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El cadismo va por dentro

Un puesto callejero en el barrio de la Viña, Cádiz.
Un puesto callejero en el barrio de la Viña, Cádiz.PEDRO ARMESTRE
Jesús A. Cañas

La afición del Cádiz está acostumbrada a sufrir y se ha resignado a disfrutar con distancia el ascenso a la Primera División del fútbol español tras 15 años de espera. Es un sabor agridulce para un equipo que gira en torno a la pasión de sus hinchas. Así prepara este clásico de los clubes modestos el regreso a una competición que no será la misma.

La música machacona de Don Patricio suena a todo trapo en el estadio Ramón de Carranza. El ritmo reguetonero retumba en las vacías gradas azules y amarillas, llenas de polvo añejo y pegatinas descoloridas. “Bienvenidos, bienvenidas, ¡volvemos a Primera División!”, vocea el speaker con entusiasmo, aunque sabe que no hay nadie para responderle. El Cádiz CF materializa su llegada a Primera en una ventosa y desangelada noche de partido a puerta cerrada. No hay fiesta ni nada que se le parezca dentro o fuera del campo. “Esto es como una berza sin pringá”. A Antonio Girón —presidente de la peña más antigua de la ciudad, la Enrique Mateos— solo le sale tirar de analogías con la gastronomía local para explicar ese sentimiento agridulce que le invade. Lleva 15 años de paciente espera y le toca vivir un momento histórico en la distancia mediatizada de un televisor.

Todo lo que se vive más allá del césped en este ­Cádiz-Osasuna en el que los cadistas se estrenan en Primera es puro artificio. Tan plato sin sustancia o “baile sin música”, como lo define el presidente del club, Manuel Vizcaíno, que LaLiga Santander tiene que salpimentar la imagen del Carranza con público 3D y sonido enlatado de aficionados sacado del juego Fifa 2020. A los seguidores no les queda otra que conformarse con ver el partido en sus casas o en peñas con aforos reducidos y codazos por abrazos. Tras pasar más de 20 años en Segunda B —en dos periodos distintos—, el estoicismo ya es marca de la casa en el Cádiz, aunque pocos podían imaginar que, justo cuando el esfuerzo del ascenso daba sus frutos, una pandemia se iba a cruzar en el camino del club.

Jesús Manuel Suero, hincha del Cádiz, con su escudo tatuado.Vídeo: PEDRO ARMESTRE

Al equipo cadista el coronavirus le sorprendió cuando ya tenía buena parte de las papeletas para subir a Primera. La buena racha, pese a algún que otro sobresalto, se confirmó con su ascenso matemático el domingo 12 de julio. A Alberto Cifuentes, portero del club y jugador más veterano de LaLiga a sus 41 años, difícilmente se le olvidará cómo tuvieron que esforzarse en interiorizar la celebración que les apetecía hacer. “No celebramos en público lo que nos habría gustado y evitamos los contagios y la propagación”, resume, disciplinado, a través de una videollamada desde su casa en Jerez de la Frontera.

Pero ni la ausencia de fiesta oficial, ni las peticiones de Vizcaíno o del alcalde José María González, Kichi, evitaron que el Cádiz acabase retratado en titulares negativos de la prensa nacional. La subida a Primera llegó tras un sábado de partido en el que cerca de 2.000 aficionados se congregaron a las puertas del Carranza para recibir al equipo en un partido contra el Fuenlabrada que, finalmente, perdió. La decepción por el resultado se curó horas después, pero las imágenes de centenares de jóvenes arremolinados y sin mascarillas se hicieron virales. Tanto que algunas de esas instantáneas se parecen sospechosamente a las que recientemente ha usado el Ministerio de Sanidad —tratadas en blanco y negro, con escudos y rostros tapados para evitar suspicacias— para un impactante anuncio sobre actitudes irresponsables.

