Un paseo muy dulce por Rabat
Los mejores locales de la ciudad para probar la deliciosa repostería marroquí,
La capital de Marruecos es una ciudad dulce y tentadora. Puro deleite es su repostería en la que brillan los dulces propiamente marroquíes –ricos en miel, almendras y otras delicias mediterráneas y orientales–, junto con la más clásica tradición francesa y europea. La oferta es variada, abundante y casi pecaminosa para los obsesos del control calórico. Hartarse de pasteles en meriendas y festejos, acompañados de un té con hierbabuena o un café humeante, forma parte de la cultura local. Dulces reposteros, pero también toda clase de crêpes y masas elaboradas con mimo y manos certeras, bien empapados en mantequilla y miel: bagrer, rghaif y harcha, que se preparan en la calle, a pie de establecimiento, en los barrios populares.
Una de las curiosidades que garantizan la calidad de estas dulzuras son las abundantísimas abejas negras que atestan los mostradores de cristal, que sin molestar o extrañar a nadie liban con toda naturalidad entre la bollería.
Hay repostería popular a precios para todos los bolsillos, generalmente en el centro y la medina, y hay repostería ultrarefinada, para los que no reparan en gastos o quieren quedar muy bien compartiendo con sus convidados tartas de frutos del bosque, yogur y fresa o chocolate negro y espeso como una noche sin luna.
Y junto a las pastelerías tradicionales, los traiteur especializados en toda clase de exquisiteces para llevar a casa, los salones de té, las confiterías y los hornos. A esta última categoría, y con precios imbatibles, pertenece la pastelería Bouiba, un pequeño local situado en la medina, nada más traspasar la Bab, o puerta, homónima. Aquí lo suyo son los pastelitos tradicionales marroquíes, que se presentan en nutridas bandejas que ofrecen desde los conocidos cuernos de gacela y los fekas (rebanadas horneadas con frutos secos), hasta toda la gama de crujientes hojaldres fritos con miel, o los canutillos y otras formas rellenas de almendra cruda, almendra tostada (más sabrosa y apreciada) o cacahuete. Por encargo también se preparan pastillas de pollo, un laborioso pastel de hojaldre, rico en carne, canela y azúcar glass, de origen andalusí.
Ya en pleno barrio de Hassan, uno de los más atractivos y vívidos de la ciudad nueva, está una de las mejores y más económicas pastelerías: Le Chef d’Oeuvre (16, rue d' Ouad Zem, cerca del mercado de flores). Siempre abarrotada, esta pastelería y panadería es excelsa en su oferta. A los mil y un pan (de semillas, h’lia –carne seca– y frutos secos) se suman las maravillosas tartaletas de limón, los milhojas con praliné, crema y café, los bizcochos y bollos de toda índole, y por supuesto las pastas y petits fours salados, típicamente marroquíes.
Si lo que se busca es merendar en una cafetería o tetería, tampoco Rabat defrauda. No son pocos los locales que presentan pastelería y cafetería, todo en uno, donde elegir los dulces para tomar en la mesa. Chez Paul, en el barrio del Agdal (Avenida de las Naciones Unidas, 82), es todo un clásico, y tanto su terraza como sus vetustos salones están siempre de bote en bote. Aquí se venden las mejores palmeras del país (no creo equivocarme), deliciosos cruasanes rellenos de pasta de almendra, brioches, pasteles clásicos de lo más refinado, helados y muchas cosas más. El ambiente es ecléctico y tirando a 'guapo', no a salvo del humo espeso de los cigarrillos.
Otro salón de té recomendable, para repostar en pleno centro, es Au Délice (Avenida de Mohammed V, 285), creado y dirigido por suizos desde principios de siglo XX. Es un pequeño y discreto local que respira saber hacer y tradición, todo en tonos pastel con un servicio esmerado. Lo característico aquí son las trufas, la selva negra, los rollos de limón, los almendrados, y toda clase de chocolates y tartaletas.
Si lo que se desea en cambio es frecuentar una pastelería y traiteur a la última, hay que acercarse hasta Maymana, en el exclusivo barrio de Souissi (Avenida de Mohammed VI, 248), en un precioso edificio contemporáneo rodeado de un jardín con estanques, papiros y olivos. Aquí la puesta en escena es exquisita, todo convenientemente empaquetado en bandejas, bolsitas de celofán y cajas de ensueño. La propietaria, Naima Berrada, que trabaja en el catering marroquí desde hace 25 años (imbatibles, los marroquíes, en el arte de la organización de eventos y recepciones), ha pretendido en su nuevo local dar respuesta a la demanda de lujo y refinamiento de la capital administrativa, creando, como ella dice, una cocina y una repostería "de alta costura”. Merengues de rosa, menta o nuez, duquesas blancas y negras, o pasteles como el Maycafé, con una emulsión de café blanco, o el Kechmara, en el que la fruta de la pasión se combina con el plátano y el chocolate, son algunas de las propuestas más rompedoras. Pero tampoco desmerecen los macarron de frambuesas salvajes, limones del Atlas o vainilla de Madagascar, o los nugat (turrones) de almendras, frutas confitadas y sésamo turco.
Vamos, que quien se crea capaz de resistir a todo esto no es de este mundo.
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