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Víctimas del mar, la pobreza y el olvido Se calcula que las olas han arrasado las casas de más de 4.000 personas en West Point, el mayor barrio chabolista de Monrovia. Estos son los retratos de 15 de ellos, los rostros y miradas de los más pobres entre los pobres de la capital de Liberia Christina Dapay tiene 38 años y tres parejas de gemelos. Durante 12 meses, tras perder su casa, durmió en la iglesia. Recientemente, ha alquilado cuatro paredes por unos 15 euros para dormir con nueve menores. No todos son sus hijos, pero al tener techo hay gente que le ha dejado algunos niños. Al igual que otras muchas mujeres, está sola, vende agua y no puede hacer frente a las tasas escolares de sus hijos más jóvenes. Ella es una de las damnificadas por la subida del nivel del mar que ha dejado sin hogar a miles de residentes y que amenaza con sepultar West Point, el mayor barrio chabolista de Monrovia. Aquí viven, según los datos del último censo (2008) cerca de 35.000 personas, aunque las autoridades estiman que la cifra actual ronda las 80.000. “Era septiembre y me desperté porque los más pequeños no dejaban de llorar. El delegado del Gobierno miente cuando dice que todos hemos recibido la indemnización”.
Fermín Torrano Confort Nyenetue posa en la antigua puerta de su casa. Ha dormido durante un año en la escuela, de donde se marchaba cada mañana con los primeros rayos de sol. West Point es un vecindario de casas tan juntas que a veces hay que pasar de lado. Un lugar donde la pobreza y la droga inundan de preocupaciones la vida de familias ahogadas por el mar y la basura. Fermín Torrano A sus 82 años, David Yeah se apoya en su mujer, Nancy, hasta para conversar. Oye poco, le cuesta hablar y asiente cuando su esposa, 17 años menor que él, explica que no tienen dinero ni para ir al hospital. Antiguamente, ella vendía carne en el mercado, pero hace tiempo que ambos dejaron de trabajar. “Me sienta mal no tener nada que hacer”, lamenta. Fermín Torrano Año, lugar, nombre, sexo del cabeza de familia y número de integrantes afectados. Estas son las preguntas más importantes en los expedientes de las víctimas. La Administración había anunciado que el pasado otoño comenzaría la construcción de un muro que protegerá el asentamiento de la costa, aunque la letra pequeña del proyecto revela que, de cumplirse, las obras empezarán a finales de 2022. Fermín Torrano Hawa Kromah pasa la semana entre el techo que le ofrece una amiga durante el día y el suelo de la mezquita por la noche. Allí duerme con dos de sus nueve hijos y cuatro nietos. Sin marido y a sus 50 años, hace seis perdió su casa. Por las mañanas pasea por el barrio y busca personas a las que lavar la ropa a cambio de comida para ella y su familia. “No lo hago por dinero”, afirma. "Le rezó a Dios todos los días para que mi situación cambie”. Fermín Torrano Gebert Rogert es la víctima más joven. Apenas tiene cuatro meses y nunca conocerá a la madre que murió por darle la vida. Ahora vive con su abuela, Janta Sano, de 53 años, que también perdió su casa en 2014. Una amiga de ella les cedió semanas atrás la habitación.“Estoy sola, y ahora también tengo que encargarme de él. Jamás recibí un dólar", explica Sano. Fermín Torrano Ante la falta de contenedores, el agua acaba siendo, en la mayoría de ocasiones, el vertedero del asentamiento de West Point. Con una población similar a Toledo o Fuengirola, no existe un solo contenedor en el que depositar la basura y la estrechez de la única carretera impide el acceso de camiones. La situación ha llevado a los dos gobiernos de una joven democracia nacida 2005 tras dos guerras civiles a plantear el desmantelamiento del barrio, pero nadie se ha atrevido a hacerlo. Fermín Torrano Linda Weah acude cada mediodía al centro de la Disaster Victims Association (DVA) para explicar sus preocupaciones