Para cuando el Cádiz ascendió, tanto los cadistas como el resto de equipos ya llevaban casi un mes de regreso a una competición frenética y con estrictas medidas de distanciamiento impuestas por LaLiga. Hoy el estadio Carranza es una suerte de búnker en el que los cambios por el coronavirus impregnan hasta al césped. Eloy Benito, el groundsman, dice, del equipo —“no pongas que soy jardinero, que no es lo mismo”—, ha pasado a destajo los meses de agosto y septiembre para poner a punto el césped bermuda de verano que lucirá el reinicio de las competiciones: “Terminó tan tarde la temporada anterior con el coronavirus que ahora hemos tenido menos tiempo”.

El Cádiz jugando en su estadio contra Osasuna, el 12 de septiembre.
El Cádiz jugando en su estadio contra Osasuna, el 12 de septiembre.PEDRO ARMESTRE

En el viernes previo al primer partido de esta temporada 2020-2021, Benito no es el único que siente la presión en el Carranza. El nombre de Marisa se invoca por cada rincón del campo. Como responsable de instalaciones, ella ha incorporado ahora a sus labores habituales previas a cualquier encuentro la supervisión de un férreo protocolo anticovid. Ni puede ni quiere hablar, su prioridad ahora es responder ante el encargado designado por LaLiga para chequear que las normas se cumplen. Ella también será la última en salir del estadio, tras su desinfección y justo después de pegar una etiqueta a modo de precinto en los vestuarios en la que reza un optimista “Viva LaLiga”. Pasadas las tres de la tarde, el Carranza queda asépticamente sellado hasta el partido que se juega al día siguiente.

Tras el suceso con el Fuenlabrada en el que varios casos positivos llegaron a viajar para disputar un encuentro que acabó suspendido, nadie se la juega. El Cádiz ha abrazado con fruición un protocolo impuesto por LaLiga española que Vizcaíno considera de “una eficacia fuera de toda duda”. En junio, la institución ya decretó el cierre de estadios y ciudades deportivas, redujo la presencia de prensa a los partidos y obligó a jugadores y equipo técnico a permanecer prácticamente enclaustrados, sometidos a pruebas PCR semanales. Con el inicio de la nueva temporada, las restricciones en el terreno deportivo han ido a más. El número mínimo de jugadores de la primera plantilla baja de siete a cinco si hay positivos por coronavirus. Los equipos deberán tener un estadio alternativo fuera de su comunidad autónoma. Y si el virus golpea tan fuerte al club que no puede disputarse un partido, LaLiga solo permitirá un aplazamiento antes de dar el encuentro por perdido para el afectado.

Pese a todo ese blindaje de reducción de contactos, puertas cerradas y pruebas a mansalva, la covid-19 sigue demostrando que es capaz de aprovechar cualquier resquicio para extenderse. En uno de esos controles, el club se llevó un sobresalto el pasado 1 de septiembre, cuando dos miembros de la primera plantilla y el entrenador, Álvaro Cervera, dieron positivo mientras se encontraban en Marbella disputando unos partidos amistosos que se tuvieron que suspender. Es la nueva normalidad de la que el Cádiz tampoco escapa y a la que “hay que adaptarse”, como explica Vizcaíno. “Ahora hay una concienciación que antes solo tenía una parte del mundo, como los países asiáticos, y que ahora tenemos todos”, apunta el presidente al otro lado del teléfono.

SIN PELLIZCO

El periodista Juan José Téllez reflexiona en el libro Teoría y praxis del gadita sobre esas tres ces que convierten al gaditano en un practicante de pleno derecho: el Cádiz, el Carnaval y las cofradías de la Semana Santa. Así, sin despeinarse. Cuando el equipo ascendió a Primera en el verano de 2005, todas se exteriorizaron mezcladas en una fiesta que duró meses. En este 2020 de pandemia, tan reprimidas están —la Semana Santa se suspendió, el Carnaval de 2021 va por ese camino— que apenas hay ambiente de ascenso en las calles. “Nos ha quitado un porcentaje de emotividad. Esto se ha cargado el poder disfrutar del ambiente de un partido en Primera después de tanto tiempo. Tenemos que empezar a habituarnos. Es un cambio de chip”, tercia Juan Antonio García, Erpapi, presidente de una federación que integra a 74 peñas cadistas por todo el mundo.

