En 'almendrón' por La Habana
Los taxis compartidos de la capital cubana muestran la imaginación que mueve la isla
Almendrón: dícese de un viejo vehículo que hace las veces de taxi compartido y recorre una ruta más o menos preestablecida. Una definición así se ajustaría a una primera impresión de esos carros destartalados que llenan las calles de La Habana y el resto de la isla, pero sería una descripción tan incompleta que no se entendería que estos vehículos además encierran una sólida identidad propia.
El transeúnte extiende el brazo al borde de la carretera y, por 10 pesos cubanos (20 para un recorrido de mayor distancia en La Habana), alrededor de 30 céntimos de euro, se puede alcanzar otro barrio de la ciudad. Sin embargo, no es una opción que toda la población pueda contemplar con sueldos cercanos a los 20 dólares mensuales. Invertir 10 pesos a diario supondría fulminar el salario. Más económico resulta moverse en autobús, 40 centavos de peso…. Es decir, 25 veces más económico. Pero son más lentos y su frecuencia es incierta.
De chapa desgastada cuya existencia se remonta al menos a los años cincuenta, estos decadentes Chevrolet, Ford y demás insignias estadounidenses, renquean con motores renovados. De lo contrario, y al precio actual del combustible, harían de la actividad un negocio ruinoso debido a los achacosos e ineficientes motores. Por eso, este conglomerado de piezas de diferentes marcas y épocas hace de sus tripas un símbolo de la imaginación cubana. El espíritu cubano se alimenta de la creatividad y de la búsqueda, concepto fácil de adivinar. El tiempo del progreso material se congeló en 1959.
Y precisamente, si este amplio parque automovilístico, anclado a la mitad del esplendoroso siglo XX americano, sigue moviéndose, se debe a esa rabiosa metáfora de la vida local que alcanza cada una de las esquinas de la sociedad cubana. No es extraño que cualquier conductor, al margen de su vida laboral, se dedique a hacer alguna carrera al final de su jornada para sacarse un sobresueldo, como tampoco lo es la existencia de un omnipresente mercado a espaldas del mercado, o lo que es lo mismo: conseguir las cosas por la izquierda.
Hundirse durante algún trayecto en uno de esos asientos remendados con capacidad para 5 u 8 personas con música latina machacando los tímpanos bien vale un tiempo para conocer un poco más la realidad cubana. Uno se enterará de la próxima obra de teatro, de las experiencias del fin de semana y de los cotilleos del edificio de los pasajeros. Para salir del coche con la ciudad inyectada en primera persona habrá que abrir la puerta desde afuera, alargando el brazo. Echándole imaginación.
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