La ficción está ahí fuera
El festival de agresiones patriótico-visuales, cacofonías informativas y distopías hechas realidad que estamos viviendo este 2020 sería insoportable si no fuera por el wifi, las plataformas y la bendita ficción
Una amiga me contó que, cuando era adolescente, acompañó a su padre, psiquiatra, a un congreso en Atenas. Solo recordaba algunas imágenes: leer a Nietzsche mientras recorrían la ciudad en coche con el responsable del laboratorio anfitrión, o que el congreso trataba sobre el insomnio y, cuando llegaron al hotel donde se celebraba, en el vestíbulo había una cama enorme y por los altavoces sonaban grabaciones de ronquidos. Mi amiga lo recordaba como si fuera un sueño y, visto ahora, de verdad lo parece. No solo por lo ligeramente surreal de las escenas. Es altamente improbable que nadie, ni adultos ni niños ni adolescentes armados de autores existencialistas, pueda asistir a ningún encuentro que no ocurra por videoconferencia hasta sabe Dios cuándo. Entre eso y que la fecha fatídica del 13 de marzo cada vez resulta más remota, el pasado no es que parezca lejano sino ya directamente una fantasía.
Pero es que, aparte, mucho de lo que nos pasa podría ser mentira. Elon Musk ha patentado un chip que se encaja en el cráneo. Trump podría ser reelegido otra vez. Por no decir que han hecho falta ¡24! banderas españolas y de la Comunidad de Madrid, nada menos, como atrezo del encuentro de dos personas, Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso. El festival de agresiones patriótico-visuales, cacofonías informativas y distopías hechas realidad que estamos viviendo este 2020 sería insoportable si no fuera por el wifi, las plataformas y la bendita ficción. “Todo lo que era sólido antes de la pandemia se ha ido fundiendo en Netflix”, leí hace poco sobre el sector audiovisual. Pero vale para todo. El final de cada día se derrite en el menú de películas, y lo bueno es que le ha devuelto al cine una relevancia social que pensábamos perdida.
Como Tenet, la última película de Christopher Nolan, que ha sido objeto de más análisis que las cumbres entre Estados Unidos y Corea del Norte antes de la pandemia. Desde su estreno, que prometía romper el hielo para otras superproducciones y salvar la temporada de salas en el peor año que se recuerda (por ahora no lo ha conseguido), hasta las especulaciones sobre el significado de los incomprensibles diálogos entre sus protagonistas, Robert Pattinson y John David Washington (que en efecto son incomprensibles), pasando por la sospecha de que, tras una supuesta superproducción de autor solo hay un largo de acción convencional con una agenda conservadora (Jordi Costa, en un reportaje de nuestra web, afirmaba sin ambages que es “una castaña de derechas”). Yo disfruté con Tenet –las explosiones, las persecuciones y la guerra fría siempre me vienen bien–, aunque admito que tuve la sensación de haber visto una película normal con coartadas. Lo más demoledor lo dijo Janan Ganesh en el Financial Times: que su falta de imaginación demuestra la pérdida de poder de Hollywood y el fin del dominio cultural, y por ende geopolítico, de Estados Unidos en el mundo.
Es excitante que el futuro de nuestra civilización se vuelva a medir en la ficción que producimos, por mucho que sea para alumbrar un panorama sin buenos en el horizonte. La estrella de portada de este número, Pedro Pascal, se ha construido una impecable carrera interpretando no solo héroes sino villanos, y doblegando estereotipos: emigrante chileno en Estados Unidos, estrella a los 40, actor por vocación pero sin prejuicios. Ahora que los ejemplos de siempre nos fallan, he aquí un nuevo modelo de conducta.
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