Olas sin salir de Lima
En el propio centro metropolitano de la capital peruana se puede surfear a la sombra de los rascacielos
Lima está edificada a orillas del océano Pacífico. La capital peruana vive de cara al mar, y barrios metropolitanos como Miraflores, Barranco o Chorrillos han sido delineados en paralelo a su litoral, conocido como Costa Verde, lo cual permite disfrutar de espectaculares vistas del océano desde sus malecones. Sin embargo, no son muchos los viajeros que conocen uno de los más valiosos tesoros escondidos de la ciudad: sus olas. El litoral de Lima es territorio de surfistas.
La historia del surf peruano está íntimamente ligada a las playas de Lima. Aquí fue donde se vio la primera tabla moderna en el país, traída a finales de la década de 1930 por Carlos Dogny, afamado deportista peruano e inagotable trotamundos, quien había descubierto el arte de coger olas en un viaje a Hawái. La fiebre del surf se instaló inmediatamente en la cultura limeña, sobre todo, entre los jóvenes de las familias más pudientes. Y desde entonces los surfistas han sido los patrones absolutos de esta porción del Océano Pacífico.
La Costa Verde limeña es una irrechazable invitación a practicar el surf. Son kilómetros de posibilidades, con un sinnúmero de rompientes a muy poca distancia unos de otros, con oleajes de muy diversa intensidad y dificultad, idóneos tanto para principiantes como para expertos. Por la calidad de sus infraestructuras y por la accesibilidad de sus playas, Miraflores, Barranco y Chorrillos son los distritos que atraen a mayor número de surfistas de la capital. En estas aguas siempre hay algún tablista tentando la suerte del oleaje. La estabilidad meteorológica de Lima, donde el clima es templado y nunca llueve, permite salir al mar todos los días del año.
La playa Makaja, situada en el malecón de Miraflores, a los pies del pictórico Parque del Amor, es una de las calas más populares de Lima. Todo lo que sucede en ella gira en torno al surf: los surfistas van y vienen embutidos en sus trajes de neopreno, los profesores abordan al curioso para ofrecerle clases de particulares de surf y los vendedores ambulantes tientan con sus dulces y gaseosas a los que descansan sobre los guijarros de la cala después de una larga zambullida en el mar. Rudimentarias carpas armadas en la playa exhiben material e indumentaria de surf en alquiler. En las conversaciones, el castellano se confunde con el inglés. Los surfistas que se concentran en esta cala son una abigarrada comunidad internacional, formada tanto por peruanos que residen en Lima como por aficionados extranjeros que han viajado hasta Perú para constatar la fama mundial de sus olas.
Por su oleaje sereno, de rizos bajos y asequibles, la playa Makaja es ideal para surfistas principiantes. A ella se acercan muchos viajeros que nunca se han subido a una tabla. Los precios de los servicios que ofrecen los clubes de surf son más o menos parejos: 30 nuevos soles (aproximadamente 10 euros) por el alquiler del equipo; 60 nuevos soles por una clase personalizada. Los profesores compiten entre ellos por pescar alumnos, y anuncian sus tarifas como el que canta una oferta en el kilo de papas en el mercado. Pero la suya es una competencia serena, de baja intensidad, tal vez contagiada por el vaivén parsimonioso del oleaje que es, en realidad, su puesto de trabajo.
Nunca fue tan fácil hacer surf como en Lima: basta acercarse a cualquiera de las playas de su centro metropolitano y lanzarse al mar sobre una tabla. Los surfistas limeños cabalgan las olas a la sombra de los rascacielos.
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