Medio siglo, el mismo flequillo
Sin cambiar de peinado, Mafalda será pronto una avezada cincuentona. En Buenos Aires se puede visitar una plaza que lleva su nombre, la casa de San Telmo donde vivió su autor, Quino, o un ultramarinos en Palermo que recuerda al de su amigo Manolito. Y un museo que celebra su cumpleaños
La presencia de Mafalda en Buenos Aires se deja ver incluso bajo tierra: una tira cómica de 15 metros, versión alicatada, se puede leer en la confluencia de las estaciones de metro (aquí llamado subte) de Perú, de la Línea A, y de Catedral, de la Línea D. Arriba, en tierra firme, los visitantes le rinden homenaje en la plaza que lleva su nombre, situada en el barrio de Colegiales. Cada una de las siete secciones del parque que conforma la plaza está bautizada con carteles dedicados a Mafalda y sus compañeros de fatigas: Felipe, Susanita, Miguelito, Libertad, Manolito y Guille.
San Telmo, barrio ineludible para cualquier visitante, también cuenta con su ruta mafaldista. Comencemos asomándonos a la casa donde vivieron Quino y ella misma, según reza en la placa que aparece en la puerta del bloque de apartamentos cien por cien clase media de la calle de Chile, 371. Sobre la misma calle, en la esquina con Defensa, encontramos a Mafalda recreada a tamaño real y sentada en un banco. La foto junto a ella resulta obligatoria, así como el beso en su redondísima nariz, que se erosiona poco a poco debido a la devoción popular.
Cuándo nace un dibujo
En 2012 se corrió la voz de que Mafalda acababa de cumplir los 50. Quino, su papá, tuvo que intervenir: "El 50º cumpleaños de Mafalda se celebrará en 2014, pues fue en 1964 cuando se publicó la primera tira de sus aventuras". En Buenos Aires ya están ideando un montón de eventos en su honor. El epicentro de los homenajes será el MuHu, el flamante Museo del Humor de Puerto Madero.
Las preguntas improcedentes que Mafalda les hacía a sus padres la llevaban a menudo en busca del ansiolítico Nervocalm: “Para mi papá, que al final no me contestó qué diablos es el erotismo”. Para comprar los calmantes, quizá acudía a la farmacia más antigua y bella de Buenos Aires, que se encuentra a cinco porteñas cuadras de su escultura. Se trata de la Farmacia de la Estrella (Defensa, 201; www.farmaciadelaestrella.com), abierta en 1834 y hoy patrimonio cultural de la ciudad, con sus estantes de nogal y sus frescos del techo –de título tan sugerente como El triunfo de la farmacopea– a cargo del italiano Carlos Barberis.
Y mientras tanto, a Manolito, hijo de españoles que regentan un almacén de ultramarinos, se le podría encontrar hoy trabajando en El Preferido de Palermo (Jorge Luis Borges, 2108; abierto de lunes a sábado, de12.00 a 0.30). Es un colmado de toda la vida con latas de conservas apiladas como adorno principal. La novedad es que ahora sirven comida reconfortante, como ricos platos de pasta con carne estofada. Probablemente, también se sirva sopa, pero eso Mafalda no querría ni oírlo. A su madre, cuando se la servía, la llamaba Raquel: “En momentos como estos, Mamá es tan solo un seudónimo”. Es una pena, porque se pierde el locro, uno de los guisos de cuchara más sabrosos de la poco conocida y exquisita cocina regional del país.
Nosotros sí nos atrevemos a probarlo en Ña Serapia (avenida de Las Heras, 3357), la embajada de la cocina norteña argentina en el barrio de Palermo.
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Mercedes Cebrián es autora de la novela La nueva taxidermia (Mondadori).
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