No llevo la cuenta, pero posiblemente México sea uno de los países que más veces he visitado en mi vida. He viajado en vagones de segunda en el Chepe, el tren que une Los Mochis con Chihuahua. He buceado en la bahía de La Paz y en los arrecifes de Cozumel. He brindado con mezcal en la plaza Garibaldi y he visto ballenas grises en Baja California. Comí peyote en Real de Catorce y bebí más micheladas de las que debía en fiestas muy locas con las muxes de Juchitán. Volé en globo sobre San Miguel de Allende y conviví con los insurgentes zapatistas en Chiapas en el alzamiento de 1994. Cabalgué hasta las profundidades de las barrancas del Cobre con vaqueros de mirada adusta y palabras esquivas. Me sentí honrado con la hospitalidad de Ángeles Mastreta y fui a Comala en busca de un secreto, como el hijo de Pedro Páramo.
Sé que a veces no es un país fácil y que muchos turistas le tienen miedo por su fama de violento. Pero a mi México siempre me devolvió ciento por uno de las expectativas con las que había llegado. Este país de contrastes nunca decepciona. Quizá porque más que un país es un continente, tan enorme que siempre encuentras lo que buscas. Desde Tijuana a Ciudad de México hay 2.300 kilómetros. De Ciudad de México a la selva Lacandona —es decir, de los restaurantes de lujo de Reforma a una aldea de Ocosingo— hay otros mil kilómetros de distancia y mil años en el tiempo. México es un país tan enorme y extremadamente diverso que es imposible conocerlo y comprenderlo en una vida.
El vídeo que acompaña estas palabras es un resumen de tres minutos de varios viajes por México. Tres minutos en los que cabe, comprimida, una tremenda paleta de colores y sensaciones. Espero que os guste.