y enterarse si hay alguna novedad con su caso. Sin familia, ni casa desde el pasado septiembre, a sus 58 años su único deseo es una cama y algo para comer. “Estoy sufriendo, no dejo de sufrir”, asevera. Fermín Torrano Lovetee Bryant mendiga por las calles para alimentarse. Cuando no tiene suerte, Mercy Brown, portavoz del grupo de mujeres, le entrega una pequeña cantidad de dólares liberianos. Apenas 60 familias han sido reubicadas en los últimos siete años, el resto ha tenido que salir adelante por su cuenta. Pero Bryant, como muchas otras mujeres aquí, carece de familia que la pueda acoger. Por eso, vaga por la calle y pide limosna. Fermín Torrano Desde 2015, Mama Swakay (Liberia, 1944) duerme con sus diez nietos en un ultramarinos que le ceden por las noches. Su precaria situación impide escolarizar a unos menores que se han visto forzados a vender por la calle. El más pequeño tiene cuatro años y el mayor 15. “Con 50 dólares liberianos (0,25 euros) se pueden comprar 15 bolsas y obtener otros 50 de beneficio al día. Por eso muchas víctimas vendemos agua”, describe. Fermín Torrano Cuando llueve, el cuartucho que un señor cedió a Marieh Palleh se inunda. Con siete hijos y nueve nietos, Palleh vende bolsitas de agua con las que obtiene alrededor de cincuenta céntimos por jornada. Su única sonrisa escapa al responder que no recuerda su edad.
“Si el gobierno ofreciera cualquier alternativa me iría corriendo de West Point”.
Fermín Torrano En la asociación creen que Musu Boipha ronda los 80 años, aunque ella se tapa la cara al decir que no sabe su fecha de nacimiento. A pesar de tener cuatro hijos, siete nietos y “muchos, muchos” bisnietos, esta mujer que perdió su hogar en 2020 se acerca cada noche a la mezquita de West Point para descansar.
“En Liberia sufrimos hasta para dormir”.
Fermín Torrano Nancy Yeah (65 años) duerme con su marido y cinco nietos en una pequeña habitación desde que perdió su vivienda en junio de 2015. Ante la falta de respuesta por parte de las autoridades, recuerda con amargura la noche en la que todos sus recuerdos se ahogaron en la fuerza de las olas. Eran las cuatro de la madrugada y no pudo salvar nada.
“A Mr. Weah solo le pediría un techo en el poder dormir para no tener que mendigar”.
Fermín Torrano Una niña y un niño defecan cara a cara en una de las zonas más limpias de la playa. La escena a lo largo de los kilómetros de costa es una constante en West Point. Fermín Torrano Desplazado por la primera guerra civil liberiana, S. Pantoe Swen inició en 1995 una nueva vida en West Point. 22 años después, las olas derribaron su casa y la clínica en la que ejercía la medicina. A sus 56 años, su sueño es cursar un máster, sin embargo, la escolarización de sus cuatro hijos no le permite ahorrar lo suficiente.
“Estaba en una reunión cuando me llamaron. En cuestión de segundos comprendí que había perdido mi casa y mi trabajo”.
Fermín Torrano Siempre en sandalias y con un pañuelo en la cabeza, Theresa Partie pasa los días caminando encorvada por el 'slum' más grande de Monrovia. Sin familia, a sus 76 años dormía en el porche de una casa hasta que el sol comenzaba a asomar. Perdió la suya hace algo más de un año. El pasado noviembre, alquiló una reducida habitación que comparte con otra persona.
“Si tengo suerte, me dan entre 100 y 200 LRD (entre 0,50 y un euro) al día”.
Fermín Torrano Un señor recoge objetos entre la basura de West Point. Al fondo, la colina que separa el 'slum' del centro de la ciudad. Fermín Torrano Tras una vida llena de recuerdos en West Point, Zanneh Memmeh ha olvidado la noche de 2017 en la que perdió su casa. Desde entonces, vive con su hermana y 16 personas más en otra parte de la ciudad. Durante el día vende comida, pero un tercio de los 600 LRD (tres euros) que obtiene en el mercado los gasta en transporte.“Me duele haber abandonado el lugar en el que nací”. Fermín Torrano