Un niño jugando al fútbol en una plaza de Cádiz.
Un niño jugando al fútbol en una plaza de Cádiz.PEDRO ARMESTRE

En Deportes Bernal, negocio señero de equipaciones del club ubicado a dos pasos de la catedral, el dependiente Juan José Recio tira de sorna: “Hemos tenido mala suerte hasta para el año que subimos. A la afición le gusta sufrir, si no, no sería el Cádiz”. Con el cadismo cohibido y el turismo bajo mínimos, en la tienda son conscientes de que el ascenso les ha permitido salvar los muebles de unas ventas que podrían haber sido peores. La camiseta de la temporada del ascenso y, sobre todo, las mascarillas oficiales —a 12 euros la unidad— están en el top de ventas. “Es el boom, en Cádiz hay mucho volcao”, añade Recio entre risas. Un escueto paseo le da la razón: los elegantes tapabocas azules vendidos por el club se mezclan con otros amarillos y azules que pululan por la ciudad sin permiso del equipo.

Juan Antonio, El Cai, lleva orgulloso una de esas cantosas mascarillas junto a una de las más de 10 camisetas que tiene del equipo. Pese a su mote, vive en San Fernando, pero hace tiempo que se dio cuenta de que si externalizaba su afición —es socio desde hace 22 años— vendía más cartuchos de mojama y camarones a las puertas de la gaditana plaza de Abastos. “Es un gancho”, reconoce mientras saca la cartera para enseñar su particular trinidad: el carné de abonado y una estampa partida con la cara del cantaor Camarón de la Isla y la de Mágico González, jugador del Cádiz en los años ochenta y elevado a mito popular en la ciudad.

El Cai explota a su forma una estrategia de marketing que en el Cádiz CF conocen bien y que, con la subida a Primera, se verá indefectiblemente multiplicada. Los 18 millones de euros que el club tuvo de presupuesto para la anterior temporada en Segunda se convertirán en casi el triple, “cerca de 50 millones de euros”, como estima Vizcaíno. La cuenta la incrementarán en buena medida los ingresos por televisión y los comerciales. Más difícil será hacer gran caja con los abonos. El equipo prometió la gratuidad a todos los forofos que no hubiesen faltado a un solo partido de la temporada anterior y a los nuevos socios se les cobrará el 50% —de un importe que va de los 180 a los 950 euros, en función de la localidad— con el compromiso de que, si asisten a menos partidos de ese importe, les devolverá el importe restante.

Pese a que en el club calculan que pasarán de los 16.000 a los 17.500 abonados, esa caída de ingresos por los partidos a puerta cerrada es uno de los descalabros que sufrirán todos los equipos de fútbol, al menos hasta la segunda vuelta de LaLiga, que comienza en enero. Con todo, Vizcaíno prefiere no hacerse mala sangre y se agarra al importante incremento presupuestario del ascenso: “No sabemos cómo habrían sido los ingresos nuestros y los de los demás, si nos habría permitido hacer un fichaje más o no”. Lo que sí tiene claro es que el Cádiz, con sus siete fichajes, se ha dejado imbuir por la dinámica conservadora generalizada que domina un mercado que aún no ha concluido. “Que se tengan que ajustar los presupuestos afecta hasta tal punto que el mercado se ha movido de una forma extrañísima: sin movimientos de ningún tipo, sin nada que nos haga pensar en otra cosa que sobrevivir y poco más”, zanja el presidente.

APUESTA SEGURA

Y en eso de limitar a lo justo los experimentos, Vizcaíno parte con ventaja. Llegó en 2014 tras un periodo de desastrosa gestión económica que por poco le cuesta la supervivencia a una institución que ya suma 110 años de vida. En estos seis años, el presidente venido del Sevilla FC ha saneado las cuentas y consolidado el crecimiento del Cádiz de tal manera que ha sumado tres ascensos —­desde Segunda B a Primera— en seis temporadas. “Lo que queremos es mantener esa imagen de marca que el club necesitaba para consolidarlo en Primera, algo que solo ocurrió unos años con Manuel Irigoyen”, explica el presidente en referencia al antecesor suyo que fue capaz de mantener al equipo en la más alta división entre 1985 y 1993.

