cuesta cerca de 50 euros.

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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