Madrid tira al monte
Cinco planes en la sierra de Guadarrama y su recién estrenado parque nacional para pasear por bosques rojos y amarillos, recoger setas y observar cabras monteses
Menos hayedos, en la sierra de Guadarrama hay de todo lo que hace suspirar a los excursionistas cuando piensan en el otoño: hay robledales, abedulares y bosques de ribera que parecen coloreados con Photoshop; hay ciervos, gamos y corzos, infinidad de ellos. Y hay setas para aburrir; algunos años, tantas, que los buscadores ya solo eligen los ejemplares más bellos, como si en lugar de un preciado manjar fueran flores.
01 La Pedriza
La imagen más conocida de la Pedriza es la del roquedo pelado, el puro granito pulido y fracturado en mil callejones, reino laberíntico de bandidos decimonónicos y escaladores. Pero existe también una Pedriza boscosa, la de los pinares que se plantaron a mediados del siglo XX al pie de las moles rocosas, que es el paraíso de los buscadores de setas, porque en otoño hay níscalos a patadas. No hace falta ser un micólogo, ni un lince: al lado mismo del aparcamiento de Canto Cochino, en la umbría del cancho de los Muertos y del collado del Cabrón, la pinocha se llena de chapelas naranjas. Otros que salen mucho en otoño son los machos de la cabra montés, que atraen a las hembras impregnándose el morro con su propia orina y defienden su harén a testarazos. Cazada y exterminada en el Guadarrama a finales del siglo XIX, la cabra montés fue reintroducida en la Pedriza entre 1990 y 1992, trayéndose 50 ejemplares de Gredos (Ávila) y del valle de las Batuecas (Salamanca), con tal éxito que ya hay 3.000 y se ha decidido volver a cazarlas. En el cordal oriental de la Pedriza Posterior, entre el collado de la Ventana y las Torres, es imposible no tropezárselas. Para saber más y no perderse, está el centro de educación ambiental en la entrada del parque, a dos kilómetros de Manzanares el Real.
» www.ceamanzanares.blogspot.com.es. Teléfono 918 53 99 78.
02 Bosque de Canencia
Los abedulares son uno de los mayores espectáculos que la naturaleza programa en otoño, cuando los viste de un amarillo encendido y los va desnudando poco a poco, soplido a soplido, hasta dejar al aire sus pieles blancas como la leche. Pero a los abedules les gusta el frío y la humedad, que no abundan en Madrid, razón por la cual solo se encuentran buscándolos con lupa en las riberas umbrías y en las zonas encharcadizas de la sierra. Abedulares, lo que se dice abedulares, solo hay uno, el del puerto de Canencia, que vive en las sombras casi perpetuas que reinan al oeste de este paso (a mano derecha, subiendo desde el pueblo de Canencia), a orillas del arroyo del Sestil del Maíllo. La ruta del Sestil del Maíllo, también conocida como Senda Ecológica de Canencia, permite recorrer este enclave en un par de horas (o algo menos), dando un paseo de 6,5 kilómetros por rincones muy bonitos, con sus árboles de ramas pálidas y desmayadas, sus pontezuelas de piedra y su alfombra de musgo, hojarasca y rojas bayas de tejos, acebos, escaramujos y majuelos. Por este camino veremos la chorrera de Mojonavalle, una cascada que dibuja una cola de caballo de 30 metros. Y veremos también Boletus edulis, que nada más llegar a casa, a la plancha, es como más ricos están.
» El folleto se descarga en www.canencia.es.
03 Ducha de los Alemanes
Con las primeras lluvias del otoño, las fuentes y los ríos del valle de la Fuenfría, que ya eran un hilo, recuperan el brío, y el arroyo de la Navazuela vuelve a brincar como brincan los muchos corzos que pueblan estos pinares de Cercedilla. La cascada más bella es la Ducha de los Alemanes, nombre curioso, que hay quien piensa que se debe a los baños que se daban bajo su chorro los excursionistas teutones (Coppel, Ganter o los miembros de habla germana de la Sociedad Peñalara) que frecuentaban la sierra a principios de siglo XX. Antiguamente era conocida como Salto del Árbol Viejo, por el gran tejo que crece a su arrimo, el mayor de los que salpican esta umbría. Media hora nos llevará subir por la calzada romana y la carretera de la República hasta ver la señal que indica su paradero. Y otra media, plantarnos luego en los miradores de Vicente Aleixandre y Luis Rosales para ver cómo el otoño incendia los rebollares y las fresnedas del piedemonte, que, aunque no forman parte de parque nacional, son también oro del Guadarrama, de no menos quilates que las cumbres. En el kilómetro dos de la carretera que sube de Cercedilla a Las Dehesas hay un centro de educación ambiental donde informan sobre las sendas del valle y organizan paseos para reconocer las setas y los frutos otoñales.
» www.centrofuenfria.blogspot.com.es. Teléfono 918 52 22 13.
04 Robledal de los Horcajuelos
Subiendo al puerto del Reventón desde Rascafría se atraviesa el robledal de los Horcajuelos, un espléndido bosque de Quercus pyrenaica que el otoño dora a fuego lento. Pese a su nombre científico, este roble es autóctono de Guadarrama y sería su árbol más abundante si no se hubieran plantado pinos a trochemoche. El camino forma parte de la llamada Ruta del Paisaje, bien señalizada, con descripción, mapa y archivo para GPS disponibles en www.parquenaturalpenalara.org. A través de la fronda se ve, allá abajo, el monasterio de El Paular, con su coro de ancianos chopos, ahora del más vivo amarillo. Arriba, la cumbre de Peñalara (2.428 metros), la reina del parque nacional. Y tras una hora y media de subida, nada más salir del bosque por la parte superior, el Carro del Diablo, una peña montada a lomos de otra que la leyenda dice que era una carretada de granito que iba para las obras de la catedral de Segovia y que Lucifer inmovilizó para siempre por unas diferencias que tuvo con el arquitecto Juan Guas. Antes o después de subir hay que acercarse al Centro de Educación Ambiental Puente del Perdón (918 69 17 57), a dos kilómetros de Rascafría. Y, de paso, conocer el Arboreto Giner de los Ríos y sus 300 especies de hoja caduca, originarias de diversas zonas del planeta.
05 Otoño de reyes en La Granja y en Riofrío
Felipe V quería un pequeño refugio en la sierra para retirarse joven, pero el plan se torció y acabó reinando 45 años, más que nadie en España, y su retiro de La Granja es un palacio como los de su abuelo, el Rey Sol, con tropecientas fuentes y con paseos bordados de setos de carpe y haya y bosquetes de robles y tilos, especies que en otoño se ponen de los rojos y amarillos más luminosos, como semáforos. Se puede pasear por los jardines y se puede rodear la tapia por el exterior para ver esta paleta de colores vegetales desde la altura del Esquinazo. Para redondear la jornada otoñal, hay que visitar el palacio rosa de Riofrío (a 17 kilómetros de La Granja) y su encinar acotado de 700 hectáreas, donde en esta época se ve y se oye a los ciervos y a los gamos berrear y roncar, respectivamente. Para esto, lo mejor, en vez de en coche, es cruzar el bosque a pie.
» www.patrimonionacional.es y 921 47 00 19.
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