De esos tiempos gloriosos, Jesús Manuel Suero guarda periódicos completos, pines, estampas y un sinfín de objetos relacionados. Los suficientes para inundar el despacho o “santuario” —como a él le gusta llamarlo— de paredes amarillas que tiene en su modesta vivienda de la Barriada de la Paz. Entre su abundante colección no cuantificada, Suero, de 47 años, guarda con cariño la radio con la que escuchaba los partidos del Cádiz cuando era un niño junto a su abuelo. Ahora, tras acompañar al equipo a cada rincón de España, revive la distancia física con más cabeza que pasión: “Es duro, pero con todo lo que está pasando y los muertos, no se puede hacer otra cosa”.

Que la afición es imprescindible para el Cádiz quedó patente a partir de junio, cuando se retomó la competición a puerta cerrada. Y no solo porque a Cifuentes le cueste habituarse a ese silencio atronador en el que hasta la patada al balón retumba en el graderío vacío: “Se echa de menos la previa, el calentamiento, el partido… Se echa de menos todo. Prácticamente es como un entrenamiento con rival. Todos estamos acostumbrados a escuchar ruido, y es insustituible”. También porque hay quien defiende que “la afición del Cádiz es capaz de hacer mejorar el resultado de un partido”, como asegura Diego García, presidente de la peña cadista y carnavalesca Theo Vargas. “Han tenido que inventar hasta el chillido del gol y la recreación de público en las retransmisiones. Para que veas que la afición no era tan poco importante”, añade Erpapi en referencia a esos partidos artificiales en los que el negocio que oculta la pasión del fútbol se hace evidente en pos del espectáculo.

Un acceso clausurado a las gradas del estadio del Cádiz.
Un acceso clausurado a las gradas del estadio del Cádiz.PEDRO ARMESTRE

Sin desdeñar esa simbiosis entre lo económico y lo emocional, Vizcaíno calcula que la ciudad puede recibir un impacto económico de más de 120 millones de euros con el ascenso, gracias a “ingresos directos, indirectos y de imagen de ciudad”. Se basa en un estudio que realizó el Huesca y que él cree que, en el caso de Cádiz, sería incluso mayor si no fuese por la incertidumbre del coronavirus. Que se lo digan a Ignacio Chanivet, el joven de 18 años que ha decidido tatuarse el escudo de su equipo en el tobillo sin ni siquiera saber cuánto le costará. O a Fernando Pérez, otro aficionado que, mientras que se tatúa el seguidor, coge cita para hacer lo propio. “Aquí se hace mucho, hasta sin ascenso. Es un sentimiento muy fuerte, pero ahora ha crecido más aún”, asegura Samia de Ory, tatuadora de La Mala Mujer.

Chanivet estrena su tatuaje apenas tres días después, en el salón de su casa con el primer partido del Cádiz en ­LaLiga. La noche cae y las luces del Carranza se encienden solo para algunos. A las puertas, pocos son los aficionados que siquiera se acercan a recibir al autobús de los jugadores. En el mítico bar Gol, situado cerca del fondo norte del estadio, escasamente una veintena de seguidores ven el encuentro con el Osasuna distanciados en mesas y con mascarillas. Están fríos, no se sabe si por la ausencia de contacto o porque el equipo pronto comienza a hacer aguas en su debut con el primer gol rival.

La escena se repite en la peña Theo Vargas y García se desespera: “¡Si es el mismo equipo, no hay fichajes y pasan estas cosas!”. Al llegar el segundo tanto de los pamploneses a pocos minutos del final, el presidente se relaja consciente de la inexorable derrota de su equipo. El Cádiz pierde y los peñistas comienzan a abandonar el local. Se arremolinan en la calle en pequeños grupos. Al poco, dejan de hablar del fracaso y se centran en los partidos que están por venir, en que Primera “es muy duro” y en que ojalá haya pronto una vacuna para volver a entrar al campo. Ni 10 minutos pasan de la decepción al abnegado conformismo. “Todo es raro. Primer partido de Primera y ya nos ha tocado sufrir”, añade el tabernero con media sonrisa.

El cadismo, como una penitencia tan dulce a veces como amarga otras, va por dentro pese al virus.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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